6 de diciembre 2016
Los sueños de justicia y libertad con los que Cervantes nutrió a su noble personaje Don Quijote, no los hubiese podido convertir en el prototipo que encarna lo mejor del ser humano, si no los hubiese hecho contrastar –como magistral complemento dialéctico de lo esencialmente humano— con los acto de vida nada idealistas, representándolos en la conducta de Sancho Panza. Los guerrilleros nicas tuvieron como paradigma de revolucionarios a Augusto C. Sandino y a Carlos Fonseca, quienes como Quijotes, fueron sus referentes, pero no todos emularon sus conductas quijotescas más allá del fin de la lucha armada –algunos lo hicieron desde antes—, pues con sus conductas en el poder apenas lograron hacer una burda imitación de Sancho Panza.
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Quien de los nueve comandantes de la dirección política de la revolución tuvo más a su alcance el poder del Estado –hasta llegar a monopolizarlo por completo—fue Daniel Ortega. Y su mujer, Rosario, tomó su condición de primera dama tal como Sancho Panza quería ver a su Teresa cuando él asumiera la gobernación de la ínsula Barataria que le había ofrecido Don Quijote en pago por sus servicios como escudero. En la ficción, Teresa nunca alcanzó el nivel social de primera dama del gobernador, pero Rosario superó todo lo que Cervantes no tenía por qué haberla imaginado en cuanto a una gobernadora en la realidad y, además, ser confirmada como vicepresidente, gracias a una farsa electoral.
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Ficción y realidad son “arrejuntadas” por la política, y habrá que reconocer lo superior que ha sido la realidad. El gran poder imaginativo de Cervantes –el más ilustre creador de la literatura castellana de todos los tiempos— sale perdiendo ante el gran poder de los hechos políticos más rústicos y prosaicos conocidos en nuestros tiempos. Irreverente, me atrevo a imaginar los apellidos y nombres que Cervantes no les puso a sus personajes: a Sancho Panza, la castellanísima forma “y Ortega”, y a Teresa el santísimo segundo nombre “del Rosario”.
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Antes de comenzar con la carta que Sancho Panza y Ortega le mandó a Teresa del Rosario, después que Don Quijote le ofreció hacerlo gobernador, recordemos que la gobernación de esa ínsula es ficticia, mientras que, en la realidad, la gobernación de Nicaragua se la han tomado a la brava cuantas veces han querido.
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“Has de saber, Teresa del Rosario –comienza diciendo Sancho en su carta, cuando triunfó el revolución de los Quijotes nicas—, que tengo por determinado andes en coche Mercedes Benz, que es lo que hace al caso; porque todo otro andar es andar a gatas. Mujer de un gobernador eres: ¡Mira si te roeará nadie los zarcajos!”. Más adelante, dice Sancho Panza y Ortega a su mujer Teresa del Rosario:
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“No dirás de esto a nadie, porque pon lo tuyo en concejo, y unos dirán que es blanco y otros que es negro. De aquí a pocos días me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer dineros, porque me han dicho que todos los gobernadores van con el mismo deseo. (…) No ha sido Dios servido de depararme otra maleta con otros cien escudos (…) pero no te dé pena Teresa del Rosario mía, que en salvo está quien repica y todo saldrá en la colada del gobierno. (…) Dios te la dé como puede, y a mí me guarde para servirte. De este castillo, a 20 de julio de 1614 (1979).
“Tu marido, el gobernador.
“Sancho Panza y Ortega”.
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Cuando el Duque le entrega a Sancho Panza y Ortega la imaginaria ínsula, le dice: “Vos, Sancho, irás vestido parte de letrado y parte de capitán, de comandante, porque en la ínsula que os doy tanto es menester la armas como las letras y las letras como las armas”. "Letras –respondió Sancho— pocas tengo, porque aún no sé el ABC; pero básteme tener el Cristus en la memoria para ser buen gobernador. De las armas manejaré las que diesen hasta caer, y Dios delante”.
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Luego, Don Quijote comenzó a darles consejos a Sancho: “Y aquí entra y encaja bien el decir que hay buena y mala fortuna en las pretensiones. Tú, que para mí, sin duda alguna, eres un porro, sin madrugar ni trasnochar y sin hacer diligencia alguna, con solo el aliento que te ha tocado de la andante caballería-guerrilla, sin más ni más te ves gobernador de una ínsula, como quien dice nada”.
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En ese momento, comenzó a distinguirse la realidad de la fantasía y los consejos de Don Quijote acerca de cómo debía comportarse como gobernador, comenzaron a ser desdeñados por Sancho Panza y Ortega. El primero, fue el que le dio respecto a su mujer: “Si trajeres a tu mujer contigo (porque no está bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias), enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza; porque todo lo que puede adquirir un gobernador discreto, suele perder y derramar una mujer rústica y tonta”. En la realidad, Sancho Panza y Ortega desoyó el consejo machista y Teresa del Rosario más bien se le impuso a él y hasta logró hacerlo parecer “rústico y tonto”, además de “derramar” ella todo lo que él adquiere sobre su familia…
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Pero Sancho Panza y Ortega, no es renuente al uso de la demagogia, y pensando en lo que le gustaría oír a Don Quijote, le prometió lo que haría como gobernador: entonces, les guiño el ojo a los insulanos nicas y les declaró… “su intención de limpiar esta ínsula de toda clase de inmundicia somocista y de gente vagabunda, holgazana y mal entretenida; porque quiero que sepáis, amigos, que la gente baldía y perezosa es en la república lo mismo que los zánganos de la colmena, que se comen la miel que las trabajadoras abejas hacen”. Después, a espaldas de los insulanos pobres, les ofreció a los insulanos ricos del Cosep hacerles un buen clima para sus negocios en la ínsula más segura de la región.
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Sancho Panza y Ortega, olvidó lo que el Quijote Sandino dijo respecto a que no quería “ni un palmo de tierra para su sepultura”, y él se llenó de propiedades, se sumó a los zánganos de la colmena, los hizo su socio en el gobierno y sus diputados en la Asamblea Nacional insular. Como si fuera poco, borró de su memoria este otro consejo: “Has gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies decir que vienes de labradores (…) y al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues basta al desdichado la pena del suplicio, sin añadidura de las malas razones”.
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Junto a “las malas razones” con que llama delincuentes a los labradores de Nueva Guinea y otras comunidades que se oponen al despojo de sus tierras para beneficio de una empresa china y por el rescate de la soberanía nacional con la derogación de la Ley 840, también los castiga con malas obras como los robos a doña Chica Ramírez, odiada por Teresa del Rosario, porque con su sencillez y patriotismo le opaca su imagen de mujer inteligente, y con la represión a balazos y con gases de su policía, impide que los labradores visiten la capital de su ínsula. Este ya no es el Sancho cervantino, quien, después de que le hicieron una broma con una falsa rebelión de los insulanos, y se dio cuenta de que sus victorias eran imaginarias, renunció a seguir siendo gobernador. Pero el Sancho Panza y Ortega, el de nuestra realidad, con farsas electorales se reelige como gobernador, habla de sus victorias imaginarias y dice que va por más…
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El Sancho Panza de Cervantes, cuando renunció a la gobernación de la ínsula, confesó que para irse “no quería más de un poco de cebada para el rucio y medio queso y medo pan para él”. En cambio, su mal émulo nica, no es justo ni discreto ni ingenuo, menosprecia su linaje y también reprime a los labradores; hace buenos negocios con los zánganos de la colmena, acumula riqueza, medios de comunicación y sigue insatisfecho con los cinco períodos que ya suman 21 años y va en dirección a los 26 años como gobernador. La realidad ha dejado en pañales a la ficción.
Ruperta y Ruperto:
- No había iniciado la marcha entre multitudes con la urna de cedro donde descansan las cenizas de Fidel hacia Santiago, Rupertó, cuando los brujos ya estaban prediciendo el derrumbe del gobierno revolucionario cubano…
- Tengo 57 años de estar oyendo lo mismo, Rupertá, y mientras se relevan las generaciones de cubanos que sostienen la revolución ante cada dificultad… ¡también he visto morir a varias generaciones de esos brujos mucho antes que a Fidel!