26 de junio 2023
No podríamos entender la rebelión del grupo mercenario Wagner encabezada por el multimillonario Yevgueni Prigozhin sin tomar en cuenta el sistema de dominación pacientemente construido por Vladímir Putin en Rusia. Como hemos expuesto en otros textos, se trata de un sistema que reposa sobre cuatro pilares.
El primer pilar está constituido por una red de servicios secretos más el aparato policial estatal controlado directamente por el dictador.
El segundo pilar es el ideológico, encomendado por Putin a la reaccionara Iglesia ortodoxa rusa, en cuya cúspide se encuentra un siniestro monje, una especie de Richelieu a la rusa, eslavista y rusista hasta los huesos, llamado Kiril, para quien Putin es un enviado de Dios para hacer resucitar la Santa Rusia.
El tercer pilar es el de los llamados oligarcas, millonarios salvajes a los cuales les está permitido enriquecerse sin límites, bajo la condición de que no se introduzcan en los salones del poder político.
Y no por último, el cuarto pilar es el Ejército, dividido a su vez en dos segmentos: el profesional y el mercenario.
Ahora bien, esos cuatro pilares no están separados e inevitablemente se cruzan entre sí. El círculo más íntimo del dictador tiene acceso a esos cuatro poderes. Dimitry Medvedev, entre varios, un millonario cuyo hobby es hacerse construir mansiones lujuriosas, tiene también acceso privilegiado a los servicios secretos. A ese círculo pertenece, o pertenecía originariamente, el oligarca Prigozhin. Amigo íntimo de Putin, su hombre de confianza en San Petersburgo, dueño de una cadena interminable de restaurantes (por eso lo apodan, “el cocinero de Putin”), de casas de juegos e incluso de prostíbulos, es a la vez un ferviente religioso (suele persignarse sollozando frente a las tumbas de sus soldados). Su método de guerra es dar carta libre a sus huestes (expresidiarios, desalmados de toda laya) para que se repartan el botín de las ciudades asaltadas, y ahí cometer todos los crímenes y aberraciones sexuales que se les ocurran, como aconteció en Bucha y otras ciudades de Ucrania. Basta escucharlo dos o tres minutos para darse cuenta de que estamos frente a un sádico de primer orden. No obstante, o quizás por eso, mantiene contacto directo con altos oficiales del Ejército oficial.
Prigozhin era, dicho en breve, “un poder dentro del poder”. Esto es importante retenerlo, aunque sea por lo siguiente: El conflicto que tuvo lugar el día sábado 24 de junio fue, antes que nada, entre dos poderes: el del Ejército oficial y el del Ejército mercenario. Ese conflicto originó una escalada que llevó a Prigozhin a chocar con la cúspide del poder: o sea, con su propio protector, Putin.
De ese choque solo conocemos una parte, la que ha salido a la publicidad. Las otras permanecerán en la oscuridad y puede que nunca se conozcan. Pues bien, de acuerdo con lo que sabemos, podemos inferir algunos hechos que parecen innegables Por ejemplo, ya es posible deducir que se trata de un conflicto de larga duración entre Prigozhin y el Ministerio de Defensa personificado en el general Sergei Schoigu. Sabemos también que en ese conflicto, hasta el sábado 24 de junio, Putin aparentaba mantenerse al margen. La razón es que ambos ejércitos, el profesional y el mercenario, son insustituibles para sus planes de expansión. De hecho, a ninguno de ellos quiere renunciar.
El Ejército profesional —por lo menos en el imaginario popular— es heredero de las “gloriosas” tradiciones del Ejército Rojo a las que en Rusia se le rinde un culto cuasi religioso. Como todo ejército, mantiene sus ritos, sus códigos, sus valores. Para sus generales, la guerra es una ciencia o un arte. No así para el Ejército mercenario de Prigozhin, el que, por los altos oficiales del Ejército oficial, es visto como un “lumpen uniformado” con el cual no conviene codearse. Sin embargo, tomando en cuenta el tipo de guerra que ha llevado a cabo en Chechenia, en Mali y en Siria, a saber, una guerra si no genocida, por lo menos de exterminio poblacional, ese ejército de delincuentes a sueldo es absolutamente necesario para Putin.
Probablemente Wagner sea el primer ejército del mundo que tiene como objetivo preferencial destruir a la población civil, incluyendo ancianos, mujeres y niños. Un ejército de mercenarios, a diferencias de un ejército profesional, que no está sujeto a ninguna regla que no sea a la obediencia ciega al caudillo superior, en este caso Prigozhin, quien es para ese lumpen militar, un “señor de la guerra”.
Naturalmente, el ministro de defensa Schoigu, se debe por rango y oficio al Ejército oficial.
Para la primera fase de la guerra a Ucrania, la llamada de “operación especial”, a Putin convenía más utilizar las fuerzas mercenarias que las profesionales. El problema es que el cada vez más sofisticado armamento del que hacen uso los ucranianos, más la excelente formación de sus oficiales, lo ha obligado poco a poco a privilegiar la guerra convencional por sobre la irregular practicada por el Ejército mercenario. Ese cambio implicaba, si no eliminar, por lo menos subordinar el poder del Ejército mercenario bajo la dirección del profesional, vale decir, bajo las ordenes directas del Ministerio de Defensa. Eso suponía, por supuesto, limitar el poder del potentado Prigozhin. Pues bien, esa subordinación no podía ser aceptada por el gánster militar. Su argumento —por lo demás, cierto— es que sus destacamentos han llevado todo el peso de la guerra sucia, mientras en el Kremlin los altos generales “se dan la gran vida” (sic). Además, como no están sujetos a reglas, pueden saltarse todas las convenciones internacionales sobre derechos de guerra.
De tal manera, lo que tuvo lugar el 24-J no fue un golpe de Estado, como tan mal lo cataloga el periodismo occidental (un golpe de Estado tiene lugar solo frente o dentro de la casa presidencial), ni tampoco una guerra civil, sino, en el clásico sentido del término, una asonada militar. Una rebelión del Ejército mercenario en contra del Ejército oficial que amenazaba convertirse en una rebelión directa en contra del Gobierno de Putin. La población civil de la ciudad de Rostov, vitoreando a Prigozhin como si fuera un líder popular, debe haber sido una visión infernal para Putin, más todavía cuando en un rapto de delirante sinceridad Prigozhin se atrevió a decir que la guerra a Ucrania no se justificaba pues la OTAN nunca había sido una amenaza para Putin.
En un solo día Putin realizó dos movidas contrarias. Por la mañana declaró la guerra a muerte a Prigozhin acusándolo de traición a la patria (“una puñalada en la espalda de Rusia”). Durante la tarde decidió pactar con Prigozhin gracias a la mediación de un tercer criminal: Lucashenzko, desde Bielorrusia. El conflicto de poder entre dos ejércitos no fue anulado, pero sí postergado en el tiempo. Pero la sustancia que dio lugar a la asonada, se mantiene por ahora. ¿Hasta cuándo? Nadie lo sabe.
Evidentemente, Prigozhin tuvo miedo a Putin. Pero, y he aquí lo notable, Putin, a su vez, tuvo miedo a Prigozhin. El primero no pierde nada con su miedo. Su imagen de canalla está plenamente consolidada e incluso la cultiva. Putin en cambio, pierde mucho prestigio como estadista, tanto hacia dentro como hacia fuera. Desmentirse a sí mismo en el plazo de un día es una hipoteca costosa para cualquier dictador, más para uno que intenta ostentar ante el mundo un poder absoluto, total e indiscutido. En esa confrontación, Putin ha perdido muchas plumas.
¿Qué lo llevó a pactar con Prigozhin? Hay una razón muy explicable: abrir un foco de enfrentamiento militar dentro de Rusia en el marco de una guerra a Ucrania, una que está muy lejos de ser ganada, habría sido un acto suicida.
Si Putin intentará recuperar la imagen perdida, está por verse. Los Gobiernos de Occidente tuvieron al menos el buen tino de permanecer en sus butacas viendo la película sin emitir comentarios a favor o en contra de la asonada de Prigozhin. Aunque seguramente pensaron todos en que el poder de Putin ha mostrado grietas que no parecen ser demasiado superficiales, algo obvio para cualquier Gobierno democrático, pero no para uno que se las quiere dar de fundador de un nuevo orden mundial, como es el del dictador ruso. Apoyos internacionales, recibió Putin muy pocos. Uno de Erdogan, quien seguramente lo hizo por razones geográficas, más la de uno que otro presidencillo de poca monta, entre ellos Maduro y Ortega, ya acostumbrados a lamer el culo a cualquier dictador que tenga dificultades con los Estados Unidos. Xi, al menos durante la rebelión de los mercenarios, no se pronunció. Pero nadie sabe lo que piensa un chino. Sobre todo cuando sus mejores clientes y consumidores no están en Rusia.
Como sea: las divisiones que ya apuntan en Rusia nunca habrían aparecido si no fuera por la tenaz, heroica y legítima resistencia de Ucrania. Ojalá los mandatarios europeos hayan tomado nota de esa realidad. Mientras más resista Ucrania, más grandes asomarán las grietas de la dictadura rusa.
Putin, sin quererlo, nos ha enviado una buena noticia: su invulnerabilidad, tanto la política como la militar, es un mito.
*Artículo publicado originalmente en blog POLIS.