Guillermo Rothschuh Villanueva
28 de octubre 2018
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Entre más pasa el tiempo, mayor resulta la opacidad y falta de transparencia de las redes. Dejaron de transpirar confianza
La plataforma Google Trends muestra una reducción significativa en la búsqueda de palabras relacionadas a la pandemia
“Todo lo relacionado con las redes sociales
tiene dos caras, como el dios Jano, la buena y la mala.
El problema es que la mala está empezando a ganar por paliza”.
Anthony Clifford Grayling
A pesar del papel trascendental que han jugado las redes sociales durante los seis meses y pico de protestas en Nicaragua, no es posible obviar su dualidad. Su creciente concentración en poquísimas manos, los remilgos puestos por sus dueños al ser señalados como responsables de la comercialización de datos privados y el afán porque su funcionamiento no se atenga a ninguna regla o predicado, vuelve urgente detenerse a pensar sobre los riesgos que implica dejar que sean los directivos y dueños de estos emporios, quienes determinen los límites de su actuación. Elogiamos las oportunidades que ofrecen y su valiosa incidencia en los transformaciones políticas, económicas, educativas y culturales. El dualismo con que operan por el mundo exige —hoy más que nunca— un acercamiento crítico. Sus artífices continúan acumulando un poder desmedido. Casi incontrolable.
Entre más pasa el tiempo, mayor resulta la opacidad y falta de transparencia de las redes. Dejaron de transpirar confianza. Incuestionables hasta hace pocos años, hoy son criticadas hasta por sus mismos creadores. Ya no son objeto de culto. La inevitabilidad de su ascenso no supone plegarse servilmente a todo cuanto emana de sus diferentes circuitos. En algún momento de su recorrido extraviaron el camino. No escapan a condenas de todo tipo. Creadas en su mayoría por inventores e innovadores pertenecientes a grupos contraculturales, sus dueños hoy son grandes empresarios. Las canibalizaron y convirtieron en emporios mercantiles. Carecen de una total falta de escrúpulos. Las promesas de redención terminaron transformándose en callejones oscuros. Muy pocas de sus promesas se han concretado en la práctica.
El hecho de convertirse —a partir de las jornadas de abril a lo largo y ancho de Nicaragua— en las plataformas más utilizadas y en canales de expresión para evadir la censura, demuestra que las redes sociales pueden ser usadas de las formas más disímiles. Su dualidad es manifiesta. El ingreso en las campañas presidenciales de diversos continentes abona esta tesis. Sus dueños no pueden ser exculpados de las responsabilidades que le asisten, por la forma que han venido siendo reconvertidas y utilizadas de manera fraudulenta. En situaciones extremas como las que vive Nicaragua, la masividad de su uso por las fuerzas contendientes, ratifica que los bandos en pugna pueden recurrir y asistirse de las redes sociales, para expresar sus diferencias y lograr sus objetivos. Las cuentas falsas siguen de moda.
La suspicacia quedó ratificada durante las elecciones estadounidenses de 2016. Todavía no se apaga el estruendo provocado por la circulación de miles de fakes news. El cotejo electoral sirvió como parteaguas. El ruido sigue alterando nervios y concitando rencores. Los ciudadanos del país con el más alto desarrollo tecnológico —Estados Unidos— viven momentos de angustia. El uso de las redes continúa produciendo reacciones. Con la venia de sus dueños siguen provocando escándalos. Su impostura ha sido desenmascarada. Sus artífices dejaron de ser grandes santones. Pasaron a ser lo que en realidad son: empresarios inescrupulosos. La masa de oficiantes ocultos bajo sus faldas salió a flote. Los forjadores de las redes se diferencian muy poco de los apologistas de las mentiras. Son zorros del mismo piñal.
La rentabilidad de las redes sociales es directamente proporcional a su uso despiadado. No hay conmiseración. Las objeciones que venían formulándose tímidamente —sobre los abusos que se cometían con su uso— explotaron como granadas de fragmentación. Instalaron la disidencia. En un ejercicio autocrítico, buena parte de sus creadores más reputados decidieron romper el silencio. Un gesto meritorio. El periodista Nick Bilton asumió una labor desacralizadora. Su disparo llegó en el momento indicado. Con cierto desparpajo cuenta que Evan William, uno de los brujos a los que se debe la existencia de Twitter, prefiere mantener a sus dos hijos a buen recaudo. Lejos de las pantallas táctiles y con uso limitado de la televisión. No desea verlos postrados ante su influencia contaminadora. ¿Por qué será?
Muchísimo antes, Steve Jobs —el mago de Apple— había adoptado una conducta similar. La decisión de proteger a sus hijos la hizo pública. A Bill Gates —dueño de Microsoft— se le antojó asumir medidas parecidas. ¿Sus reparos habrá calado en las conciencias y generado preguntas acerca de los motivos que subyacen en estas decisiones? Su sabiduría y conocimientos marcan pautas. ¿Estaremos decididos a imitarles? ¿Tomaremos en serio sus advertencias? No creo que sea por simple afán publicitario que se atrevan a manifestar públicamente estas objeciones. El número de desencantados crece y se multiplica. Lo hicieron convencidos que sus propuestas —a cerca de la necesidad de tomar distancia y prevenir abusos— invita a los usuarios a que las asuman cuanto antes. Muy seriamente. ¡Espero que sí!
Las redes son aliadas inmejorables en el posicionamiento de los políticos. Son eficaces dispositivos para alcanzar la presidencia de la república. Las elecciones siguen siendo punto de partida para desenmascarar sus engañifas. Debido a los malestares que vivía el Partido Revolucionario Institucional (PRI), tiraron los dados al aire y les traicionó la suerte. En noviembre de 2017 —hace ya casi un año— Enrique Peña Nieto presentó como su sucesor al cargo, a José Antonio Meade. “Cientos de cuentas tuitiaron casi al mismo tiempo @JoseAMEade hasta conseguir que el nombre del candidato del PRI se convirtiera en trending topic”, expusieron los periodistas Fernando Peinado, Javier Galán y Elvira Palomo. La inmensa mayoría eran falsas. ¿No consideraron que la maniobra podía revertirse? Los inescrupulosos viven al acecho.
Donald Trump lo hizo con éxito en Estados Unidos. De los treinta millones de seguidores que tenía en Twitter durante las elecciones, quince millones eran bots (contracción de robots). Ni siquiera el descrédito que vive la clase política ha sido capaz de contener estas farsas. El advenedizo Trump sigue jugando con las mismas armas. Su truculencia es idéntica a la que recurren políticos a los que dice repudiar. En nada se diferencia. La otra cara del uso escandaloso de las redes sociales, se realiza mediante la contratación de trolls (personal pagado para crear y manejar cuentas falsas). La utilización brutal de bots y trolls está resultando incontenible. Mientras haya plata poco o nada cambiará. Lo ocurrido en México contribuyó a develar una práctica extendida por el mundo de los negocios. Un uso que viene desde hace décadas.
El escándalo que sacude a Brasil ratifica el uso fraudulento de las redes. Con la intención de favorecer al candidato presidencial, el ultraderechista Jair Bolsonaro, multimillonarios brasileños recurrieron a WhatsApp. Brasil es el segundo país del mundo “más enganchado en esta aplicación, únicamente tras Filipinas”. El diario Folha de S. Paulo, se encargó de hacer el destape. Según estudio realizado por Ipsos, Brasil es el país más proclive en el universo mediático, en creer en informaciones falsas. De un total de 27 naciones examinadas, “más de seis de cada 10 brasileños daba por cierta una información ficticia”. Para enfrentar el infortunio, la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la CIDH, Unesco, Fundación Friedrich Ebert y Observacom, realizaron el pasado 16 de octubre en Montevideo, el seminario “La desinformación en la era digital y su impacto en la libertad de expresión y en los procesos electorales de la región”.
¿Cómo prueba de condescendencia habría que liberar de cargos a los creadores de las redes sociales? Bajo ninguna circunstancia. Siempre han estado enterados de estas operaciones. Disponen de la tecnología necesaria para descorrer cortinas y desmontar los artificios. Los ingresos recibidos operan como disuasivos. Muchísimas cuentas propagadoras de fakes news, cuentan con ejércitos de bots y trolls. El montaje de estos engaños muchas veces corre por cuenta de contratistas. El ejercicio cotidiano de difusión de mentiras se disfraza o mimetiza, con el riesgo de no destapar sus fechorías. Los propietarios de las redes van muy lentos en el desmontaje de este entramado perverso. Inadmisible. Sin las decenas de denuncias estuviesen calladas. La utilización de cuentas falsas provoca el efecto dominó. No dejan de inclinar la balanza.
Hay otra manera de comprobar el compromiso directo que asiste a los dueños de las redes sociales. Se trata de la creación de Me gusta falsos. En muchos países existen jugadores a quienes gusta sustraerse del fair play o juego limpio. La investigación sobre los señalamientos de la manera como fueron puestos en escena durante las elecciones estadounidenses de 2016 sigue su curso. Zuckerberg reconoció que el uso de Facebook incidió en el resultado de la medición electoral. Su utilización fraudulenta se extiende hacia otros sectores: negociantes, deportistas, artistas, cantantes, médicos, abogados etc. Una manera descarada de engaño. Empresas dedicadas a este negocio son capaces de inventarse y vender millares de seguidores. Son los nuevos expertos en manipular a la opinión pública fabricando falsedades.
La diferencia con otras formas de propagación de mentiras, de debe al consentimiento implícito de estas atrocidades, por parte de los dueños de las redes sociales. Muchos community maneger han creado empresas para dedicarse de tiempo completo a este negocio lucrativo. Compran millares de Me gusta falsos en Facebook a costos irrisorios. Oscilan entre 10 o 25 dólares. Esto mismo pueden hacer en Twitter, Instagram o YouTube. Los nichos disponibles de Me gusta falsos, justamente bautizados como Granjas, proliferan en el mundo. Los mejores criadores pueden ofertar hasta cuarenta o cincuenta mil bots o bien convertir en trending topic cualquier tema. Son estafadores de cuello blanco. Nada les detiene. Tampoco existen prohibiciones. Lo alarmante es que los dueños de las redes lo saben. Son los apóstoles del business is business.
Igual acontece con otros actores, cuya reputación y prestigio depende del número de usuarios —Facebook sobrepasa los dos mil millones—. Se trata del recurso utilizado por quienes buscan como posicionarse en los primeros lugares. La búsqueda de la fama genera conductas retorcidas. Compran a millares de seguidores. A muchas personas interesa adquirirla, no importa al precio que sea. Estar en la cúspide de la popularidad se convierte en obsesión. Lo cuantioso de la paga es lo de menos. La pérdida de prestigio —esa peste que persigue a Facebook— se traduce en pérdidas millonarias. Los reclamos a Facebook están en el caldero desde hace varios años. ¿Cuánto tiempo requerirá para recuperar la pérdida de confianza en varios países? Los remedios que ofrece son a corto plazo. En Europa se niegan a permitírselo.
El tráfico ilegal y consentido de perfiles personales resulta inexcusable. El atentado contra la privacidad de millones de personas, se traduce en generación de riqueza al margen de la ley y de los implicados. Los españoles se adelantaron expresando que el recurso de Habeas Data, era para el siglo veintiuno, lo que en todos estos años encarnó el recurso de Habeas Corpus. La liviandad con que los usuarios entregan los datos a través de las redes sociales, estimula y provoca usos mal intencionados. Un poder sin control es un poder descontrolado. El poder mediático sigue reacio a toda forma de control. Ninguna institución o persona puede situarse fuera de la ley. Ni atribuirse y gozar prerrogativas de las que carece el resto de la sociedad. ¿Qué hacer cuando la autorregulación no funciona? ¿A qué mecanismos o instancias pueden recurrir las personas?
La creación de páginas falsas y la utilización de las redes para difamar, forman parte del paisaje político nicaragüense. Las denuncias ante la perversión en el manejo de las redes continúan. El horizonte ético sigue oscurecido. Para ganar la contienda no importa recurrir a campañas de desprestigio. Ni siquiera miden las posibilidades de que la trama quede al descubierto. Las herramientas tecnológicas permiten hacer montajes incriminatorios como también desmontarlos. En la era de la posverdad los hechos no importan. Verdades y mentiras pululan por igual. En este juego de intereses la credibilidad de muchas personas es puesta en entredicho. Hay que aprender a leer y desplazarse en la jungla tecnológica. Un método eficaz para evitar extravíos es jamás perder de vista el contexto, como la trayectoria personal de los agraviados.
Las formas de manipulación digital han alcanzado un alto refinamiento. Millares de usuarios son presa fácil de mentiras. Carecen de la formación necesaria para eludirlas. Las redes seguirán planteando enormes desafíos. Entre más pronto sean encarados, mejores y más exitosos serán resultados. La educación en el manejo y utilización de las redes debería iniciarse desde kindergarten, pasando por secundaria, hasta llegar a la universidad. Estamos frente a la primera experiencia histórica que exige conocimiento —como condición sine qua non— en el manejo de tecnologías. Un proceso incierto. Imparable. Arrollador. ¿Comprenden ahora mi insistencia y preocupación, para que en Nicaragua se estructure al más breve plazo, un proceso acelerado de alfabetización digital? ¡El momento ha llegado! ¡No hay mañana!
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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