10 de noviembre 2015
Fue hace unos meses que recibí un correo electrónico de parte de Edgard Vidaurre, presidente del Círculo de Escritores de Venezuela. Me invitaba a ser jurado de la primera edición de un concurso de poesía. El concurso bautizado “Entreversos” premiaría al ganador con una dotación de cien mil dólares. Inicialmente, pensé que se trataba de un premio patrocinado por el Gobierno Venezolano, pero me aseguraron que no, que el gobierno no tenía nada en absoluto que ver con el premio; que el premio lo otorgaría un Canal de TV, el Canal i, que contaba con un programa llamado “Entreversos” dirigido por el actor Jorge Palacios, y que la Fundación Mar Azul era la que estaba detrás del concurso. Hice unas cuantas pesquisas por Internet, y al fin cuando me convencí que el premio era independiente, y más aún cuando supe que los otros dos jurados eran Antonio Gamoneda de España, Premio Cervantes 2006 y gran poeta, y Armando Rojas Guardia, también un gran poeta venezolano que , en su juventud, pasó varios meses en Solentiname, según me contó cuando lo conocí, acepté sumarme al jurado. Pensé que al fin se premiaría a la poesía con un premio económicamente tan importante como los que se entregan a las novelas. Me pareció que un estímulo así hacía falta y despertaría un renovado entusiasmo por la poesía en lengua española.
Resultó que ni los organizadores, ni nosotros jurados, imaginamos la multitudinaria convocatoria que el premio tuvo. Según las cifras oficiales que constan en el acta final de jurado, se presentaron al Premio 2,487 poemarios, de los cuales 1061 se eliminaron por no ajustarse a las bases del concurso. Otros 541 fueron eliminados por un comité de selección que los juzgó de inferior calidad, de manera que el jurado recibió 885 poemarios. Ciertamente que tuvimos dos meses para leerlos, pero fue una tarea mayúscula. Debo decir que el trabajo fue tanto más intenso porque hubo suficientes poemarios con la calidad suficiente para pasar a la lista de seleccionados que cada uno de nosotros llevó a las deliberaciones cuando finalmente nos reunimos en Venezuela por cuatro días: 30 y 31 de Octubre, 1 y 2 de Noviembre.
Un jurado de poesía como el que me ocupa debía valorar poemarios llegados de un gran número de países. La Fundación Mar Azul había hecho un registro minucioso y muy profesional de cada poemario y nosotros sólo conocíamos el país del que provenía, el seudónimo del autor y el título del poemario. Fue toda una enseñanza observar al Maestro Gamoneda, a sus ochenta y cuatro años, un personaje agudo, claro, con un hondo conocimiento de la poesía y mucho sentido del humor, usando su erudición para respaldar sus propuestas. Armando Rojas Guardia, con una gran experiencia como conductor de talleres de poesía hizo también aportes sumamente interesantes sobre los estilos y lenguajes de los poetas. Aunque no siempre coincidimos en las valoraciones de los poemarios durante las deliberaciones, ninguno disintió cuando se trató de acordar un ganador entre los cinco finalistas seleccionados del conjunto de poemarios que cada jurado presentó a los demás.
Es siempre un gran momento el que precede a abrir la plica que revelará la identidad del ganador. Ya sabíamos que era de Costa Rica, pero cuando el nombre de José María Zonta fue anunciado por el secretario Vidaurre, me sentí sorprendida y feliz pues José María Zonta es un poeta costarricense que ha participado en varios Festivales de Poesía de Granada en Nicaragua, un hombre muy comprometido con su oficio y un ser noble, simpático y carismático.
Desde que llegué a Venezuela el 29 de Octubre, hasta el 2 de Noviembre en que fallamos el premio, yo no había prácticamente salido del Hotel Eurobuilding. Aunque nuestros anfitriones fueron maravillosos, sólo había visto Caracas a través de las ventanillas de un carro y en el lobby del hotel. Allí, en la zonas del bar y de la terraza, llenas de actividad, había observado las altas y guapas venezolanas –creo que hubo en esos días una reunión de candidatas a Miss Universo, o a Miss Venezuela- y una buena cantidad de hombres de negocios. Los venezolanos son locuaces y abundaron las conversaciones en las que salió a relucir la situación difícil del país. La inflación es galopante y hay escasez parecida a la que sufrimos en Nicaragua en los años 80. La diferencia es que en Venezuela no hay guerra, ni embargo, y entonces resulta inexplicable que escasee la comida, el papel higiénico, el shampoo, la harina de maíz, los pollos. Tienen petróleo pero casi nula producción nacional de alimentos. El 98% de lo que consumen lo importan. Es una economía dependiente y la hostilidad del gobierno hacia la empresa privada, la nacionalización arbitraria de bienes para los cuales se carecía de la capacidad administrativa para mantener los mismos niveles de producción, han causado vacíos enormes en la economía. El bolívar está en el mercado paralelo a 800 por dólar. Como apenas circulan los billetes de 100 y los que más circulan son de 50 o 20, si uno cambia, termina con unos enormes paquetes de billetes casi inmanejables. Lo mismo que sucedía en Nicaragua en los 80. Llegando de aquí, uno claramente identifica los símbolos comunes al Socialismo del Siglo XXI, excepto que, curiosamente, y posiblemente porque Venezuela tuvo una tradición más larga de pluripartidismo y mediana democracia, los partidos de oposición allá tienen más presencia y fuerza que la que tienen en Nicaragua. Los métodos que usa el gobierno para sacar del juego a la oposición sin embargo son dignos de un catálogo de infundios a cual más enrevesados.
Uno se pregunta cómo es posible que ideas en esencia justas como las de igualar los desniveles enormes de la sociedad y hacer una distribución más equitativa de la riqueza tengan que sostenerse sobre discursos excluyentes y gobiernos que parecen no admitir el sano principio de la libertad como un derecho de cada ciudadano. En estos días en que se cumple un aniversario más de la caída del muro de Berlín, hace bien recordar que aunque el autoritarismo brinde la ilusión de que se avanza más rápido en las transformaciones sociales, las doctrinas impuestas han demostrado ser inadecuadas para lograr cambios reales que conduzcan al progreso y madurez de los pueblos.
Aunque fui a Caracas de jurado de un concurso de poesía, no pude evitar otros juicios. A pesar de todo, pienso que el concurso “Entreversos” y esa lluvia de poesía que llevó a Venezuela jugará un papel positivo en el brillo de la lengua española. Venezuela tiene mucho más que darle al mundo que recetas políticas o petróleo.