12 de julio 2021
De entrada, confieso que mientras el ingeniero Enrique Bolaños ejerció la presidencia -y antes- siempre estuve en la acera de enfrente. Fue cuando él estaba ya lejos de la política, que tuve oportunidad de establecer lazos que me ayudaron a acercarme a su dimensión humana. Por hoy, quisiera compartir algunos retratos sobre esa dimensión humana. Una dimensión que, al fragor de la crítica y las pasiones partidarias, con frecuencia olvidamos.
“Yo fui uno de los grandes algodoneros de este país”, me dijo en una ocasión. “Mi empresa sembraba 7 600 manzanas de algodón, en Masaya, Granada y Managua. La mayor parte eran tierras que alquilábamos para hacerlas producir. Con la revolución, los insecticidas que se importaban eran malos, los repuestos estaban monopolizados, había mil dificultades. Y el algodón se vino abajo. Finalmente, en 1985, en la plaza de la estación del ferrocarril, en Masaya, el ministro de Agricultura y Reforma Agraria, anunció la confiscación de mis bienes y los de mi familia. Yo ya la venía venir. Me dejaron en la calle…”
¿Cómo afrontó don Enrique el despojo de sus bienes?
Me contó lo siguiente: “Dos meses antes había estado en Miami y en un centro comercial vi que de un carrito parecido a los carritos de golf se bajó un uniformado que me saludó. Era el cuidador del parqueo del centro comercial. No lo reconocía con su uniforme: se trataba de un empresario de occidente que yo había conocido, muy próspero era el hombre cuando lo conocí. Esto no me va a pasar a mí, me dije.
Entonces, después de la confiscación me puse a pensar qué hacer. Tenía 57 años. Como lo nuevo y de futuro era la computación y yo soy ingeniero industrial, resolví dedicarme a la computación. Y me puse a estudiar. Estudié día y noche y aprendí programación por mí mismo. Me hice programador y comencé a diseñar programas para varias empresas.
El Churruco
No sé cuál es la opinión de quienes le conocieron más cercanamente, en mi caso lo recuerdo como una persona con sentido del humor. En una ocasión le pregunté cómo le habían endosado el apelativo Churruco, un apelativo que unos utilizaban con sorna, otros hasta con cariño. Me respondió: hombré, a veces uno lanza la pelota y nunca sabe dónde va a caer. Para las elecciones de 1984 escribí un artículo para el diario La Prensa, en el cual decía que participar en las elecciones era inútil “Ni corrás que sos out” afirmaba en el artículo. Y narraba la historia de los juegos de béisbol entre los equipos de Granada y el legendario San Fernando. Había un juez granadino al que le decían Chumilo. Cuando un masaya pegaba un batazo el mismo juez decía “ni corrás que sos out”. Y lo declaraba out”.
Pues bien, cuando me dirigía a las instalaciones de La Prensa me puse a pensar: “si este hombre no se ha muerto y es sandinista y utilizo su nombre, me puede hacer la vida insoportable, mejor le cambio el nombre. Y se me ocurrió el nombre Churruco, así que taché el nombre en el escrito y en lugar de Chumilo puse Churruco. Ideay, me dijo riendo… después fui yo el que me quedé con el nombre Churruco.
Legados inesperados de don Enrique
En Nicaragua es extremadamente difícil dejar legados presidenciales para la posteridad, porque el sucesor en el poder, casi siempre adopta de inmediato la política destructiva de abolir, demoler o denigrar las realizaciones del gobierno precedente.
En este sentido, el caso del ingeniero Bolaños es singular. Los principales legados que deja a la posteridad los construyó como ex presidente, como ciudadano. Y no es exageración utilizar la calificación de legados para la posteridad, porque sus obras tienen un valor que habrán de reconocer y apreciar cada vez más las generaciones venideras. Me referiré a dos.
La primera de estas obras es la biblioteca digital Enrique Bolaños. Miles y miles de valiosos documentos, revistas y libros al alcance de cualquier interesado, sin ningún costo. Escritos de destacados autores nacionales, documentos, leyes, Gacetas, Constituciones, Tratados, estadísticas, estudios. Y algunas colecciones completas de publicaciones sobre nuestra historia que no pueden encontrarse en otros sitios. Por ejemplo, allí están todos los ejemplares de la Revista Conservadora y todos los ejemplares de la llamada Colección Somoza. Un verdadero tesoro, edificado con perseverancia, acuciosidad y devoción. Soy testigo presencial de esa devoción.
Esperemos que sus descendientes puedan continuar y acrecentar ese legado.
Otro legado de don Enrique es el libro sobre la Historia de Nicaragua que tituló “La lucha por el poder. El poder o la guerra”. Nos legó un relato documentado de 500 páginas sobre los aconteceres en nuestro país desde 1821, año de nuestro nacimiento como nación independiente, hasta el 2006.
¿Qué motivos tuvo el expresidente para dedicar largas horas por varios años para escribir sobre la historia de nuestro país?
Dejemos que nos lo diga él mismo:
“Porque Nicaragua me importa, me he atrevido a escribir este libro sobre la incesante lucha violenta fratricida por el poder político, tema que considero como el principal causante de haber llevado y mantenido a Nicaragua, por muchos años de su vida independiente, hasta hoy, en el último lugar como el país más pobre de América Latina…El mirar el pasado no es para averiguar cómo podemos cambiarlo, el pasado es inalterable, sino para derivar lecciones de nuestras actuaciones que nos sirvan de guía en futuras decisiones para futuras acciones.”
“Quien no sabe de dónde viene y dónde está, no sabe a dónde ir, y no llegará a ninguna parte”.
Una verdad del tamaño de una montaña.
Con el pasaporte visado
Una de las características que más me llamaba la atención del expresidente, era la entereza que siempre mostró en público frente a los severos golpes familiares que recibió. Siempre observé serenidad en su rostro y en su mirada. Le pregunté cómo había hecho para afrontar esos golpes.
Con la misma serenidad me vio a los ojos y respondió: “He tenido que asimilar impactos muy duros. He perdido a tres de mis hijos. El primero en un accidente, en 1976. Fue un golpe devastador. Pero tuve la buena ventura de casarme con una mujer como doña Lila T. Ella fue mi sostén. Tenía un talento, unas convicciones y una gran fuerza moral. Fue el pilar de mi vida. No sería nada de lo que he sido sin ella. Ella me sostenía cuando me tambaleaba. O me levantaba cuando me resbalaba. La fe, la resignación, la comprensión son las claves para enfrentar esas situaciones.”
No soy fanático religioso, agregó, creo que el fin último para el que fui creado es para la otra vida. Así que estoy tranquilo, tengo mi pasaporte visado y creo tener mis papeles en orden.
A medida que a dictadura nos empuja más y más hacia el abismo, se eleva todavía más la figura de don Enrique y su lucha, en las últimas trincheras, librando batallas por preservar la democracia, muchas veces en soledad e incomprensión. Él cumplió su parte. Nos toca a nosotros completar la tarea.
Que descanse en paz nuestro apreciado don Enrique.