7 de noviembre 2017
"¿Qué hubiera pasado si hubiesen decidido abstenerse en esas elecciones los que hoy promueven confrontación y abstención, o promueven la abstención que solamente tiene como alternativa la confrontación? Ellos no hubieran llegado al Gobierno, como lograron llegar en 1990…” Daniel Ortega, discurso del 5 de noviembre de 2017.
Cito arriba las palabras del Presidente Ortega porque me pareció insólito que hiciese un paralelo entre los dos últimos procesos electorales: presidenciales de 2016 y municipales de 2017, y las elecciones de 1990, que ganó Doña Violeta Chamorro. ¿Será posible, me pregunto, que haya perdido de esa manera el sentido de realidad?
Si el actual Gobierno volviese a realizar unas elecciones tan transparentes y observadas como las de 1990; si una persona de la calidad humana y moral de Mariano Fiallos Oyanguren fuese presidente del Consejo Supremo Electoral, si la oposición no fuera diezmada por maniobras políticas y golpes bajos; aun con defectos en el padrón, la población iría a votar.
Este es un pueblo que en votaciones anteriores a las arregladas cada vez más claramente por este Gobierno, ha participado masivamente en los procesos de elección de autoridades. Nos ha gustado votar, aprendimos que sí se pueden cambiar situaciones con los votos y, como también dijo Ortega y estamos de acuerdo, no queremos más guerras, no queremos confrontaciones, como las que dejaron cinco nicaragüenses muertos desde el domingo por violencia en estas elecciones municipales.
Las razones por las que hay abstención y por las que será cada vez más difícil movilizar a la población a estas jornadas cívicas, no son la responsabilidad de dirigentes políticos de la oposición, sino responsabilidad directa del presidente Ortega y la vicepresidenta Murillo. Ellos se han encargado de cerrar el sistema electoral para asegurarse de que no se repetirá el trauma que significó, para estas dos personas en particular, la derrota electoral de 1990.
Una de las razones que, a nivel sicológico hay que analizar para entender con qué nos enfrentamos, tiene que ver con el hecho de que en 1990, la ilusión de las plazas y la misma distancia con la realidad que sufren a menudo los poderosos, hizo pensar al conjunto del FSLN, pero sobre todo a su candidato, de que se ganarían las elecciones. No se consideraba la posibilidad de perder. No existía siquiera un Plan B que contemplara qué hacer en caso de una derrota. El resultado de las votaciones fue una amarga, rotunda sorpresa. Una vez expresada la voluntad popular, no hubo vuelta atrás. Primero porque la autoridad electoral, si bien era sandinista, era sobre todo, honesta. No iba a prestarse a negar la realidad, ni a distorsionarla. En segundo lugar, porque con la observación nacional e internacional que vigiló el proceso, era prácticamente imposible no aceptar la voluntad popular. Fue por todas estas razones que el FSLN, en un acto que lo enaltecerá siempre en la historia nacional, entregó el poder el 25 de febrero de 1990. El golpe psíquico, sin embargo, de pasar de la seguridad absoluta de contar con el apoyo popular, a la comprobación de que el pueblo había elegido a Violeta Chamorro y no a Daniel Ortega, creo que dejó una marca indeleble en el que debe haberse sentido como el mayor perdedor.
Recordemos también que Ortega perdió por 16 años una tras otra elección y que la de 2006 la ganó porque hizo un pacto con Alemán y porque murió Herty Lewites. Si Herty no hubiese muerto, aun con el pacto, Daniel habría perdido. Herty le habría quitado suficientes votos para que no alcanzara al magro 38% con el que ganó.
El sistema electoral actual se ha modificado y diseñado para garantizar que nadie más que el FSLN pueda ganar, y no solo ganar, sino conservar la mayoría en la Asamblea Nacional. No importa que las autoridades electorales estén desprestigiadas, no importa que se violenten las regulaciones. El fin justifica los medios es la filosofía que priva.
El pueblo nicaragüense, en su inmensa sabiduría, está claramente diciendo al abstenerse masivamente que estos procesos electorales no son competitivos, ni son limpios y que los resultados se deciden de antemano. Hasta las mismas bases sandinistas cuentan con el gane. ¿Para qué ir a votar entonces si los dados están marcados?
Ciertamente que los nicaragüenses aman la paz. Muy frescas están aún las heridas de las guerras. Las armas no son una opción aún. Entonces, ante estas tristes realidades, la gente responde con la única rebeldía que le queda: la abstención.
Este nuevo FSLN de Ortega podrá conservar el poder, pero ha perdido la confianza de la población. Eso pasa con un pueblo tan inteligente como este: no se deja dar gato por liebre.