Guillermo Rothschuh Villanueva
2 de enero 2022
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González creció en un ambiente favorable para el aprendizaje de un instrumento de alcurnia, como todavía sigue considerándose la ejecución del piano
Después de atravesar los ochenta años Esperanza González continuaba haciendo lo que mejor sabía hacer: interpretar el piano. Foto: Cortesía
El viaje de Adrián Cruz Lanzas a Granada en 1946, con el propósito de aprender joyería, resultó providencial. En esa ciudad conoció a Esperanza González, ella tocaba piano con elegancia y maestría, sobrina predilecta de Isabel, Josefa y Dominga González, granadinas hasta los tuétanos. El abordaje del Vapor Victoria por Cruz Lanzas, significó cumplir su deseo de surcar por barco las aguas del Gran Lago de Nicaragua. No en balde Chontales era un desprendimiento del departamento de Oriente, creado por decreto emitido por el presidente de la república, general Tomás Martínez Guerrero, el 24 de agosto de 1858. De inmediato nombró a Acoyapa, como cabeza de gobierno. Tuvieron que pasar 19 años para que Juigalpa pasara a ser la cabecera departamental definitiva (1877).
González creció en un ambiente favorable para el aprendizaje de un instrumento de alcurnia, como todavía sigue considerándose la ejecución del piano. Dos de sus tías —Isabel y Chepita— lo hacían bajo las reglas que rigen el pentagrama. Se esmeraron por que la sobrina lo aprendiera de igual manera. Deseaban transmitirle su más grande tesoro. Esperanza demostró desde niña tener oído fino y una especial inclinación por la música. A los 14 años despuntó con éxito en el Colegio María Auxiliadora. El uso del piano venía declinando en los hogares nicaragüenses. Solo unas cuantas familias continuaban la tradición. El día que Esperanza se despidió de sus benefactoras, conocía los secretos de un aparato al que dedicaría los mejores años de su vida. Después sería tabla de salvación.
En Granada, Cruz Lanzas no pudo tener mejor maestro, Norberto Ruiz se dedicó a transmitirle todas las artes de la joyería. Con la intención de que se quedara a vivir en Granada, ofreció al chontaleño enviarlo a pulirse a San José de Costa Rica. Un año después de ser novios, Esperanza y Adrián, estaban casándose. En 1950 vinieron a instalarse a Juigalpa. Sin disponer de casa propia, comenzaron a deambular, primero alquilaron la casa de Nardo Sierra, después se trasladaron contiguo a la parte sur de la casa de mi abuela María del Carmen Tablada de Rothschuh. El siguiente movimiento fue vivir en la parte esquinera de la casa de doña Merceditas Sandino y poco antes de trasladarse a su propio hogar, vivieron unos meses en casa de doña Ernestina Balladares de Ugarte.
El despegue del maestro Cruz Lanzas fue prodigioso, Augusto Vargas Villanueva y Jacinto Salinas, lo convencieron para que fundaran una sociedad. La llamaron “Seguro de prendas”. Expertos en negocios, sus socios se dedicaban a colocar las piezas y a recibir la paga. El año de 1955 fue trágico para la familia Cruz González. La sociedad con Vargas Villanueva y Salinas, naufragó. Cruz Lanzas llevó la peor parte. Su condición socioeconómica se vino abajo. Ese año tormentoso, como en las novelitas rosas, resultó providencial para Esperanza. El sacerdote granadino, Francisco Romero Guerrero, conocedor de las manos prodigiosas de su coterránea, le ofreció trabajo temporal en la Parroquia de Juigalpa. En vez de tocar piano lo hizo con el armonio. Estaba preparada.
La oferta del cura llegó en el momento justo, con sietes bocas que mantener, la plata recibida por Esperanza era utilizada para la manutención familiar. La relación con la iglesia, fue clave para establecer contacto con la mezzosoprano María Teresa Sandoval, quien se había establecido como acompañante cotidiana del padre Romero Guerrero, partidario de las misas cantadas. Los primeros en juzgar la excelencia de Esperanza, fueron los entendidos. Los pocos músicos de escuela existentes en Chontales la aplaudieron. María Teresa y Esperanza comparecieron juntas, ofreciendo un ritual diferente en cada misa que participaban. Eran un prodigio. Los chontaleños escuchaban embelesados sus intervenciones, más allá de no saber latín. No lo requerían.
Esperanza recibió en el año 1962, una sorpresa agradable, un piano que le envió de regalo desde Granada, Margarita Blend. La amistad que forjaron por muchos años, sirvió para que Esperanza recibiera un obsequió que le permitió desplegar su arte. Blend encontró la manera de cimentar los lazos afectivos que la unían con su amiga. La pianista decidió impartir clases a los chontaleños. Los primeros en matricularse fueron Natalia Barillas Cruz y Humberto Castrillo Martínez. Dueño de una sensibilidad particular, el doctor Germán Jarquín Sandoval, recibió por un tiempo a clases con Esperanza. El Negro Jarquín, médico famoso, tocaba el acordeón y al año siguiente lo encontraríamos impartiendo clases de algebra y de matemáticas en el Colegio San Francisco de Asís.
Tocar e impartir clases de piano en la provincia ganadera, era una anomalía. A través de las relaciones que fue estableciendo con familias que apreciaban sus capacidades artísticas, Esperanza empezó a labrarse su propio espacio. Directivos y socios del Club Social de Juigalpa, creyeron justo contratar sus servicios para amenizar por las tardes algunas de sus tertulias. Entusiasmados por la novedad que suponía escuchar y bailar al compás del piano, algunos decidieron contratarla para que les impartiera clases. El mayor desafío de Esperanza ocurrió en 1981, a raíz del fallecimiento de su esposo. Sola en su desamparo, se entregó por entero a hacer lo que mejor sabía. Su familia empezó a vivir por completo de lo que Esperanza ganaba. No le quedó otra alternativa que abandonar Juigalpa.
Durante muchos años el maestro Adrián y Esperanza, se dedicaron a cosechar hijos, doce en total. Toñita, Moncho, Ruth, Adrián, Freddy, Auxiliadora, Raquel, Amadeo, Carmen, Guillermo, Rebeca y Domingo, tuvieron la dicha de tener dos padres artistas. Uno en el ramo de la joyería y la otra en el campo de la música. Cuando Esperanza decidió partir en búsqueda de nuevos horizontes, ya había cimentado su autoridad. Todos los que tuvieron la oportunidad de escucharle, sentían profunda admiración por la manera que interpretaba los ritmos más variados. Swing, Chachachá, Fox Trots, Mambo, Rock and Roll, etc. Una versatilidad sorprendente. Les gustaba que interpretara este tipo de música, ella sentía especial preferencia por tocar fragmentos de operetas.
Sabiendo que algunos de sus vástagos padecían diabetes, desconozco los motivos por los cuales el matrimonio no tomó providencias. No sé cómo pudieron afrontar la pérdida de cuatro hijos. Toñita, la mayor, debió de haberles encendido la luz roja, falleció por causa de este padecimiento. Igual pasó con Auxiliadora, Amadeo y Guillermo. ¿Por qué un hombre inteligente como el maestro Adrián y una mujer sensible como Esperanza, no planificaron para evitar nuevos reveses? Tuvieron tiempo para evitarse tanto dolor y sufrimiento. Lo indicado era recurrir a métodos anticonceptivos. Como dicen algunas almas piadosas, Esperanza está libre de pecados, los portadores del gen son miembros de las familias Cruz Lanzas. Sus hijos, Rebeca y Domingo, padecen las secuelas.
El dominio de diferente clase de música, sirvió de credenciales para que, en la última etapa, granadinos y managuas contrataran los servicios de Esperanza. El Hotel Granada, fue el primero en abrirle las puertas. Ramón López y María Elena Hasbani, sus coterráneos, conocían sus antecedentes artísticos. También en Las Brasas, Camino de Oriente. Igual ocurrió con los hoteles Las Mercedes-Western Union e Intercontinental-Managua. Algunos seguidores grabaron su música, circula por las redes sociales. Tenían conciencia de su calidad de intérprete. Fue un error que nadie, ni siquiera ella ni sus hijos, se interesarán por grabar un disco. Un vacío en su largo recorrido por los caminos de la música. Al menos pueden escucharse en YouTube algunas de sus interpretaciones.
Esperanza fue un ser incansable, su jubilación en 2005 no la contuvo, siguió tocando en Casa Blanca, sobre la calle Atravesada y en el hotel Alhambra de Granada. Igual hizo en la capital, en el restaurante San Juan de la Selva. Se impuso un ritmo de trabajo infernal. Todavía a los ochenta y ocho años seguía pegada al piano. No hay manera de olvidarla. Su condición socioeconómica fue la razón para que no dejase de trabajar. Todos los que la conocimos y tuvimos el privilegio de escucharle, valoramos su condición de artista consagrada. A esto habría que sumar la estimación de millares de personas de distintas ciudades del país, que continúan elogiando sus grandes cualidades de pianista. Con puntualidad, acudían a recrearse con sus interpretaciones. ¡Para ellos lo hacía!
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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