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Seis años de memoria rebelde versus el negacionismo del régimen

Frente a un régimen que pretende negarlo para imponer el olvido, el ejercicio de hacer memoria es una misión subversiva

Recuerdo del primer año de conmemoración de la Rebelión de Abril en San José, Costa Rica.

Silvio Prado

19 de abril 2024

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Todo cuanto ha ocurrido en los últimos seis años en Nicaragua ha llevado el sello de la contradicción entre las dos caras de la moneda con que se paga la vida cotidiana en nuestro país, entre la campaña reiterativa del régimen para acuñar que en 2018 ocurrió un intento de golpe de Estado, y la actitud de una gran parte de la población que ha seguido expresando su rebeldía en los gestos más insospechados de cada día. Todo, o casi todo, ha gravitado en torno a este doble eje: por un lado, una autocracia empeñada en negarlo todo, incluso los muertos, la masacre del 30 de mayo de 2018 y hasta el último vestigio de vida civil; y por el otro la insumisión terca de quienes se han negado a dar por cerrado el espacio cívico recurriendo a innumerables formas de resistencia para evitar que el acatamiento y la desmemoria impongan sus sombras.

La apuesta del negacionismo consiste en rechazar la esencia del levantamiento popular en contra de un régimen de dominación que le venía dando buenos resultados a los dictadores hasta 2018. Si reconocieran las señas de identidad del estallido de abril tendrían que aceptar que su gobierno, dizque de izquierdas, no tenía el respaldo popular del que presumía ni el FSLN era la fuerza motriz de la sociedad; que la revuelta fue espontánea pero no casual dado la acumulación de tantos atropellos en los once años anteriores; que fue autoconvocada y por ende no fue fruto de planes extranjeros ni de caudillos, ni de un grupo de conspiradores profesionales; y más grave aún, que fue transversal, social y geográficamente. Es decir, el orteguismo tendría que reconocer que enfrentó un movimiento revolucionario genuino, con pocos o ningún antecedente en la historia nacional. Como las evidencias de estas señales eran y siguen siendo abrumadoras lo mejor era negarlo todo, como ha hecho en otros casos, llámense abusos sexuales del tirano o la explosión en la base de la fuerza área que se intentó disfrazar de caída de un meteorito.

La negación es la marca que llevan todas sus acciones desde hace seis años.

Por testimonios de las ex-presas políticas recogidos en el libro “Libertad tras las rejas” hemos sabido que las preguntas de los carceleros siguen siendo las mismas de 2018: ¿Quién financia las protestas, ¿quiénes son los dirigentes, ¿quiénes son los cómplices? Es decir, que seis años después siguen empeñados en negar lo que es obvio: la avalancha que se les vino encima fue empujada por una energía social que se alimentó a sí misma por el hartazgo de tanto atropello y las imágenes de los abusos cometidos en contra de una población indefensa. Las preguntas de los interrogatorios no buscan armas ni organizaciones insurgentes clandestinas; buscan afuera a culpables políticos de su descalabro.


En consonancia con la negación, en estos seis años cada ley que la dictadura ha utilizado para atornillarse al poder ha buscado legitimar la impunidad y borrar todo lo ocurrido para acomodarlo a su relato. Ha inventado tipificaciones estrambóticas para reescribir el significado de los derechos, convertirlos en delitos y suprimir el estatus de ciudadanía de cada persona. El colmo de esta mentalidad supresora ha sido el despojo de la nacionalidad a cientos de compatriotas a quienes robó sus bienes y mandó borrar del registro civil. También es fruto del delirio negacionista las decenas de miles que se han visto forzadas a marchar al exilio, lo mismo que a quienes se ha impedido regresar al país y también a quienes se ha impuesto el país por cárcel porque no pueden desplazarse libremente dentro ni fuera de las fronteras. Las leyes al servicio de la saña negacionista han pretendido castigar, anular, extirpar a la parte de la población de la que el régimen ha decidido prescindir.

Pero como si de una ley física se tratara, la acción de negar ha generado la reacción de resistir.

La dictadura ha desplegado todas las formas posibles de represión para tratar de doblegar una voluntad indómita que sigue latiendo en la población, aunque la hayan expulsado del espacio público; la tiranía quiere esconder (o sea, negar) el repudio. En estos seis años el rechazo social ha aprovechado cualquier oportunidad para expresarse a pesar de los riesgos ciertos que ha tenido que enfrentar. Lo prueban los más de 150 presos y presas políticas que se encuentran en las cárceles, el acoso que sufren los empleados públicos, las prohibiciones absurdas de las procesiones religiosas y, como no, las denuncias que colman las redes sociales que no han cesado a pesar de las campañas de terror del régimen. No cabe duda: la mejor prueba de la pervivencia de esa voluntad indomable han sido las redadas del régimen en contra de quienes reivindican la memoria.

Después de 72 meses la dictadura –al igual que la política en general- sigue sin comprender que abril de 2018 fue un momento de parto que alumbró una sociedad que había venido cambiando en los años anteriores. Como ha sucedido en procesos de cambio social en otros países, bajo la piel de todos los días se produjeron micro cambios que nadie -absolutamente nadie- vio llegar hasta que todo estalló de pronto por una chispa inesperada y de aquel estallido resultaron estas rebeldías poliformes con todos sus pros y sus contras. Abril mostró que el país había cambiado pero ninguno supimos interpretarlo, ni antes, ni durante y dolorosamente tampoco después. Aún ahora, a juzgar por tantos tropiezos y las frustraciones de cada día, seguimos empeñados en leer la historia de Nicaragua como si estuviese escrita en piedra, con los mismos marcos interpretativos estancos de antes de abril, sin la flexibilidad para reinterpretar los actores y ni las circunstancias del estallido.

Fruto de aquello hoy tenemos que aceptar que hay varias Nicaragua, la de dentro y la de fuera, la que milita a tiempo completo en la lucha, la que se toma sus momentos de ocio sin abandonar la rebeldía y la que ha preferido pasar página por las razones que sea. Está la del interior que pone granitos de arena todos los días, la que no importa dónde esté se apunta calladamente a cualquier iniciativa contra el negacionismo indagando, saliendo de sus casas para destapar lo que la dictadura esconde, la que opina en las encuestas, la que le hace “la guatusa” a los agentes del opresor, la que sobreponiéndose al temor alimenta y mantiene la voluntad de cambio. Y también la del exterior; la de tantos vigores desparramados; la que sobrevive cada jornada en medio de grandes dificultades; la que se ha reinventado formando nuevas organizaciones con vocación de resistir y denunciar; la que documenta violaciones de los derechos humanos y la resistencia de quienes el régimen quiso doblegar y no pudo; la que ha creado nuevos medios de comunicación que no levantan el pie del acelerador por la restauración de la democracia en la patria lejana.

Todas estas Nicaragua son las que han derrotado los seis años de negacionismo avivando la llama de la memoria. Frente a un régimen que pretende negarlo para imponer el olvido, el ejercicio de hacer memoria es una misión subversiva indispensable que apunta a la derrota estratégica de la opresión.

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Silvio Prado

Silvio Prado

Politólogo y sociólogo nicaragüense, viviendo en España. Es municipalista e investigador en temas relacionados con participación ciudadana y sociedad civil.

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