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¿Qué nos ha dicho Catar 2022 sobre la democracia global?

Después de Italia 1934 y Argentina 1978, Catar 2022 es el tercer Mundial que se organiza en un país dictatorial

Lionel Messi de Argentina disputa un balón con Kylian Mbappe de Francia en la final del Mundial de Fútbol Qatar 2022. Foto: Confidencial | EFE.

Diálogo Político

21 de diciembre 2022

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El mundial en Catar ha estado signado por la polémica. Desde la controvertida adjudicación del emirato como sede, pasando por las condiciones de vida y trabajo de los miles de trabajadores migrantes, hasta las amenazas a los jugadores en caso de plegarse a alguna manifestación. Estas marcas al máximo evento del fútbol interpelan la aceptación de la práctica autoritaria.

El equipo de Diálogo Político ha reflexionado sobre esto con atención con su red de autores latinoamericanos. Es con ese espíritu que este análisis especial ofrece miradas diversas sobre un evento que tal vez quede en la memoria como el Mundial de las protestas silenciosas y silenciadas.

Catar, casi contradictoriamente, quiso demostrar que la libertad de quienes gritan un gol es posible en el país de las prohibiciones. De hecho, la FIFA compró esta idea: un lugar exótico de Medio Oriente como sede del evento más importante del planeta, ¿por qué no? Había muchas razones por las que esa opción era una mala idea y ahora son más evidentes: sanciones sobre la diversidad, restricciones a la libertad de expresión, tutelaje masculino hacia las mujeres y un polémico sistema laboral sustentado mayormente por inmigrantes. No olvidemos la opacidad y denuncias de corrupción.

Afortunadamente, la atención global no solo se enfocó en el balón rodando por el campo, sino también en el alto costo de esos minutos de juego más allá de la pasión futbolera. Pero claro, no es suficiente. Aunque la FIFA diga lo contrario.


En la manifestación deportiva más globalizada, conmovió el seleccionado de Irán que se negó a cantar el himno nacional de su país, antes de disputar el partido contra Inglaterra, que perdió 6 a 2. Un gesto de reconocimiento silencioso a las protestas en Teherán por la muerte de la joven kurda Mahsa Amini, bajo custodia policial por, supuestamente, no respetar la indumentaria obligatoria de las mujeres que impone el régimen del ayatolá Ruhollah Jomeiní. La denuncia más efectiva y heroica contra la barbarie convirtió la goleada en el campo de juego, en una gran victoria moral en la arena de Catar.

Los Mundiales de fútbol siempre han sido espacios de legitimación política. Muchas veces naciones emergentes, periféricas, desplazadas buscan un asiento de reconocimiento, por vía del éxito organizacional y deportivo. Pero ya no es el fascismo o la Guerra Fría, sino el mundo del capitalismo posmoderno.

Llenamos de contenido y significado estas contiendas que, en realidad, están atravesadas por el mercadeo, la globalización del espectáculo y la deslocalización del juego. La abrumadora mayoría de los jugadores, incluso los del sur global, están desarrollados por clubes transnacionales de las ligas española, inglesa, alemana, italiana o francesa. El estatus de dueño de club dice más de una posición dominante en la escala global, que al final trata de uniformizarse en valores que no son los democráticos, sino los del marketing.

Cuando el presidente de FIFA, Gianni Infantino, dijo que se sentía como «catarí, mujer, trabajador inmigrante, africano, gay» fue elocuente: ser todo sin ser nada es, quizás, la más acabada expresión de nuestro tiempo.

El fútbol como motivo

En 1952, Alan Turing fue condenado por homosexualidad y castrado químicamente bajo leyes inglesas. En 1958, en Bruselas, la actual capital de la UE, tuvo lugar la Exposición Internacional y Universal y allí se presentó el último de los varios zoológicos humanos que en Europa fueron comunes hasta ya muy entrado el siglo XX para mostrar a personas «exóticas». Y hasta 1956 la segregación racial estuvo vigente de manera legal en Estados Unidos, donde los «ciudadanos de segunda clase» accedían a un trato injustamente desigual, solo por su color de piel.

Persecución y castigo por causa de la identidad sexual; trato denigrante y humillante a quienes nacían en lugares desconocidos; segregación por el color de piel. Visto en perspectiva histórica, resultan aberrantes y profundamente contrarios a los derechos humanos, los marcos morales en los que convivían los ciudadanos del Occidente moderno aún en la segunda mitad del siglo XX.

Los marcos morales cambian lentamente y, solo a través del diálogo y reflexión conjunta —y no por la imposición—, las sociedades occidentales han transformando sus valores; y a partir de ahí reconocen y protegen los derechos fundamentales de los seres humanos. Llegar hasta aquí ha requerido tolerancia y diálogo. Si Occidente quiere acompañar a los ciudadanos cataríes en su camino para la construcción de una sociedad con más derechos; entonces se deben aprovechar todas las oportunidades —lejos de los boicots o amenazas— para cimentar las bases de un diálogo plural, abierto y libre. El Mundial de Fútbol constituye una de estas oportunidades.

Después de Italia 1934 y Argentina 1978, Catar 2022 es el tercer Mundial que se organiza en un país dictatorial. Sin tener en cuenta Rusia (2018), donde se celebran elecciones periódicas, pero lejos de los estándares internacionales de transparencia, pluralismo y competencia legítima.

Este es un suceso histórico que expone la brecha existente entre el fútbol y la democracia. Lo que rige a la pelota son los guarismos, las ganancias, el negocio. Queda claro que, siempre y cuando no produzcan una rentabilidad desorbitante, la libertad de expresión, los derechos de las mujeres y la diversidad sexual no son prioridades para la FIFA.

Se deja pasar una oportunidad increíble para hacer pedagogía desde el deporte más popular del planeta. No tengo duda de que, al igual que los grandes autoritarismos han utilizado a la pelota como máquina propagandística de sus regímenes, los sistemas abiertos deben asociar al fútbol con valores nobles tales como la libertad y la igualdad. Dicho de otra manera: cuidar al fútbol, no ensuciarlo.

Este Mundial de Fútbol ha convocado a los grandes debates de nuestro tiempo. Desde el abuso de los derechos humanos de los trabajadores contratados para las obras del Mundial, como la prohibición del uso del brazalete One Love, hasta el brutal asesinato de Mahsa Amini y las protestas de las mujeres iraníes. Con el Mundial como telón de fondo, tenemos una pantalla dividida donde a través del deporte vemos la ausencia de libertades que sufren unos, mientras que otros lo aprovechan para expresar su solidaridad con causas políticas.

«La pelota no se mancha»

Qatar no nos dice nada de nada en cuanto a la defensa de la democracia y el pluralismo. Adjudicar a la contienda de fútbol mundial intencionalidad política o usar a las selecciones nacionales y sus jugadores para pasar mensajes políticos es un error. Atentan contra el espíritu del juego.

Estoy de acuerdo con la FIFA cuando prohíbe cualquier consigna política o reivindicativa utilizando la pantalla que durante poco más de 90 minutos otorga el juego. El gran Diego Armando Maradona ya lo había dicho ante una Bombonera llena de público, en uno de sus tantos intentos por volver a ser el diez de Boca. Dijo: «La pelota no se mancha». Y con cinco palabras resumió lo que debe ser el fútbol, un juego, un simple juego.

Democracia, pluralismo, respeto a los derechos humanos, a las minorías y todos los etcéteras no es cosa del fútbol. No tiene nada que ver. Es cosa de la política.

La transparencia es enemiga de las autocracias. Cualquier tipo de información que no pase por el control y la eventual censura del Gobierno se convierte en una amenaza. Especialmente si el país busca guardar una imagen amable y positiva hacia el escenario internacional pese a que hacia dentro de sus fronteras los derechos más fundamentales no sean respetados. El problema para estos Estados surge cuando la visibilidad es enorme, ya que se pierde aquel control del flujo de información. Y este es el caso cuando se celebra una Copa del Mundo como la de Catar.

Algunas voces han considerado como un error la entrega de la organización a este país en el que no existe el Estado de derecho, llegando incluso a promover un boicot al torneo. Sin embargo, como explicaba la representante de Transparency International, Sylvia Schenk, en la televisión alemana, la visibilidad inherente a una Copa del Mundo puede obligar a Catar a mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, así como aumentar el respeto a los derechos humanos. Una postura que pueden compartir pocos, pero que guarda una cuota importante de realismo y optimismo. Tal vez este evento deportivo sea el punto de partida.

Catar sugiere una burbuja apartada de la realidad de tantos. Los habitantes de Ucrania enfrentan un terrible invierno. Millones de migrantes suben a barcazas para ahogarse en el Mare Nostrum y el cambio climático se hace notar cada vez más con eventos extremos. En cambio, en Catar se utilizan estadios climatizados, sistemas de transporte que ya desearían muchos países y se exhibe un lujo sin parangón con total falta de pudor y celebrado por periodistas en pos de una nota exclusiva.

Tal vez alguien calcule alguna vez la huella de carbono de este Mundial. Tal vez alguien reflexione sobre sus costos energéticos y por ende climáticos. El domingo terminó la fiesta y, con ella, los sueños de copa de muchos. Persistirán las consecuencias y tal vez alguien en algún momento nos pregunte en qué estábamos pensando cuando gritábamos goles y admirábamos palacios construidos sobre pozos de petróleo. Definitivamente, insostenible.

*Texto publicado originalmente en Diálogo Político

*Diálogo Político es una Plataforma para el diálogo democrático entre los influenciadores políticos sobre América Latina. Ventana de difusión de la Fundación Konrad Adenauer en América Latina.

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