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¿Qué hay detrás de los ataques a monseñor Báez?

El régimen está empleando sus armas con torpeza, en la campaña emprendida en contra de monseñor Silvio Báez

Onofre Guevara López

30 de octubre 2018

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Cuando la dictadura la emprendió en contra de la protesta del 18 de abril por la reforma inconsulta del INSS, fue obvio que esperaba confiado en desalentar otras protestas, como había sucedido durante los últimos once años.  Pegar y hacer correr era lo habitual.

Así fue antes de abril.  Cuando se repetía un intento de protesta, aunque fuera con un pequeño plantón, se repetía la represión con la llamada juventud sandinista para el mismo resultado: imposición del terror… y volvía “la paz social”.

A partir del 19 de abril, la protesta tuvo una desacostumbrada  continuidad, porque encontraron la resistencia cívica como respuesta y con nuevos actores, la juventud universitaria.  Recibieron la misma represión, pero no tuvo el mismo final, pues aplicaron los asesinatos y otros represores: policías y paramilitares. Aunque es la misma juventud sandinista, sin el uniforme que luce en el coro de los espectáculos de cada 19 de julio en la plaza, pero con armas y la capucha marera.

Todos conocemos a cuántos han asesinado, secuestrado, encarcelado y juzgado por los tribunales de la dictadura, sin que ante sus inquisidores hubiesen tenido ni siquiera las fotos de sus asesinos para ser juzgados.  No ha sido necesario para la “justicia” orteguista, porque para eso ha convertido a las víctimas en supuestos victimarios.


La continuidad de la represión durante más de medio año, ha sido también el tiempo de la continuidad de la resistencia cívica, y esta se ha fortalecido creando los organismos unitarios, lo que fue posible por la unidad en la acción.  Esto confirmó que la costumbre de la represión sin respuesta se había acabado para siempre, y  demostró que ya no es una simple resistencia.

Hacía cuatro años entonces, cuando una Carta Pastoral conmovió a la opinión pública, y tanto a Ortega, que no dijo una sola palabra en respuesta a la solicitud de un diálogo nacional que los obispos le hicieron en su carta. Ningún partido político hizo algo similar al análisis y la crítica al sistema violador de la institucionalidad, como lo hicieron los sacerdotes.

Y fue hasta que reventó la paciencia popular de forma espontánea y se tiró a las calles a protestar, que la dictadura se acordó de la carta, y solicitó a la Conferencia Episcopal convocara al diálogo nacional.  La iglesia hizo la convocatoria, nombre la comisión negociadora, quizás no bien escogida, pero de esa actividad surgió la organización de la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, luego ampliada en la Unidad Nacional Azul y Blanco.

Dos hechos inéditos antes del 18 de abril que necesitan y merecen ser cuidados para desarrollar su acción en unidad, como garantía de su misión histórica frente a la dictadura, para después abrir la etapa de la democratización del país. Y esa unidad no sería posible, sin la tolerancia mutua de las ideologías y de las políticas partidarias que nos han separado siempre y, de hecho, una ocasión para practicar la dirección colectiva y deshacerse del caudillismo impositor.

No es razonable tener dudas de la ventaja que eso tiene. Lo saben hasta los adversarios de las libertades públicas y los derechos humanos, y por eso combaten la resistencia cívica con fusiles, cárceles y tribunales de injusticias.  Esas armas no son las únicas que tienen, pues emplean las armas políticas e ideológicas de manera descarada, torpe y cruel.

Sutileza utilizan algunos falsos amigos, que los hay con en todo movimiento.  El régimen está empleando sus armas con torpeza, en la campaña emprendida en contra de monseñor Silvio Báez, y no sólo contra él por su actitud a favor del pueblo, sino contra lo que representa en la cúpula de la iglesia católica y su Conferencia Episcopal.

No le perdona su labor crítica en su condición de testigo y mediador en el frustrado diálogo nacional.  Pese a su falta de resultados y en receso por la actitud negativa del régimen, no hay sector político nacional ni internacional que no sigan teniendo el diálogo como la mejor salida a la crisis en que se debate el país.

Pero esto no debe impedir a la UNAB el replanteamiento de la táctica frente a la dictadura, pero sin rechazar de forma absoluta la idea del diálogo con que respaldan su apoyo los organismos internacionales para con la resistencia cívica.

Es evidente que el único que no desea el diálogo y lo ha saboteado es Daniel Ortega, porque incluye las elecciones adelantadas, pero como no le conviene rechazarlo con franqueza, ha puesto como blanco para sus disparos a la iglesia y, en particular, a monseñor Báez, por ser uno de los más firme,  confiable y --¿por qué no decirlo?— el más popular de los sacerdotes.

Pero el ulterior objetivo de Ortega es eliminar la posibilidad del diálogo y las elecciones transparentes. De esta forma, aunque la Unidad Nacional Azul y Blanco, no sea electorera, su existencia quedaría en duda.

A la iglesia, como institución, la dictadura ha tratado de sustituirla en la conciencia popular, manipulando preceptos y ritos religiosos en el discurso único de la dictadora Murillo, a través de sus medios de comunicación.  Que a diario caiga en el ridículo, es otra cosa. Como su última cosecha “religiosa”: una feria para celebrar en masa… ¡a 133 santos patronos! La escogencia de la feria, tampoco es casual: la plaza de La Fe Juan Pablo II.

Es claro que el régimen no se atiene solo a “competir” con la iglesia, si no que pretende acabar con la resistencia cívica organizada, porque sabe que esta no participará en ningún diálogo que no tenga como testigo a la Conferencia Episcopal completa, sin ninguna exclusión alguna.

Las jugadas sutiles contra la unidad de la resistencia cívica –lo he  reiterado antes—, viene de parte de algunos analistas que pregonan la idea de que, si es verdad que se ha logrado despertar la conciencia del pueblo, hace falta la “figura”, el “paladín con experiencia en negociaciones”, porque en un diálogo no valen las posiciones “valientes”, sino las “inteligentes”.

Otro argumento para reforzar la idea de la “figura con experiencia”, es  comparar el diálogo con un juego de beisbol: cuando “en un juego el pitcher no está tirando bien, se le cambia por otro”.  Lo han dicho en entrevistas televisivas.

Sugieren claramente, que como el diálogo no ha funcionado, hay que cambiar a los negociadores, porque ya “fracasaron en el primer intento”.  La finalidad de esos analistas, en verdad, carece de sutiliza, aunque lo parece si la comparamos con las torpezas de la dictadura.  Pero, en el fondo, le está echando la culpa del fracaso del diálogo a los negociadores y, al mismo tiempo, eximiendo de culpas a la dictadura.

¿En quiénes piensan cuando evocan a las “figuras con experiencia”, si no en los viejos políticos tradicionalistas, gastados y repudiados por la juventud combativa, desde el inicio de la resistencia?

Dice el refrán, y es cierto, que “no se debe guardar el vino nuevo en odre viejo”.   

En sus “consejos”, ciertos analistas que se proclaman opositores –y lo son, pero de gastados estilos de actuar— coinciden, tal vez sin quererlo, con los objetivos orteguistas de acabar con la resistencia cívica a cambio de los desprestigiados arreglos o pactos entre cúpulas partidarias a espaldas de sus bases.

Ante trampas como esas, es que se hace necesaria la vigilancia política para no dejar que los sutiles adversarios de la unidad, acaben con la resistencia cívica o caiga a los pies de la dictadura Ortega-Murillo.

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Onofre Guevara López

Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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