4 de septiembre 2015
El jueves 27 de agosto se atisbó por primera vez. Era imposible circular sobre la 15 calle de la zona 10 rumbo a La Reforma. Un grupo de al menos 100 jóvenes con banderas de Guatemala en la mano marchaba hacia el Centro. Sobre la sexta avenida, el Café Saúl lucía cerrado. Un rótulo informaba que el local se sumaba al Paro. Desde un chat privado, una persona que trabaja en el aeropuerto informaba con urgencia: “el exministro de Gobernación López Bonilla intenta salir del país”. Pero lo importante era que en la sala de espera y dentro del avión, un grupo de pasajeros protestaba a viva voz por su presencia en la nave.
¿Es esta una Revolución Ciudadana?, pregunté ese día a mis entrevistados.
A las diez y media, la cadena de McDonald’s, que antes se resistía a cerrar sus restaurantes, anunciaba el cambio de opinión y sus empleados se sumaban a la protesta. En el Transmetro todo el mundo parecía ir a manifestar. El taxista rumbo a la Plaza compartía el sentimiento.
Millonarios y campesinos indígenas gritaban codo a codo en la Plaza. La Cervecería Centroamericana y muchas de las más grandes empresas, bancos incluidos, debieron sumarse al Paro cuando se vieron desbordadas por una población que saludaba a los manifestantes.
Los comerciantes de la Avenida Bolívar quemaban cohetes y repartían bolsas de agua al paso de los estudiantes de la Universidad de San Carlos.
Signos alentadores todos, pero aún me preguntaba si sería esta un punto de inflexión, una auténtica Revolución Ciudadana.
De pronto, reconocemos a cada uno de los diputados y les exigimos por su nombre que actúen como corresponde. Pocos se rehúsan.
Una centena de jóvenes desarmados le hizo frente a los manifestantes aperados de garrotes y acarreados por un sindicalista corrupto como Nery Barrios para defender al Presidente. Los jóvenes hicieron una valla para garantizar el ingreso seguro a los diputados que acudían a una cita histórica: el levantamiento de la inmunidad para el gobernante más aborrecido de la era moderna. Otto Pérez Molina ya es sólo una mala anécdota en la historia de Guatemala.
El sindicalismo estatal corrupto cayó derrotado en la misma semana. Joviel Acevedo y Luis Lara no lograron sino hacer el ridículo con su defensa del régimen corrupto.
El país cambia en un sentido antes no visto. El sector privado organizado, que representa al capital tradicional, ha perdido la iniciativa. Se muestra timorato y apenas alcanza a reaccionar, arrastrado por las demandas de la ciudadanía.
El capital emergente, interesado en sacar ventaja del río revuelto, también se ve obligado a moderar su codicia ante el rechazo a sus avances en las redes sociales.
Estamos frente a una Revolución Ciudadana, sin un líder definido, ni más agenda que el rechazo al abuso de los políticos –y de algunos empresarios– de un sistema que deriva en frustración y pobreza para la mayoría. No hay un paradigma del tipo de Estado que se busca construir pero los guatemaltecos exigen hoy rendición de cuentas a funcionarios, diputados, fiscales y jueces. Hay un interés que va más allá de la rabia por enterarse de qué es necesario cambiar y un afán consecuente por lograr que esos cambios se concreten.
Es en medio de este ánimo que vamos a las elecciones generales, tan falsas y escasamente democráticas, como espurio y procurador de más corrupción es el mecanismo que las financia. Pero los ciudadanos han cobrado confianza en el poder que en conjunto la sociedad concentra en sus manos. Eso inspira fe.
Guatemala puede redefinir su futuro. Esa es la certeza de los tiempos nuevos.
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Publicado en Contrapoder.