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Por amor a Trump

¿Cómo se explica la tenacidad del apoyo a Trump? Por la fuerza de sus argumentos seguro que no es, porque casi no pronuncia alguno coherente

Donald Trump

El expresidente de EE. UU., Donald Trump, arriba al aeropuerto Ronald Reagan, en Washington. Foto: EFE

Ian Buruma

7 de agosto 2023

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Es casi absurdo. Donald Trump acaba de recibir cuatro acusaciones formales por delitos que incluyen defraudar a los Estados Unidos y conspirar contra el derecho al voto de los estadounidenses. Además, enfrenta otras cuarenta acusaciones (incluidas infracciones contra la Ley de Espionaje) en un Tribunal Federal de Florida y 34 en Nueva York por delitos graves en relación con el intento de silenciar un escándalo sexual. Pero a pesar de todo eso, su condición de favorito para ser el próximo candidato presidencial republicano parece inamovible. Según una encuesta reciente, le lleva 37 puntos porcentuales de ventaja a su rival más cercano, Ron DeSantis (gobernador de Florida).

Que el expresidente pueda terminar en prisión no parece hacer mella en sus seguidores. Entre sus incondicionales, la proporción de los que consideran que hizo algo malo es cero por ciento, lo cual ya es extraño. Más extraño aún es el hecho de que al parecer, el 43% de los republicanos tiene una opinión “muy favorable” de Trump.

DeSantis (que, por cierto, parece tan incómodo en sus zapatos que hasta genera incomodidad ajena) no consigue ganarle por derecha. Pero incluso peor le ha ido a Chris Christie (un político ligeramente más interesante al que las encuestas le están dando un 2%) con sus intentos de proyectar una imagen más moderada.

¿Cómo se explica la tenacidad del apoyo a Trump? Por la fuerza de sus argumentos seguro que no es, porque casi no pronuncia alguno coherente. La mayor parte del tiempo cuesta entender lo que piensa, o si es que piensa algo en absoluto. Manifiesta indiferencia, cuando no desdén, por los hechos. Pero más miente, y parece que más lo quieren sus seguidores, como si su avalancha de falsedades les hubiera adormecido la capacidad de reconocer la verdad.


Es indudable que los cambios radicales en los modos en que la gente recibe la información tienen algo que ver. Muchas personas (y no sólo los seguidores de Trump) se encuentran muy cómodas dentro de una burbuja de desinformación basada en Internet y apuntalada por mercachifles que pasan por periodistas en Fox News y otros medios todavía más disparatados.

La burbuja trumpista está sumida en el pesimismo. A pesar de la notable resiliencia de la economía durante la presidencia de Joe Biden, el 89% de los votantes republicanos piensa que Estados Unidos va cuesta abajo. La base trumpista incluso habla de una catástrofe nacional en ciernes, causada por élites siniestras, por inmigrantes malévolos y por una perversa camarilla internacional de financistas que mueven los hilos del mundo. Trump ha sido un maestro manipulando estos temores conspiranoicos, que tanto pueden provocar la violencia vengativa como la adulación extasiada del que se autodenomina salvador.

La ansiedad popular es atribuible a varias causas. Muchos trabajadores industriales estadounidenses se sienten marginados en una economía global donde se busca mano de obra más barata en el extranjero. Y una variedad de cambios sociales y demográficos (el crecimiento de la población no blanca, la pérdida de autoridad religiosa, cuestionamientos a un conjunto arraigado de normas sobre el género y de jerarquías sexuales y raciales) dejó a la gente desconcertada y, en su opinión, desposeída; de allí que muchos adoren a un líder que les promete “devolverles el país”.

La más exitosa de las apuestas demagógicas de Trump (y la más alarmante) es presentar sus propios problemas con la justicia como un ataque a todos sus seguidores. Su equipo de campaña comparó las últimas acusaciones con la persecución en la Unión Soviética de Stalin y en la Alemania nazi. Después de la acusación de junio en el fuero federal, Trump dijo a sus simpatizantes: “Al final no es a mí al que buscan, es a ustedes, yo sólo estoy en el camino”.

La historia nunca se repite exactamente igual, y siempre es peligroso hacer comparaciones a la ligera con otros tiempos y lugares. Pero algunos aspectos del pasado pueden ayudarnos a entender mejor el presente.

En su libro Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt hizo una observación que sigue siendo válida: la mentira deliberada es el primer paso hacia la tiranía. En sus palabras: “Antes de tomar el poder y crear un mundo acorde con sus doctrinas, los movimientos totalitarios invocan un mundo ficticio de coherencia (…) en el que, por obra de la pura imaginación, las masas desenraizadas pueden sentirse en casa y ahorrarse los golpes incesantes que la vida y las experiencias reales asestan a los seres humanos y a sus expectativas”.

El historiador alemán Joachim Fest dijo casi lo mismo en relación con la “magia litúrgica” del nacionalsocialismo, una magia que, en su opinión, devolvía a la gente “el sentido perdido de pertenencia conjunta y el sentimiento de camaradería colectiva”.

Todavía más pertinente hoy resulta una observación que hizo en 1932 el político liberal Theodor Heuss, cuando los nazis estaban a punto de destruir la democracia alemana. Señaló que habían conseguido una “fantástica hazaña propagandística, esa habilidosa combinación entre héroe y santo en la que en un momento se habla del gran hombre victorioso y al momento siguiente del mártir inocente y perseguido”.

Estados Unidos hoy no es la República de Weimar alemana, condenada a la caída. Hubo guerras desastrosas en Irak y en Afganistán, pero no existe el equivalente al Tratado de Versalles que castigó a los alemanes después de la Primera Guerra Mundial, ni una depresión económica remotamente comparable con la de los años treinta.

Y algo tal vez más importante es que Trump, pese a haber llenado la Corte Suprema con fundamentalistas religiosos, no consiguió el apoyo mayoritario de las élites (a diferencia de Hitler). Ahora algunos jóvenes blancos se sienten atraídos por la ultraderecha, pero Trump no tiene nada parecido al apoyo estudiantil que tuvieron los nazis.

Si Trump termina siendo el candidato presidencial republicano, no le será tan fácil derrotar a su probable contendiente demócrata (Biden) como a sus rivales en la primaria. Pero todavía hay que ver si habrá suficiente gente que se deje convencer de votar a un hombre octogenario y a menudo vacilante para evitar el desastre de un candidato cuyo máximo deseo es volver a la Casa Blanca para no terminar en prisión.

*Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.

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Ian Buruma

Ian Buruma

Escritor y editor holandés. Vive y trabaja en los Estados Unidos. Gran parte de su escritura se ha centrado en la cultura de Asia, en particular la de China y el Japón del siglo XX.

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