14 de octubre 2018
Los méritos para canonizar a Monseñor Oscar Arnulfo Romero, se resumirían en nuestra adolorida Nicaragua, en los tres calificativos en este título: por terrorista, golpista y vandálico. Hace mucho tiempo el pueblo salvadoreño en primer lugar, y todos los pueblos de América, lo habían elevado a los altares de quienes viven y mueren luchando contra la injusticia, la opresión, el cinismo de gobernantes sin escrúpulos como los de aquí, y la represión, como la que padecemos en Nicaragua, y que Mons. Oscar Arnulfo Romero en su célebre homilía del domingo 23 de marzo de 1980, dirigiéndose a tiranos, encapuchados, para policías, escuadrones de la muerte, policías “complacientes” y para militares, dijo: “Les ordeno en nombre de Dios, cese la represión.”
Al día siguiente, lunes 24 lo asesinaron, a sus casi 62 años. Había nacido en agosto de 1917, y oficiaba misa la tarde de ese día de marzo, en la capilla del “Hospitalito” para enfermos de cáncer, “La Divina Providencia”. Al centro del altar, ofreció el pan y el vino a los presentes Tiempo de pasión, pues la Semana Santa se acercaba. Un certero balazo como los de aquí, de un franco tirador de Alfredo Cristiani (fundador de ARENA y quien sería presidente de El Salvador) y de los escuadrones de la muerte del Mayor Roberto Aubuisson, le destruyó aquel inmenso corazón y le provocó la muerte instantánea. Cayó a los pies del crucifijo y cuando le dieron vuelta, de su boca manó un hilo de sangre interminable, tanto es así que el día de hoy se está uniendo a todos nuestros más de 500 asesinados. En ellos vive la sangre de San Romero de América.
Este domingo 14 de octubre, se canonizarán en el Vaticano a Monseñor Oscar Arnulfo Romero y a Pablo VI, junto a otros beatos, que serán nuevos santos. Mons. Romero será el segundo santo de América, y el primer mártir santificado. Los pueblos lo santificaron por adelantado. Hace poco escribimos que en Managua los escuadrones dispararon por horas a la imagen de la Divina Misericordia, y no pudieron matarla. Al igual que no pudieron matar a Monseñor Romero en El Salvador aquel lunes funesto. Hoy, nuestros tiranos “cristianis”, pretenden asesinarlo con “marchas anti marchas” “celebrando” su canonización, después de haber mandado a apalear a sus hermanos nicaragüenses en Cristo, obispos y sacerdotes que como lo hizo San Romero, protegieron y protegen a los perseguidos, aprisionados y torturados de regímenes dictatoriales, como el que organiza estas marchas contra la verdad histórica.
Serán marchas fúnebres de empleados públicos a quienes se miente para que hagan gala de una falsa devoción a un verdadero santo, pero que no es otra cosa que el indigno sometimiento al cinismo. Irán custodiadas y listas para reprimir a las marchas por la paz y la democracia, cuya interpretación de la letra de nuestro Himno Nacional, es clamar que YA NO RUJA LA VOZ DEL CAÑÓN, NI SE TIÑA CON SANGRE DE HERMANOS NUESTRO GLORIOSO PENDÓN BICOLOR. Pasarán esas marchas por la “Rotonda de El Asaltado”, donde pronto proliferarán las ventas de objetos como carros no devueltos, y celulares arrebatados a sus dueños autoconvocados. Como diría Eduardo Galeano, botines producto del despojo de “cosas”, sin comparación con espíritus dignos, de los cuales no se puede despojar a nuestro pueblo. San Romero va cuidándonos, y cuando las marchas danzan alrededor de El Becerro de Oro, en la rotonda del mismo nombre, aquella danza se torna tétrica, de garras afiladas para acaparar bienes de otros, hasta que el becerro de oro es derrumbado. Y el pueblo obligado a danzar al compás que tocan los tiranos, despierta a su realidad de pueblo, y danza esta vez aborreciendo al becerro caído. El becerro que sin entender su derrota, “va por más victorias.”
Pero la única victoria hoy y siempre, es la canonización del Obispo de “La Divina Providencia” y de “La Divina Misericordia”. Saber ser misericordioso es ser parte de la Divina Providencia. Las marchas de la represión continúan una ruta hacia un abismo que como dijo León XIII (Ver “Exorcismo de León XIII”. Completo en internet.), está habitado por Satanás y sus demonios, y puesta la frase en boca de San Miguel Arcángel: “Como se disipa el humo, se disipen ellos, como se derrite la cera ante el fuego, así perezcan los impíos ante Dios.”
Tiempo de cuaresma. Tiempo de pasión. Tiempos interminables en Nicaragua. José Saramago explica en su libro “Caín” que el tiempo es, sin pasado y sin futuro, siempre presente. Por eso hasta ahora, los verídicos sucesos aquí narrados no coinciden con un orden cronológico, sino con sus consecuencias en la historia, y más aún en esta historia. Así nos encontramos que cuando Jesús subió a la montaña para decir su famoso sermón, sintió un inmenso dolor en su corazón, tan intenso como el que sintió por el asesinato de Juan el Bautista. Dolor premonitorio, digo yo, por el balazo que poco después recibiría San Romero en su corazón, y fue entonces cuando, inspirado en la muerte de estos dos justos, dijo el sermón de sermones:
“Felices los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices los bondadosos, porque ellos serán dueños de la tierra. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados. Felices los perseguidos y asesinados por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.” Ya hoy, más que santo, San Óscar Arnulfo Romero, cuando poco antes de su asesinato le comentaron sobre la posibilidad del mismo, respondió con esta frase que explica su valentía y santidad: “Un obispo morirá, pero la iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás.”