10 de febrero 2024
La negación del salvoconducto a Ricardo Martinelli por parte del Gobierno ha sido la mejor noticia de esta semana. Cuando este delincuente formuló su estrategia para darse a la fuga y no cumplir su condena, una vez más el país quedó en ascuas. Fue un ardid planificado con días o quizás semanas de antelación, en perfecto secreto, ya que, evidentemente, no quería que nadie se enterara. Pues el tiro le salió mal. En un acto sensato y en defensa de nuestra soberanía judicial, el Gobierno rechazó el pedido para que este sujeto no nos sacara la lengua.
Pues no fue así. Ahora, después de colchones, inodoro, lavabo, asador, muebles y electrodomésticos, ese lugar donde se metió no dejará de ser lo que ya es desde este momento: su jaula. Que la quiera hacer dorada me tiene sin cuidado, porque, aunque sea de diamantes, es una jaula. Pero, conociéndolo, estoy seguro de que en algún momento –no lejano– él solito saldrá a pedir que lo lleven a El Renacer, que no será de oro, pero, al menos, tiene compañía y formas de distraerse.
No obstante, también estoy de acuerdo con el Gobierno en que él no debe permanecer allí, ya que “toda acción, declaración o comunicación que realice el expresidente Ricardo Alberto Martinelli Berrocal desde la sede diplomática y repercuta o impacte en la política doméstica de Panamá, será considerada una injerencia en los asuntos internos de nuestro país y, por tanto, generará consecuencias diplomáticas”. No sé quién redactó esta advertencia, pero por primera vez siento que hay un panameño en el Gobierno que siente algo por su país.
Pero, si la Embajada nica se hace la desentendida, es evidente que Martinelli hizo el peor cálculo de su vida metiéndose allí, pues su estancia se extiende, estará –de hecho– preso, pues no tendrá libertad ni para pasear a (su perro) Bruno. Pero, además, el tiempo que esté allí no se descontará de su condena, y me alegra porque, al menos así paga de otras cosas de las que se libró… quién sabe cómo.
Ha sido su habitual cobardía la que lo ha conducido a cometer este error. Habría sido mejor fugarse y pedir asilo en su pretendida nueva patria, pero lo hizo desde acá, quizá aterrorizado de que lo capturen fuera de Panamá. Su burla fracasó y ahora no hay asador ni lavadora que lo contente. Debe estar lamentándose hasta el llanto, porque, por más que corrió, que mintió, que fingió, que bailó, que pataleó, que inventó, que difamó y que se burló de todos nosotros, la justicia lo alcanzó y le pegó donde más le duele: en sus bolsillos y en su libertad. Pensé que estos serían carnavales aburridos, pero no. Le aconsejo que aproveche los días de lucidez que le quedan, porque ese encierro voluntario lo hará trizas.
Mientras, me pregunto qué hará José Raúl Mulino, un instrumento de Martinelli: utilizado y desechado para sus propósitos, El propio Martinelli acabó con RM, y los que esperan ganar con el empuje de ese colectivo pierden su tiempo y dinero, si es que alguien le dona a sus candidatos. Ricardo Martinelli eligió vivir estos últimos años de su existencia en un inodoro, y ahora –víctima de su insaciable avaricia– él mismo ha terminado halando la cadena.
*Artículo publicado originalmente en La Prensa de Panamá.