15 de diciembre 2016
Washington, DC.– En estos días, no abunda el espíritu navideño en esta ciudad. A medida que los miembros del Congreso regresan a casa para las fiestas de fin de año, existe la creciente sensación de una amenaza en el horizonte. La gente trata de no hablar de la toma de posesión del Presidente electo Donald Trump el 20 de enero, pero rara vez el tema está ausente de las conversaciones.
En la recepción navideña de la Casa Blanca a los medios de comunicación, realizada la semana pasada, los periodistas especulaban si sería la última celebración de este tipo de los próximos años. Cuesta imaginar que Trump, con su actitud hostil a la prensa, sea el anfitrión de un evento así, saludando estoicamente junto con su esposa Melania a cada invitado por separado, como Barack y Michelle Obama hicieran a lo largo de ocho años. Un periodista bromeaba con que la próxima recepción navideña se realizaría en el Hotel Internacional Trump, inaugurado hace poco en la misma calle que la Casa Blanca, y que habría que pagar en la barra.
Por supuesto, si la recepción navideña fuera el único precedente que Trump y su equipo rompiesen, nadie estaría tan preocupado. Pero hasta ahora Trump ha mostrado tal nivel de indiferencia a las normas y reglas, tanto desprecio a los límites y tal imprevisibilidad, que el ánimo predominante entre demócratas y republicanos es la incertidumbre y la incomodidad. La inquietud va más allá de Washington: muchos ciudadanos comunes y corrientes de Estados Unidos y otras partes del mundo temen genuinamente lo que ocurra en el gobierno de Trump.
Dado el carácter caprichoso de Trump, muchos buscan pistas en sus nombramientos al gabinete para entrever la dirección en que irá el país en los próximos cuatro años. Los resultados no son nada tranquilizadores, no en menor medida porque ha demostrado predilección por escoger generales para dirigir entidades civiles (tres hasta ahora), e incluso más todavía porque, de ser confirmados por el Senado, varios de los nominados de Trump encabezarán agencias a cuyas misiones se han opuesto en el pasado.
Betty DeVos, a quien eligió como Secretaria de Educación, es una acaudalada heredera cuyos intentos previos de privatizar las escuelas de Michigan acabaron en desastre. El futuro Secretario del Trabajo, Andy Puzder, es propietario de una cadena de comida rápida que se opone a elevar el salario mínimo hasta niveles de supervivencia ni a ampliar la paga por tiempo extra; de hecho, su compañía ha incumplido las leyes sobre horas adicionales. El senador Jeff Sessions, a quien nombró como Fiscal General, no siente gran respeto por las leyes sobre derechos civiles o la inmigración.
Después tenemos a su opción para dirigir el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano. Ben Carson (el neurocirujano retirado que apoyó a Trump tras abandonar las primarias republicanas) no tiene mucho entusiasmo por los programas sociales no las iniciativas de vivienda justa. Tal vez Trump pensó que sería una buena coartada nombrar a un afroamericano para desmantelar la vivienda pública, que soporta en gran medida a gente de ese grupo étnico.
Para dirigir la Agencia de Protección Ambiental (EPA) Trump escogió a Scott Pruitt, fiscal general de Oklahoma, estado productor de petróleo, y gran escéptico del cambio climático que ha elevado varias demandas judiciales contra la EPA. Su selección se anunció poco después de que el equipo de transición de Trump enviara un cuestionario a los empleados del Departamento de Energía, preguntándoles si habían asistido a reuniones donde se hablara del cambio climático.
Más recientemente llegó la asombrosa noticia de que, tras una larga búsqueda, Trump se había decidido por Rex Tillerson, Director Ejecutivo de Exxon-Mobil, como Secretario de Estado. En su amplia experiencia de negocios –que no es lo mismo que diplomacia-, Tillerson ha desarrollado una estrecha relación con el Presidente ruso Vladimir Putin, hacia quien Trump ha sido notablemente suave. De manera más preocupante, la noticia del nombramiento de Tillerson apareció el mismo día en que el Washington Post informara sobre la preocupante conclusión de la CIA de que Rusia había interferido en las elecciones presidenciales para ayudar a que Trump las ganara. También parece ser que como Vicesecretario de Estado nombrará a John Bolton, un pomposo neoconservador que sigue defendiendo la Guerra de Irak y piensa que Estados Unidos debería bombardear Irán.
El gabinete de Trump, altamente conservador y entre cuyos miembros hay una cantidad poco común de billonarios, no va en línea con su campaña, en que se presentó como el campeón de los obreros y empresario no ideologizado que podía hacer funcionar el gobierno. Pero sus opciones lo ponen firmemente en el campo de los plutócratas, con poco interés por los trabajadores y la clase media.
Trump parece pensar que si ofrece suficiente pan y circo puede distraer a sus partidarios de la verdadera dirección que toma su gobierno. Se ha tomado parte del tiempo de gestión de su transición para estar en algunas manifestaciones (de las que aparentemente disfruta más que las tareas de gobierno) y hacer algunos alardes, como elogiar su acuerdo con Carrier, fabricante de hornos y aires acondicionados, para retener empleos en Estados Unidos.
Hicieron falta nada más que un par de días para que se supiera que Trump había salvado mucho menos empleos que los que decía. Cuando el presidente del sindicato local United Steelworkers se quejó públicamente, el muy susceptible Trump respondió con una ráfaga de mensajes por Twitter, culpando al sindicalista por los puestos perdidos. Ese tipo de situaciones no caerán muy bien a muchos de los obreros blancos a los que tanto cortejó durante su campaña. Y es muy posible que su uso descontrolado de Twitter como plataforma de amedrentamiento vaya perdiendo efectividad.
Puede que en muchas otras áreas vaya encontrando más oposición que la que espera. A medida que su gobierno comience a desmantelar las normas ambientales, probablemente se encuentre con que existe un apoyo al aire y el agua limpios de lo que parece creer.
Los demócratas, en minoría en el Senado, harán pasar a los nominados de Trump por un duro escrutinio, potencialmente derrotando a uno o dos. Pero es a los republicanos a quienes que habrá que prestar atención. Hay dirigentes de ese partido que ya han disentido con las amenazas de Trump de iniciar guerras comerciales. Si fuerza demasiado las cosas, puede que acabe siendo un general con pocas tropas.
La desafección de los republicanos podría aumentar si, como parece probable, los intereses privados de Trump no se separan lo suficiente de sus responsabilidades públicas, convirtiéndolo en una especie de bochorno. No hay nada como un par de escándalos para distanciar a seguidores que desde el comienzo no estaban muy entusiasmados. La campaña de Trump contra Hillary Clinton debería habérselo enseñado.
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Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Elizabeth Drew escribe con regularidad en la New York Review of Books. Su último libro es Washington Journal: Reporting Watergate and Richard Nixon’s Downfall (El diario de Washington: el informe de Watergate y la caída de Nixon).
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