31 de agosto 2020
El fracaso de la coalición (y de sus integrantes) no se debe a los partidos políticos zancudos, ni siquiera al PLC. Estos partidos son coherentes con su modo de actuar de toda la vida. Es absurdo culparles porque no sean de manera diferente. Es lógico, también, que al integrar una coalición cada organización o partido político intente controlar la coalición y que, conforme a los estatutos, forme alianzas internas para ejercer la mayoría, e imponga sus decisiones.
Lo que resulta absurdo es que novatos de la política pretendan que una alianza política se forme de manera tal que todas las organizaciones que la integran partan de la certeza que a quienes conciben la idea original de la coalición les corresponda el privilegio de dirigirla (a despecho de los estatutos aprobados, en los que se dice que todos son iguales).
Es como el niño, dueño del bate y de las bolas, que se los lleva del campo de juego si no le lanzan una recta a propósito para que conecte home run.
Una organización formada, no en torno a una línea política, sino, exclusivamente, por criterios burocráticos, estatutarios (a los que llaman arquitectura de la coalición), debe operar, por fuerza, burocráticamente. Es decir, su dirección resultará, en el vacío político, tan sólo por la aplicación efectiva de los estatutos. De modo, que su empantanamiento no es político, sino, estatutario. Esto es lo que la población advierte como una gigantesca torpeza. No hay un debate político interno, sino, pleitos por el control interno.
Es absurdo que se llame a integrar la coalición a una organización profundamente desprestigiada como el PLC, y que luego se vete a los dirigentes “desprestigiados” que esta organización designa para que integren comisiones de trabajo. Y que, entonces, se le exija a esta organización un comportamiento “decente”.
La incoherencia no está en los partidos zancudos que –pese a su enorme desprestigio- fueron invitados a integrar la coalición. Hay una razón, un cálculo político (mal hecho) para invitarles a la coalición. Los responsables del desastre organizativo son aquellos que han hecho un mal cálculo político al diseñar la coalición. Y que, en lugar de asumirlo, y de analizarlo, simplemente se muestran impotentes para resolverlo, y se retiran, se niegan a formar comisiones hasta que en alguna forma la dirección de la coalición caiga en sus manos. Se llevan las pelotas y los guantes si no les lanzan una recta al plato.
Código de ética y otras tonterías
Todo mundo sabe que el PLC, invitado a la coalición, es un partido caudillista, dirigido por un caudillo corrupto, pactista, aliado de Ortega. Es no sólo tonto, sino, infantil, pretender que el PLC no opere como un partido zancudo, dirigido por un caudillo. Es como si alguien ingiere una botella de guaro y luego cargue a patadas la botella por haberlo emborrachado, y por la tremenda resaca.
Se les ocurre a los novatos, acostumbrados a gozar de privilegios, y a tener la dirección en las empresas, que podrán neutralizar el peso de los partidos zancudos si aprueban un código de ética, que recrimine al zancudismo y al caudillismo. Conciben la ética como un recurso burocrático para imponer sus privilegios. Lo lógico, entonces, es que ese código de ética, reducido a un filtro discriminatorio, expulse de la coalición a los partidos zancudos y caudillistas. Pero no que crean que cambiará la naturaleza de los partidos, o que dicho código cohibirá a los zancudos para que no intenten el control de la coalición, como corresponde políticamente. La contradicción es que necesitan a los partidos zancudos, pero, a la vez, requieren que se comporten como hijos de crianza. Sus cálculos parten de privilegios adquiridos secretamente.
El fracaso de la coalición habrá que buscarlo en la inexperiencia política de las organizaciones fundacionales, en su pretensión antidemocrática de gozar de privilegios de dirección burocrática, encubiertos a última hora en un supuesto derecho a sillas de dirección para los jóvenes.
Se recurre a la ética, a la emotividad, al concepto vago de ser organizaciones “emergentes”, autoconvocados, azul y blanco, jóvenes, dueñas del espíritu de abril, y necedades semejantes. Razones infantiles que indican el atraso político y la ignorancia política supina de tales organizaciones, es decir, de la Alianza Cívica y la UNAB.
La inmensa mayoría de la población critica el fracaso, la inutilidad, la incompetencia de estas organizaciones fundacionales, y no a los partidos zancudos que son lo que son, y que actúan en consecuencia con sus cuadros de dirección como María Fernanda Flores, Marta McCoy, Yamileth Bonilla (profundamente desprestigiadas, como debe ser). Es absurdo exigirle al PLC que no sea dirigido y que no opere con sus principales cuadros desprestigiados. Es como si las gallinas llevan un zorro de mascota al gallinero, le cortan el pelo, y esperan que con el pelo pierda la maña y que juegue con ellas como un polluelo.
Luego, aunque las gallinas aprueben un código de ética, es seguro que el zorro decidirá el menú en el gallinero. Entonces, se les ocurre que deben cambiar el diseño del gallinero.
Alianza de sectores sociales
Algunos miembros de la Alianza Cívica, como Michael Healy (que ha sido escogido por los consejeros para sustituir a Adán Aguerri en el COSEP), proponen que en lugar de aliarse a los partidos políticos se debería formar una coalición con tres sectores sociales: los empresarios, los jóvenes, la sociedad civil. Se adoptaría el método de clasificación que se usa con los residuos (para salvaguardar el medioambiente, con el reciclaje) en tres grandes componentes, según su origen y composición, en orgánicos, inorgánicos, y peligrosos. De forma igual, todos los sectores de la sociedad deberán organizarse, según corresponda, en esos tres grandes componentes sociales antes dichos.
La misma idea, casi simultáneamente, fue expresada por Kitty Monterrey, del partido CxL. Y se corresponde con el criterio absurdo utilizado por la Conferencia Episcopal al organizar el diálogo nacional, conformando, de dedo, a la Alianza Cívica original con este método discrecional, antidemocrático.
Es una idea estamental, jerarquizada. Muy probablemente, es una idea pulida en el INCAE, por quienes han promovido la tregua con Ortega con el pretexto de la pandemia, y el aterrizaje suave. Como no tiene sentido práctico, ya que a la población no se le ocurre encuadrarse en una clasificación arbitraria, la idea reaccionaria, bastante descabellada, es que una entidad superior (como hizo la Conferencia Episcopal durante el primer diálogo) nombre a personajes, a su entera discreción, que representen a cada sector social (a imagen y semejanza de lo que ocurre en la Alianza Cívica, que ha designado a alguien como representante de los trabajadores, a otro alguien como representante de la academia, a alguien más como representante de los estudiantes, otro alguien como representante del sector político, o de la sociedad civil, e via dicendo).
¿Qué consiguen? Creen dar la idea en el exterior que cuatro gatos (controlados por quien los ha nombrado desde arriba, de dedo) representan a la sociedad (que esperará pasivamente que sus “representantes” le indiquen por quien votar). Es una idea absolutista, feudal, oligárquica, muy próxima a engendrar nuevamente el fenómeno orteguista de “pueblo-presidente”. Es un proceso que va del fracaso de la coalición al fracaso del empresariado, profundamente atrasado, exportador de materia prima. No se trata siquiera de una ideología reaccionaria, sino, de las severas limitaciones culturales de la oligarquía, que teme darle paso a la modernidad.
Ahora contratan a expertos internacionales para que les aconsejen como engatusar a la sociedad. El problema es que conducción oligárquica y transformación progresista de la sociedad es una contradicción de términos.
Candidatos electorales
Para cualquiera con un dedo de frente, una coalición electoral o se forma en torno a un programa concreto (que da respuesta a la situación política), en el caso de partidos serios, con cierto arraigo de masas, o se forma en torno a candidaturas en el caso de organizaciones políticamente atrasadas, sin arraigo de masas, sin identidad política, en países sin tradición política. En consecuencia, la escogencia de candidatos debiera ser, a lo inmediato, el centro de las desavenencias, mucho más fáciles de resolver que estériles pleitos éticos o formales por el control burocrático de un vehículo descartable, que se deshecha ineludiblemente ante el cambio de la situación política, producto de los resultados electorales. ¡La coalición es una marca!, dice alguien tontamente. Pues bien, es una marca fracasada.
Ni siquiera se percatan que la coalición es como un taxi para ir de A hacia B. La estupidez es creer que una organización oportunista, como la coalición, sea perdurable, más allá de la coyuntura, y que su control, para convertirla en un vehículo propio, tenga alguna importancia como para estancarse en discutir tonterías por seis meses.
Lo esencial, para los trabajadores, es una alternativa radicalmente distinta, que no es objeto de este artículo.
*Ingeniero eléctrico