7 de octubre 2022
La guerra de Rusia en Ucrania es el conflicto más disruptivo que Europa haya visto desde 1945. Muchos en Occidente la ven como una guerra por elección del presidente ruso Vladímir Putin, pero él afirma que la decisión de la OTAN en 2008 favorable a una eventual membresía ucraniana trajo una amenaza existencial a las fronteras de Rusia; y otros vinculan el conflicto con el final de la Guerra Fría y la falta de apoyo adecuado de Occidente a Rusia tras el derrumbe de la Unión Soviética. ¿Qué podemos hacer para discernir los orígenes de una guerra que puede durar muchos años?
La Primera Guerra Mundial ocurrió hace más de un siglo, pero los historiadores todavía escriben libros en los que debaten sus causas. ¿Comenzó porque en 1914 un terrorista serbio asesinó a un archiduque austríaco, o tuvo que ver más con el desafío de una ascendiente potencia alemana a Gran Bretaña, o con el aumento del nacionalismo en toda Europa? La respuesta es «todo lo anterior, y más». Pero hasta su estallido en agosto de 1914, la guerra todavía no era inevitable, e incluso entonces, no era inevitable que tuvieran que seguir cuatro años de matanzas.
Para esclarecer la cuestión, es útil diferenciar entre causas profundas, intermedias e inmediatas. Pensemos en el armado de una hoguera: juntar leños gruesos es una causa profunda; añadir ramitas finas y papel es una causa intermedia; y encender la cerilla es una causa precipitante. Pero incluso entonces, la hoguera no es inevitable. Podría ocurrir que un viento fuerte apague la cerilla, o que una tormenta repentina haya mojado la madera. Como señala el historiador Christopher Clark en su libro sobre los orígenes de la Primera Guerra Mundial (The Sleepwalkers), en 1914, «el futuro todavía estaba abierto; apenas». Una causa crucial de la catástrofe fue que se tomaron malas decisiones políticas.
En Ucrania, no hay duda de que la cerilla la encendió Putin cuando el 24 de febrero ordenó la invasión a las tropas rusas. Como los líderes de las grandes potencias en 1914, tal vez creyera que iba a ser una guerra breve y contundente, con una victoria rápida, algo así como la ocupación soviética de Budapest en 1956 o de Praga en 1968. Tropas aerotransportadas capturaban el aeropuerto, una columna de tanques tomaba Kiev; se destituía al presidente ucraniano Volodímir Zelenski y se instalaba un Gobierno títere.
Putin dijo a la población rusa que estaba llevando adelante una «operación militar especial» para «desnazificar» a Ucrania y evitar que la OTAN se expandiera hasta las fronteras de Rusia. Pero visto el enorme error de cálculo que cometió, cabe preguntarse en qué estaría pensando realmente. Sabemos por escritos de Putin, y por diversos biógrafos como Philip Short, que la causa intermedia fue la negativa a ver a Ucrania como un Estado legítimo.
Putin lamentaba la desintegración de la Unión Soviética (a la que prestó servicios como oficial de la KGB), y consideraba que por las estrechas afinidades culturales entre ambos países, Ucrania es un Estado de mentira. Además, había sido ingrata: ofendió a Rusia en 2014 con el levantamiento de la Plaza de la Independencia (Euromaidán), que destituyó un Gobierno prorruso, y con la profundización de relaciones comerciales con la Unión Europea.
Putin quiere restaurar lo que denomina un «mundo ruso», y ya cerca de cumplir setenta años, ha estado pensando en su legado. Gobernantes anteriores como Pedro el Grande expandieron en su momento el poder de Rusia. Vista la debilidad de las sanciones occidentales después de que Rusia invadió Ucrania y se anexó la península de Crimea en 2014, tal vez Putin se preguntara: ¿por qué no ir más allá?
La perspectiva de ampliación de la OTAN fue una causa intermedia menor. Occidente creó un Consejo OTAN‑Rusia para que funcionarios de defensa rusos pudieran asistir a algunas reuniones de la OTAN, pero Rusia esperaba más de la relación. Y aunque el secretario de Estado de los Estados Unidos James Baker dijo al Gobierno ruso a principios de los noventa que la OTAN no se iba a ampliar, historiadores como Mary Sarotte han mostrado que Baker se apresuró a revertir esa garantía verbal, que jamás estuvo respaldada por algún acuerdo escrito.
Cuando en los noventa el presidente estadounidense Bill Clinton discutió la cuestión con su par ruso Boris Yeltsin, Rusia aceptó a regañadientes cierta ampliación de la OTAN, pero las expectativas de ambas partes no eran las mismas. La decisión que tomó la OTAN en su cumbre de 2008 en Bucarest de incluir a Ucrania (y Georgia) como futuros miembros potenciales fue para Putin una confirmación de sus peores expectativas en relación con Occidente.
Pero aunque la decisión de la OTAN en 2008 puede haber sido errada, el cambio de actitud de Putin es anterior. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Putin colaboró con los Estados Unidos; pero el discurso que pronunció en la Conferencia de Seguridad de Múnich en 2007 muestra que ya antes de la cumbre de Bucarest estaba molesto con Occidente. De modo que la posible ampliación de la OTAN fue solo una de varias causas intermedias; y perdió relevancia poco después de la cumbre de Bucarest, cuando Francia y Alemania anunciaron su intención de vetar el ingreso de Ucrania a la OTAN.
Detrás de todo esto hay una serie de causas remotas o profundas que vienen del final de la Guerra Fría. Al principio, hubo mucho optimismo (en Rusia y en Occidente) respecto de que el derrumbe de la Unión Soviética permitiera el surgimiento de la democracia y de una economía de mercado en Rusia. En los primeros años, Clinton y Yeltsin hicieron un esfuerzo real para forjar buenas relaciones. Pero aunque Estados Unidos proveyó préstamos y asistencia económica al Gobierno del primer ministro ruso Yegor Gaidar, los rusos esperaban mucho más.
Además, tras siete décadas de planificación central, era imposible que Rusia se transformara de pronto en una economía de mercado floreciente. El intento de forzar semejantes cambios en tan poco tiempo solo podía provocar enormes alteraciones, corrupción y desigualdad extrema. Mientras algunos oligarcas y políticos se enriquecían con la privatización acelerada de activos estatales, el nivel de vida de la mayoría de los rusos empeoró.
En la reunión de Davos de febrero de 1997, el gobernador de Nizhni Nóvgorod, Boris Nemtsov (más tarde asesinado), contó que en Rusia nadie pagaba impuestos y que el Gobierno estaba atrasado en el pago de salarios. Después, en una cena en la Escuela Kennedy de Harvard que tuvo lugar en septiembre del año siguiente, el parlamentario liberal Grigori Yavlinski dijo que «Rusia es totalmente corrupta y Yeltsin no tiene una visión». Incapaz de hacer frente a los efectos políticos del deterioro de las condiciones económicas, Yeltsin (cuya salud menguaba) recurrió a Putin (un ignoto exagente de la KGB) para que lo ayudara a restaurar el orden.
Nada de esto quiere decir que la guerra en Ucrania fuera inevitable. Pero lo cierto es que con el correr del tiempo se fue volviendo cada vez más probable. El 24 de febrero de 2022, Putin cometió un error de cálculo y encendió la cerilla que dio inicio a la conflagración. Cuesta imaginarlo apagando el incendio.
Texto original publicado por Project Syndicate