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¿Se repliega la marea “populista”?

El firme apoyo a la inmigración y la globalización en Estados Unidos no condice con la visión que considera que el “populismo” es un problema

Elizabeth Drew: Puede que el ataque en Siria haya desviado la atención pública de los escándalos de Donald Trump solo por poco tiempo

Joseph S. Nye, Jr.

9 de febrero 2019

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STANFORD – Las posturas políticas disfuncionales relativas a Brexit en el Reino Unido y la reacción contra el presidente Donald Trump durante las elecciones de mitad de período en Estados Unidos están generando dudas sobre la marea populista que se ha venido expandiendo a lo largo de las democracias del mundo durante los últimos años. De hecho, ya era hora que dichas dudas salgan a la luz.

Populismo es un término ambiguo que se aplica a muchos tipos distintos de partidos y movimientos políticos, pero su común denominador es el resentimiento dirigido contra las élites poderosas. En las elecciones presidenciales de 2016, los dos principales partidos políticos de Estados Unidos experimentaron reacciones populistas a la globalización y los acuerdos comerciales. Algunos observadores incluso atribuyeron la elección de Trump a una reacción populista contra el orden internacional liberal de las últimas siete décadas. Sin embargo, ese análisis es demasiado simple. El resultado fue determinado de sobremanera por muchos factores, y la política exterior no fue el principal.

El populismo no es nada nuevo y, es tan estadounidense como el pastel de manzana. Algunas reacciones populistas – por ejemplo, la presidencia de Andrew Jackson en la década de 1830 o la Era Progresiva a principios del siglo XX – llevaron a reformas que fortalecieron la democracia. Otras, como el partido ‘Know-Nothing’, un partido anti-inmigrante y anti-católico en la década de 1850, o el senador Joe McCarthy y el gobernador George Wallace en las décadas de 1950 y 1960, han hecho que se enfatice la xenofobia y la exclusión. La reciente ola de populismo estadounidense incluye ambas vertientes.

Las raíces de las reacciones populistas son económicas y culturales, y son objeto de importantes investigaciones en el ámbito de las ciencias sociales. Pippa Norris, académica de Harvard, y Ronald Inglehart, de la Universidad de Michigan, hallaron que fueron importantes factores culturales que se originaron mucho tiempo antes a las elecciones de 2016. Los votantes que perdieron sus empleos por la presencia de competidores extranjeros tendieron a apoyar a Trump; pero, también lo hicieron otros grupos, como los hombres blancos mayores que perdieron su estatus en las guerras culturales que se remontan a la década de 1970 e involucraron cambios en los valores relacionados con la raza, el género y las preferencias sexuales. Alan Abramowitz de la Universidad de Emory ha demostrado que el resentimiento racial fue el único y más fuerte vaticinador a favor de Trump entre los votantes republicanos durante las elecciones primarias.


Sin embargo, las explicaciones económicas y culturales no son mutuamente excluyentes. Trump conectó explícitamente estos temas al argumentar que los inmigrantes ilegales quitaban empleos a los ciudadanos estadounidenses. El simbolismo de construir un muro a lo largo de la frontera sur de Estados Unidos fue un eslogan útil para unificar a su base electoral en torno a estos temas. Es por eso que a Trump le resulta difícil renunciar a esta idea.

Incluso si no hubiera existido la globalización económica o un orden internacional liberal, e incluso si no hubiera habido una gran recesión después del año 2008, los cambios demográficos y culturales nacionales dentro de Estados Unidos habrían generado cierto grado de populismo. Estados Unidos atravesó por esto en las décadas de 1920 y 1930. Quince millones de inmigrantes llegaron a Estados Unidos en los primeros 20 años del siglo, lo que dejó a muchos estadounidenses con un incómodo temor acerca de que ellos podrían llegar a verse rebasados. A principios de la década de 1920, el Ku Klux Klan tuvo un resurgimiento y presionó por la aprobación de Ley de Orígenes Nacionales de 1924 con el propósito de “evitar que la raza nórdica sea sumergida en el pantano” y para “preservar al Estados Unidos más antiguo y homogéneo que veneraban”.

De manera similar, la elección de Donald Trump en el año 2016 fue el reflejo, en lugar de ser la causa, de profundos cismas raciales, ideológicos y culturales, mismos que se habían desarrollado en reacción a los movimientos a favor de los derechos civiles y de liberación de las mujeres en las décadas de 1960 y 1970. Es probable que el populismo continúe estando presente en Estados Unidos, a medida que se pierdan empleos a causa de la robótica, así como debido al comercio; asimismo, el cambio cultural continúa generando divisiones.

La lección para las elites formuladoras de políticas que apoyan la globalización y la economía abierta es que ellas tendrán que prestar más atención a los problemas de desigualdad económica, así como también tendrán que prestar asistencia a aquellos afectados por los cambios, tanto a nivel nacional como en el extranjero, para que se ajusten a dichos cambios perturbadores. Las actitudes hacia la inmigración mejoran a medida que la economía mejora, pero sigue siendo un problema cultural y emocional. A mediados de 2010, cuando los efectos de la Gran Recesión estaban en su punto máximo, una encuesta de Pew reveló que el 39% de los adultos estadounidenses creían que los inmigrantes estaban fortaleciendo el país y el 50% los consideraba una carga. Ya en el año 2015, el 51% indicó que los inmigrantes fortalecen el país, mientras que el 41% dijo que eran una carga. La inmigración es una fuente de la ventaja comparativa para Estados Unidos, pero los líderes políticos deberán demostrar que pueden manejar las fronteras nacionales, tanto físicas como culturales, si quieren defenderse de los ataques de los nativistas, especialmente durante períodos y lugares donde se presentan situaciones de estrés económico.

Incluso así, uno no debe tratar de pronosticar las tendencias de opinión pública estadounidense a largo plazo a partir de la acalorada retórica de las elecciones de 2016 o, de lo que se muestra tras el uso brillante de las redes sociales por parte de Trump con el propósito de manipular la agenda de noticias e introducir temas controversiales de tinte cultural. Si bien Trump ganó el Colegio Electoral, le faltaron tres millones de votos para declararse ganador de la votación popular. Según una encuesta de septiembre de 2016, el 65% de los estadounidenses pensaba que la globalización es buena para Estados Unidos, a pesar de sus preocupaciones relativas al empleo. A pesar de que las encuestas siempre son susceptibles de verse afectadas por un sesgo cognitivo, en inglés “framing”, cuando se altera la redacción y el orden de las preguntas, la etiqueta “aislacionismo” no es una descripción precisa de las actitudes estadounidenses actuales.

Desde el año 1974, el Chicago Council on Global Affairs ha preguntado anualmente a los estadounidenses si Estados Unidos debería participar activamente o mantenerse al margen de los asuntos mundiales. Durante ese período, aproximadamente un tercio del público ha sido sistemáticamente aislacionista, lo que se remonta a una tradición del siglo XIX. Esa cifra alcanzó el 41% en 2014, pero, contrariamente a lo que dice el mito popular, el año 2016 no fue un punto alto en cuanto al aislacionismo posterior a 1945. En el momento de la elección, el 64% de los encuestados dijo que estaba a favor de la participación activa estadounidense en los asuntos mundiales, y esa cifra se elevó al 70% en la encuesta de 2018: el nivel más alto registrado desde 2002 (mismo que fue alcanzado tras los ataques terroristas del 11 de septiembre).

El firme apoyo a la inmigración y la globalización en Estados Unidos no condice con la visión que considera que el “populismo” es un problema. El término sigue siendo vago y explica muy poco, especialmente ahora, cuando el apoyo a las fuerzas políticas que intentan describirlo parece estar menguando.

Joseph S. Nye es profesor en la Universidad de Harvard. Su más reciente libro que pronto estará en circulación se titula: Do Morals Matter? Presidents and Foreign Policy from FDR to Trump. Copyright: Project Syndicate, 2019.

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Joseph S. Nye, Jr.

Joseph S. Nye, Jr.

Geopolitólogo y profesor estadounidense. Profesor de la Universidad de Harvard y ex subsecretario de Defensa de Estados Unidos. Es cofundador de la teoría del neoliberalismo de las relaciones internacionales.

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