27 de enero 2021
BERLÍN – En todo el mundo los liberales se atreven a abrigar la esperanza de que el violento desenlace de la presidencia del Donald Trump tenga su lado positivo: a saber, que la ignominiosa salida del escenario político del instigador en jefe hará escarmentar a los populistas en otras partes... desafortunadamente, su optimismo es ingenuo.
A diferencia de lo que suponen los reiterados comentarios sobre la «ola» populista que invadió al mundo en los últimos años, el ascenso y la caída de los líderes populistas no suele tener efectos significativos en otros países. Así como no hay honor entre ladrones, no hubo solidaridad en el Populismo Internacional cuando realmente la necesitó. Los compinches de Trump —como el primer ministro indio Narendra Modi, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y hasta el presidente ruso Vladímir Putin— al final reconocieron la victoria electoral de Joe Biden.
Más importante aún, si bien Trump fue omnipresente, nunca fue un populista típico. Los populistas de derecha en el gobierno tienden a ser más cuidadosos a la hora de mantener una fachada de legalidad y evitar que se los asocie directamente con la violencia en las calles. Debido a que el asalto al Capitolio de EE. UU. el 6 de enero claramente fue una señal de desesperación, no prefigura necesariamente el destino de otros movimientos populistas (ni el de la derecha radical). La única verdadera moraleja es que otros cleptócratas populistas también pueden recurrir a movilizaciones callejeras violentas si en algún momento se ven realmente acorralados.
Los liberales suelen decir que aprecian la extrema complejidad del mundo, mientras que los populistas son grandes simplificadores; pero fueron los liberales quienes impulsaron la narrativa extremadamente simplista de una ola populista mundial, como si no hubiera que considerar cuidadosamente los contextos nacionales específicos.
Según esta teoría de efecto dominó —adoptada con entusiasmo por los propios populistas— el inesperado triunfo de Trump en 2016 dispararía la victoria de los populistas de derecha en Austria, los Países Bajos y Francia. De hecho, sucedió todo lo contrario: en Austria, Norbert Hofer, candidato presidencial del Partido de la Libertad, de extrema derecha, perdió después de sus payasadas trumpistas, que afectaron la percepción de los votantes sobre su aptitud para ser presidente; en los Países Bajos, el demagogo de extrema derecha Geert Wilders contaba con el apoyo de Trump, pero finalmente tuvo un mal desempeño en las urnas; y en Francia, la derrota de Marine Le Pen frente a Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales de 2017 confirmó lo que ya había quedado claro, el eurotrumpismo no era una estrategia eficaz, después de todo.
Ya se sabe que lo que funciona en una cultura política tal vez no lo haga en otras. Mucho también depende de las decisiones de los actores que no son populistas: en el caso de EE. UU., Trump contó con la colaboración de las elites establecidas del Partido Republicano. De hecho, con la posible excepción de Italia, ningún partido populista de derecha llegó al gobierno en Europa Occidental ni en Norteamérica sin la ayuda consciente de supuestos actores de centroderecha (que en su mayoría nunca fueron responsabilizados por su intervención para facilitar que la extrema derecha llegara a la cultura dominante).
Más aún, incluso si los partidos y estilos de gobierno asociados con el populismo de derecha terminan pareciéndose entre sí, no se desprende de ello que el ascenso de los populistas tenga las mismas causas en todas partes. Una explicación mucho más plausible de las similitudes es que los líderes populistas aprendieron selectivamente unos de otros.
Por ejemplo, ahora presionar a las organizaciones no gubernamentales molestas a través de cambios legales aparentemente neutrales es una práctica populista estándar. En lo que algunos observadores llamaron «legalismo autocrático», muchos populistas de derecha en el poder se esfuerzan por seguir normas y prácticas formales para mantener una pátina de neutralidad y poder alegar ignorancia sobre ciertas acciones políticas. A diferencia de Trump, esos líderes entienden que la violencia callejera por parte de un movimiento incontrolable podría disparar una dura respuesta, tanto dentro de sus países como en el público internacional.
Incluso cuando se fomenta de hecho la violencia, como con la persecución de los musulmanes en la India bajo el Partido Popular Indio (Bharatiya Janata Party), de corte hindú y nacionalista, los personajes como Modi se cuidan de hacer declaraciones oficiales que puedan ser interpretadas como incitaciones directas. De manera similar, el gobierno húngaro incesantemente se vale de tropos racistas y antisemitas, pero el primer ministro Viktor Orbán se cuida de no ir más allá de discursos en código, para no comprometer su crucial relación con la industria automotriz alemana y la democracia cristiana de ese país.
Ciertamente, si se ven acorralados, los populistas podrían recurrir a los métodos finales de Trump: tratar de obligar a las élites a cometer fraudes para evitar el traspaso del poder, o desplegar extremistas de derecha para intimidar a los responsables de las políticas. Esos actos desesperados dejaron al descubierto la debilidad de Trump, pero vale la pena notar que la mayoría de los republicanos no repudiaron a Trump incluso frente a la descarada anarquía del 6 de enero.
Es muy posible que otros populistas de derecha reparen en este hecho. Los eventos recientes en Estados Unidos dejaron en claro que las élites dispuestas a colaborar con los autoritarios son capaces de tolerar muchas cosas al final. Es particularmente probable que este ignominioso antecedente se repita en otros países donde el capitalismo amiguista haya involucrado a la comunidad empresaria en comportamientos ilegales.
Los populistas más inteligentes que Trump asfixian lentamente a la democracia a través de intrigas legales y constitucionales, pero las cleptocracias populistas de derecha basadas en la combinación de grandes corporaciones y fanatismo, en palabras del periodista indio Kapil Komireddi, probablemente no se desvanecerán sin dar pelea.
*Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate.