8 de noviembre 2024
Existen múltiples explicaciones de la victoria de Trump e innumerables análisis ya de lo que significa para México. No quisiera repetir lo que varios ya han escrito o dicho, ni tampoco abrumar a nadie con largos pasajes sobre estos temas. Me limito a un par de reflexiones sobre la elección misma y otro par sobre las implicaciones para nosotros.
Trump ganó, entre muchas otras razones, por el aumento en su proporción del voto hispano en general y de los varones latinos en particular. En 2016 la diferencia entre el porcentaje de votos hispanos que obtuvo Hillary Clinton y el que alcanzó Trump fue de 32 puntos; en 2020 entre Biden y Trump de 23 puntos; esta vez de sólo 12 puntos. El abultado margen de antes se esfumó. Entre los hombres latinos el cambio es aún más dramático: Trump superó a Kamala Harris por un poco más de 10 %. Esta única modificación no hubiera bastado para que Trump ganara, pero contribuyó a su triunfo. ¿A qué se debe?
Abundan de nuevo las explicaciones; me limito a dos, que no son necesariamente las más importantes, pero quizás las más interesantes. Lo que en el mundo entero se llama el wokismo, en Estados Unidos ha llegado a extremos. Empezó hace tiempo ya con el movimiento Black Lives Matter, con la corriente académica del Critical Race Theory, y en general con la política identitaria que ya es dominante en ese país. En esta elección hubo múltiples manifestaciones de dicho wokismo en las posturas de los demócratas en general, y de la candidata Kamala Harris en particular, pero un spot de Trump en contra de ella por su wokismo fue, en mi opinión, de una eficacia bárbara en muchos sectores, entre otros, los hombres hispanos que, conviene recordarlo, son obviamente ciudadanos norteamericanos.
Se trata de una toma de Harris de 2019 afirmando que las cirugías transgénero para presos en Estados Unidos deben ser financiadas con el dinero de los contribuyentes. En sí mismo esto no tiene nada de extraño: era la política del primer Gobierno de Trump y, por ejemplo, lo que permitió Obama en el caso de Chelsea Manning, la autora de WikiLeaks. Pero la afirmación explícita de la postura, las tomas de varios personajes trans, y el remate del spot fueron devastadores: “Harris is for they/them. Trump is for us” (Harris está con ellos/ellas. Trump está con nosotros). Resultó aberrante para los millones de norteamericanos que vieron dicho spot que un tema tan legítimo, pero a la vez tan marginal, pareciera importante para Harris.
Segunda reflexión: los hispanos que conozco más o menos bien, a saber, los cubanos de Miami y los mexicano-americanos de Texas, se resistieron al extremo, en mi opinión, en votar por una mujer, y en particular por una mujer afroamericana. Simplemente no era algo factible. No sé si la tercera, cuarta o quinta generación de estos latinos es más o menos racista y machista que la primera. Pero me parece difícil descartar la idea de que esto sencillamente no era viable. No se entiende un cambio tan grande en la votación a favor de Trump de los hispanos, y especialmente de los varones hispanos, sin este elemento explicativo.
Veo dos peligros mayores para México en la llegada de Trump a la Casa Blanca por segunda vez. El primero es que, a diferencia de 2017, la amenaza de deportaciones masivas en esta ocasión, sin excluir a los mexicanos sin papeles en Estados Unidos, va a incluir a una gran cantidad de nacionales oriundos de otros países, pero que desde hace años nos obligan a recibir en México. Biden le extendió el estatuto TPS a medio millón de venezolanos, y a través de las visas bajo perdón humanitario, a más de un millón de cubanos, haitianos, nicaragüenses y también venezolanos. Una gran cantidad de salvadoreños, guatemaltecos y hondureños también han llegado a Estados Unidos durante los últimos ocho años. Por decreto presidencial, Trump puede cancelar el TPS y el humanitarian parole para más de un millón y medio de ciudadanos de otros países, pero que difícilmente pueden ser deportados a sus propios países. Lo serán, en todo caso, a México. Peña Nieto y López Obrador, ambos, se vieron obligados a aceptar bajo distintas fórmulas estas deportaciones, que ningún país normal admite. Sheinbaum probablemente haga lo mismo, pero las dimensiones del fenómeno son muy diferentes.
Segundo peligro: el tema chino. Trump —al igual en parte que Biden— se ha manifestado repetidamente contra la utilización de territorio mexicano para la triangulación de exportaciones procedentes de China, y en menor medida —porque aún no es realmente el caso— de inversiones chinas en México para producir bienes que sean exportados a Estados Unidos, principalmente automóviles. No hay nada que permita ni que impida esta exigencia norteamericana. Es simplemente un asunto de correlación de fuerzas.
En un mundo ideal, México recibiría con los brazos abiertos cualquier inversión china —hay muy poca hasta ahora, a pesar de los esfuerzos ya de dos sexenios— y Estados Unidos no vería con malos ojos —ni aprobaría tampoco— dichas inversiones. En el mundo real de hoy, le estará exigiendo al Gobierno de México que no autorice inversiones chinas que puedan generar decenas de miles de empleos en distintas partes de México. Ni podemos aceptar tal imposición, ni estamos en condiciones de rechazarla: los instrumentos de presión de Trump contra México son demasiado peligrosos y eficaces. Cuando leo o escucho a voceros empresariales mexicanos decir que no vamos a ser víctimas del conflicto entre China y Estados Unidos, sino más bien beneficiarios del mismo, me pregunto en qué planeta viven.
*Artículo publicado originalmente en Nexos.