28 de noviembre 2018
Nuestro actual proceso de modernización política se vuelve particularmente complejo e incierto ante el profundo atraso cultural precapitalista. Hay una correlación directa entre oligarquía, como clase dominante, y autoritarismo político corrupto como modelo político prevalente, con obvios remanentes feudales.
Los thinktank (o centros de pensamiento norteamericanos) generan propuestas voluntariosas sobre cómo resolver nuestra crisis, desconociendo la realidad social y su desarrollo interno. Veamos como ejemplo, el ensayo Nicaragua revolution and restoration, sobre el aterrizaje suave en Nicaragua de Richard Feinberg, del Brookings Institution, un extracto del cual fue publicado en Confidencial, el 10 de noviembre pasado, bajo el título de La negociación del aterrizaje suave.
Escribe Feinberg: “El aterrizaje suave es un acuerdo negociado para resolver sin más baño de sangre la crisis de Nicaragua”.
¿Qué es resolver la crisis para Feinberg? Para los ciudadanos significa una cosa, para Ortega significa lo opuesto. Ortega cree haberla resuelto a balazo limpio. Y se prepara para continuar en el poder por esa vía.
O bien, Ortega se rinde y entrega el poder. O bien, el pueblo se rinde y deja de luchar. Porque una crisis de gobernabilidad se resuelve con la derrota de una de las partes en conflicto. No hay un escenario de lucha por la libertad donde, por algún acuerdo, ganen ambos, opresores y oprimidos. Ya que, derrotar al opresor, es precisamente el tema de la lucha por la libertad.
Todo el artículo de Feinberg, en lugar de mostrar cómo se llega al aterrizaje suave por la evolución más probable de los hechos (como se procede metódicamente en una tesis académica), parte simplemente de esta premisa antojadiza de la victoria orteguista. Feinberg es un escritor de guiones de reparto, no un analista político de los intereses y de las fuerzas sociales en conflicto.
El aterrizaje suave busca que permanezca el orteguismo
El aterrizaje suave no es una salida a la crisis, sino, un intento poco inteligente de ocultar la crisis bajo la alfombra.
Si lo vemos con alguna sensatez, una crisis en aumento no admite aterrizaje suave, sino, que demanda que se enfrenten urgentemente sus causas. Para ello, se requiere un diagnóstico preciso de la crisis y de su evolución más probable.
Pensar que la dictadura orteguista se desmonte dialogando o que una crisis de gobernabilidad se supere negociando, es una ilusión. Las crisis se superan cuando se eliminan sus causas. Y no hay atajos que hagan innecesario eliminar las causas.
Origen de la crisis de gobernabilidad
Nuestra crisis política explota en abril como crisis de gobernabilidad, por la criminalidad enloquecida de la represión estatal, que intenta doblegar sin escrúpulos humanitarios la resistencia ciudadana ante las medidas de austeridad en curso. Austeridad desesperada por la grave desaceleración del consumo, por la caída de los afiliados al INSS, la pérdida de la inversión privada, y de la inversión directa extranjera, por la caída de la importación de bienes de capital, el profundo impacto negativo sobre la demanda agregada por el desvanecimiento de 500 millones de dólares anuales de la ayuda venezolana, por el agotamiento del boom de los precios de las commodities, así como porque se ha alcanzado el límite de la expansión de la frontera agrícola, producto de una economía agropecuaria colonial extensiva (ver al respecto el excelente artículo del doctor Acevedo, del 18 de julio de 2018, sobre el agotamiento del patrón de crecimiento económico).
Aterrizaje suave y gobierno desde abajo
Escribe Feinberg:
“Un acuerdo viable también tendría que responder a las principales preocupaciones de Ortega-Murillo y el FSLN. Cualquier opción estaría combinada con garantías para la pareja, sus familiares y asociados más cercanos de conservar sus bienes acumulados, e inmunidad ante enjuiciamiento nacional o internacional”.
En el mundo real, para una dictadura criminal su garantía efectiva –que preocupa a Feinberg- radica en conservar la capacidad de convulsionar a la sociedad con la anarquía, con fuerzas militares a su servicio, al margen de la ley, e inmunes.
Luego, Feinberg pide simplemente al zorro que deje de comer gallinas: “El liderazgo del FSLN deberá hacer un compromiso de no tratar de repetir las debilitantes experiencias de los 90, cuando el FSLN al mando de Ortega “gobernó desde abajo”.
El gobierno no es sólo una entidad formal, ni se define exclusivamente por compromisos estables, sino, que es una forma de poder político. De modo, que siempre que existe un gobierno débil, sin estructuras de represión independientes en grado de imponer el orden constitucional, ese gobierno puramente formal, sin cambios radicales en la policía y en el ejército orteguista, que han defendido criminalmente a la dictadura, enfrentará un gobierno desde abajo que pugne en los hechos por el poder real.
Gobernar desde abajo es una expresión de la correlación de fuerzas. La debilidad estructural del gobierno formal es la causante del gobierno desde abajo.
“Al mismo tiempo, la comunidad internacional y la oposición -dice Feinberg- tendrán que aceptar que el FSLN, muy probablemente, seguirá siendo una fuerza política potente y legítima, y que la seguridad y las libertades públicas de sus miembros deberán garantizarse”.
En lugar de señalar cómo desmantelar a la dictadura, Feinberg llama a la comunidad internacional a que garantice la seguridad y las libertades de los orteguistas. La realidad, en cambio, es que ningún plan económico es posible sin antes desmantelar a la dictadura.
Un programa de cambios estructurales
La lucha consecuente contra la dictadura actual debe adelantar simultáneamente un programa de cambios estructurales en el sistema económico de nuestra sociedad, que le abra camino al desarrollo de las fuerzas productivas. Esto significa la presencia activa de un sujeto social en grado de encabezar, en propio interés, las luchas políticas por el cambio.
Lo importante no es la unidad de agrupaciones políticas opositoras, sino, la estrategia de un partido revolucionario para convertirse en un partido de masas, mediante la dirección consecuente de las luchas unitarias de los ciudadanos.
Es imprescindible discernir el carácter político de nuestra próxima transformación revolucionaria. Es decir, al contrario de lo que dicen los representantes burocráticos de la UNAB (que toman, entre ellos, decisiones insignificantes por consenso, sin que la independencia de las masas cuente en sus cálculos), la lucha contra el régimen de Ortega debe generar un vasto debate ideológico sobre los cambios necesarios en nuestra realidad económica y social, y debe reagrupar conscientemente a la sociedad, que combate por la libertad, en torno a programas sociales de cambio, no en torno a supuestos líderes opositores reunidos en una unidad estéril y amorfa, de desvergonzada índole electorera.
Esta pretensión de los opositores tradicionales (entre ellos, muchos sandinistas de viejo cuño), de tomar decisiones, sin ideología alguna, a nombre del pueblo en lucha, lleva en ciernes el nocivo germen burocrático del orteguismo.
Burocratismo y lucha pacífica
La propuesta de una lucha pacífica en contra de la dictadura orteguista no es garantía de que no llegará al poder una capa burocrática que instale nuevamente un poder político por encima de la sociedad.
Un régimen burocrático no se basa necesariamente en la violencia, sino, en la sustitución de las masas, en la supresión de sus luchas y de su independencia.
Por falta de ideología, los opositores tradicionales, unidos en la UNAB, carentes de estrategia, se preguntan cómo hacer para que Ortega se siente a dialogar con ellos, respecto a un proceso electoral a corto plazo. Hay un vicio oculto de razonamiento en su pregunta, ya que se proponen, no la lucha de masas, sino el diálogo entre ellos y el dictador, que más bien depende del desarrollo de la lucha.
Se preguntan, desconcertados, por qué Ortega no colabora activamente con su propio debilitamiento como gobernante absolutista.
Unidad, no de cúpulas, sino, de las masas en la acción
Lo fundamental es la unidad de las masas en la acción, no la unidad de cúpulas. Lo esencial es ayudar a las masas, desde las distintas perspectivas ideológicas, a comprender sus intereses y la evolución de la situación política. La ideología no es algo que una organización guarde en el bolsillo para endosarla luego, como una corbata, sólo cuando se celebre la derrota de la dictadura. Sino, que la ideología es la perspectiva metodológica con que se traza la estrategia combativa de masas, y con la que se definen las consignas que efectivamente induzcan a la acción unida de los ciudadanos por un cambio holístico del sistema.
Ortega aterrizaría suavemente sólo en una realidad tolerante con sus crímenes. Es la tesis subyacente cada vez que alguien dice que la única salida es el diálogo. Los sectores nacionales que solicitan a Ortega que acceda al diálogo como única salida de la crisis, estarían obligados a explicar en qué su estrategia se diferencia del aterrizaje suave de Feinberg.
El autor es ingeniero eléctrico.