24 de abril 2024
Vladimir Putin ganó las elecciones manipuladas celebradas en Rusia en marzo pasado con, presuntamente, el 87% de los votos. Previo a los comicios, según informes recientes (del 2022 al 2024) de Amnistía Internacional, del Comité Mundial para la Defensa de los Periodistas y de la Relatora Especial de la ONU para Rusia, Mariana Katzarova, el gobierno ruso había aprobado nuevas leyes restrictivas, había cerrado decenas de emisoras de radio y televisión y había encarcelado, inhabilitado y/o inducido a salir de Rusia a miles de periodistas, dirigentes de la comunidad LGBT, contrincantes políticos y otros opositores, muchos de los cuales están desaparecidos o muertos.
Como ha ocurrido por años durante sus gobiernos, dos de sus principales adversarios murieron en circunstancias sospechosas: Yevgueni Prigozhin, jefe del militar Grupo Wagner, el pasado 23 de agosto, cuando, luego de retar a Putin, su avión se estrelló; y el más connotado líder de la disidencia, Alekséi Navalni (encarcelado desde 2021), el pasado 16 de febrero, según el Kremlin por “causas naturales”, en una inhóspita prisión siberiana.
Putin y Trump, de extrema derecha y aliados
La victoria de Putin es una gran noticia para su mejor aliado en Occidente, Donald Trump, a quien se le imputan 91 delitos y que llama “genio” al presidente ruso y utiliza a un grupo de republicanos en el Congreso para entorpecer la ayuda a Ucrania y así favorecer a Rusia. A cambio, medios informativos del gobiernamiento ruso como Sputnik, Tass y Russia Today lo elogian permanentemente.
Estamos ante un esquema de colaboración que se ha tornado tan obvio que, para tratar de engañar a ilusos, hace unas semanas Putin alegó públicamente que prefería que Biden fuera reelecto.
No es la primera vez que Putin y Trump (quien tuvo negocios en Rusia), coinciden en torno a intereses políticos comunes. El conocido en Estados Unidos como “informe Mueller” (2019) concluyó que el gobierno ruso favoreció a Trump durante las elecciones de 2016, y además estableció que mantenía esa posición de cara a las elecciones del 2020.
En términos ideológicos, Putin y Trump tienen coincidencias. Ambos son de extrema derecha y comparten un discurso ultranacionalista, supremacista, de falsa superioridad moral, aislacionista, contrario a instituciones occidentales como la OTAN, a libertades civiles y a derechos de las mujeres, grupos étnicos y religiosos, los homosexuales y los inmigrantes.
En este último asunto, Trump es partidario de reprimir el flujo migratorio latinoamericano hacia Estados Unidos. En eso, teóricamente, choca con gobiernos de América Latina de los que se autodenominan “progresistas” y/o de izquierda que históricamente han tratado de proyectarse como los mayores defensores de los derechos humanos.
La mayoría de la izquierda latinoamericana apoya ‘de facto’ a Putin
En una reunión de la Organización de los Estados Americanos (OEA) celebrada el pasado 21de febrero, 25 de los 32 estados miembros votaron a favor de una resolución para reiterar el repudio a la invasión rusa de Ucrania.
Además del gobierno del estado caribeño de San Vicente y Granadinas, miembro de la Mancomunidad Británica, y del gobierno salvadoreño del conservador Nayib Bukele, los otros cinco votos contra el repudio a la invasión provinieron de gobiernos de izquierda y/o centro izquierda: Brasil, Bolivia, Honduras, Colombia y México. Originalmente, en 2022, cuatro de esos cinco países (Bolivia se abstuvo) repudiaron la invasión en la ONU, pero hoy han modificado su posición al respecto.
Eso los acerca a los regímenes no democráticos y de izquierda radical de Cuba, Venezuela y Nicaragua, que, con mayor claridad, han respaldado la agresión rusa que vulnera el Derecho Internacional, viola la soberanía de Ucrania y pisotea el Memorando de Budapest de 1994. En ese documento, firmado libremente por los gobiernos de Ucrania y Rusia de entonces, este último país se comprometió por escrito a reconocer y respetar la soberanía y la integridad territorial de Ucrania. A cambio, el gobierno de Kiev le entregó 5.000 armas nucleares.
Entre los gobiernos latinoamericanos de izquierda, Chile es la más convincente excepción. Gabriel Boric ha respaldado desde el principio a Ucrania y por tanto al Orden Internacional de Derecho. Además, en otras instancias ha cuestionado vigorosamente la violación de los derechos humanos en Cuba, Venezuela y Nicaragua.
En la reunión de la OEA también el gobierno de Guatemala, de centroizquierda, instalado en enero pasado, votó a favor del repudio a la invasión.
Lula y Petro: líderes de la ortodoxia desde la democracia
Además del respaldo absoluto a la invasión rusa de los autócratas Nicolás Maduro, Miguel Díaz-Canel y Daniel Ortega, los gobernantes de izquierda al frente de regímenes democráticos en la región, encabezados por Luiz Inácio Lula da Silva y Gustavo Petro (que se proyectan más que los otros presidentes como líderes mundiales), también manifiestan consentimiento por esa acometida perpetrada por un régimen de ultraderecha como el ruso.
Ambos gobiernos han exhibido ortodoxia ideológica desde sus presidencias, que en algo han atenuado ante los nuevos atropellos del régimen venezolano contra su verdadera oposición durante los procesos de poder previos a las elecciones convocadas para julio próximo. No obstante, mantienen esa ortodoxia en el caso de la intrusión rusa. Por tanto, ven en Putin a un aliado estratégico capaz de enfrentar al gobierno de Estados Unidos, la potencia hegemónica que es símbolo del “malvado capitalismo neoliberal”.
Por eso, afirmativamente o por encubrimiento, respaldan a Putin en su barbarie, aunque este hará todo lo posible por llevar a la presidencia de Estados Unidos a alguien que es para ellos un enemigo ideológico, cuyos estilos nso confrontativos y podrían debilitar las relaciones con sus países y mermar las cuantías que por concepto de remesas reciben desde Norteamérica.
¿Será que acaso Trump, en agradecimiento a Putin por su apoyo en las elecciones de 2016, 2020 y 2024, desde su presidencia dejaría deliberadamente espacios en Latinoamérica para que Rusia desarrolle allí su agenda con mayor eficacia?
*Artículo publicado originalmente en Latinoamérica21