8 de diciembre 2020
En la fenomenología filosófica hay dos categorías fundamentales para la reflexión: lo trascendental y lo esencial. Entendido por trascendental, aquello que se percibe, es decir lo que trasciende del fenómeno y es por lo mismo, sensorialmente perceptible; y, por esencial, aquello que determina la naturaleza del fenómeno y que como regla no es perceptible. Por ponerlo en términos coloquiales. Un estornudo es trascendental, pero no determina la naturaleza patológica del fenómeno, su esencia.
¿A qué viene esta primera consideración? Si aplicamos el sentido dado a las categorías que expusimos, al análisis de nuestra coyuntura, podríamos responder a la interrogante: ¿Es trascendental o es esencial derrocar la dictadura?; pero, la respuesta, sin embargo, sería más emocional que razonada, incluso confundiría de entrada el sentido semántico de los términos, privándolos del valor filosófico que les hemos reconocido.
Si hiciéramos una encuesta que contuviera dos preguntas, la primera, la anterior: ¿Es trascendental o es esencial derrocar la dictadura?; y, la segunda: ¿Qué es la dictadura? Nos encontraríamos que la respuesta a la primera sería dual y confusa. La mitad respondería, trascendental; la otra mitad, esencial; pero, si pidiéramos a los encuestados que motivaran sus respuestas, sabríamos que han confundido los conceptos y que todas las respuestas tendrían en el mismo sentido: la necesidad imperante de salir de ella para restablecer la democracia y los derechos ciudadanos; no obstante, en la respuesta a la segunda pregunta, descubriríamos que nadie, o muy pocos, tienen una idea de lo que es, sino por lo que de ella trasciende: ausencia de democracia, represión sistemática, privación de derechos y garantías, entronización de un caudillo y su grupo en el ejercicio del poder.
Traducidas las respuestas a los términos coloquiales, la primera: ¿Es esencial o trascendental dejar de estornudar? La respuesta, unificada por su motivación sería: -¡trascendental o esencial, lo importante es dejar de estornudar!-; la segunda, ¿qué es un estornudo? La respuesta por inferencia: -¡No sabemos!
-Gerardo… por favor: de sufrir un estornudo a sufrir una dictadura: ¡No hay comparación!
Quizás el problema sería replantear la segunda pregunta y luego volver a la primera, sea en relación a un estornudo o a una dictadura. En vez de preguntarnos ¿qué es?, preguntarnos ¿Por qué es? Una afirmación si podemos adelantar: tanto el estornudo, como la dictadura son expresiones trascendentales de un fenómeno, perceptibles sensorialmente, pero ni el uno, ni la otra son esenciales del fenómeno que queremos identificar. Si estornudo cada vez que me acerco a una flor o a un gato, es probable que el fenómeno sea alergia; si lo hago repetidamente luego de exponerme a la lluvia, es probable que el fenómeno sea resfrío; si resulta luego de estar en contacto con algún enfermo, podría ser de origen viral; pero ni la alergia, ni el resfrío, ni la gripe son elementos esenciales, son el fenómeno mismo. La esencia está en el plano orgánico estructural, por eso los remedios no son lo mismo que los medicamentos y la etiqueta de los remedios aconseja: “si el malestar persiste consulte a su médico” que, solo después de un examen o una serie de exámenes, diagnosticará los elementos esenciales del fenómeno para su corrección.
En el plano sociopolítico sucede algo parecido, si sufres una dictadura, un remedio puede ser útil, sea éste una insurrección, militar o cívica, sea éste mediante un cerco y aislamiento internacional que fuercen unas elecciones y, si el malestar no persiste, no hay de qué preocuparse más; pero, cuando el fenómeno dictadura es endémico y se repite frecuentemente, el mal es de origen orgánico estructural de la sociedad y amerita someter a la sociedad a una serie de análisis de diagnóstico y luego someterla a un tratamiento. Reconocer la enfermedad -dice la frase médica hecha- es el primer paso para su cura.
El caudillismo, las dictaduras y los ambiciosos grupos hegemónicos que buscan su propio beneficio, pasando sobre todo y sobre todos, son el sino endémico de nuestra sociedad. Los remedios de boticario ya demostraron ser insuficientes. El análisis diagnóstico nos lleva necesariamente a nuestro origen histórico.
Una colonia periférica y marginal de España, para la metrópoli, luego, del mítico “estrecho dudoso”, el istmo dejo de tener interés político o económico; se declara independiente con otras provincias de igual ralea, “para mientras pasan los nublados del día”, sin aspirar a una independencia real, porque por marginal, tampoco la dependencia era real.
Un grupo de provincias de carácter señorial mestizo, de un mestizaje profundo que, al menos en los territorios que hoy llamamos Nicaragua, la Nicaragua del Pacífico, supuso la pérdida de lenguas, culturas e identidades atávicas, sin llegar nunca a asimilar las peninsulares; un abigarrado conjunto de haciendas, donde los caporales, mediante levas, se hacen coroneles y generales sin ejército que practican el fratricidio como método para extender sus posesiones.
Un Estado potencia esclavista y racial que ya tiene, entonces, un siglo de crecimiento y que clava sus ojos en los territorios salvajes del sur, territorios que considera suyos; un conjunto de provincias que desarticulan una federación antes de que esta siquiera nazca, más allá de la denominación, por intereses de hacendados, rivales, barnizados de ideologías decimonónicas, rivales; un aventurero que alentado por las divisiones de los hacendados, metidos a políticos y los intereses esclavistas del sur de su país que quieren controlar la ruta de abastecimiento y comercio en sus preparativos de guerra -¡el canal nuestro de todos los días!-, además viene contratado; su llegada está precedida por caudillos y proseguida por caudillos y perdida de territorios de nadie.
Finalmente, un siglo XX en que un liberalismo integracionista trae como consecuencia una invasión disfrazada de pacificación; un chispazo de patria, una traición, una dictadura, otra, esta al estilo big stick que se hace dinástica; luego, otra, esta, roja; un escenario, el último, de la Guerra Fría, un remedio para el estornudo; y después, una nueva dictadura que llegó con la marea rosa latinoamericana disfrazada de relevo democrático, pero que se empozó al retirarse la marea, diseño una estrategia política y jurídica para apoderarse de una fortuna proveniente del petróleo venezolano y de otros ilícitos, y perpetuarse en el poder, que ahora nos subyuga.
En cuatro párrafos ha quedado, para mí, sintetizada la historia de estos territorios y de la población que en ellos ha nacido y vive. No soy historiador, lo confieso, tampoco antropólogo, ni la sociología es mi disciplina de formación, a escasos meses del bicentenario del Acta de los nublados, pregunto a aquellos que bajo los rigores del academicismo se han formado en esas ciencias: ¿en qué momento de estos doscientos años “de vida independiente” podríamos situar el nacimiento de la nación nicaragüense?; ¿existe una nación nicaragüense, o simplemente son territorios con población sin identidad? ¡Tribus y caudillos, sin tótem!
Ese es el elemento esencial que determina la naturaleza del fenómeno dictadura que padecemos endémicamente, la falta de identidad nacional y la subsecuente conducta que esta carencia provoca. Frente a cada dictadura acudimos a remedios de boticario, sin atender al aviso: “si el malestar persiste, consulte a su médico”. Necesitamos un tratamiento fuerte y cumplido rigurosamente si queremos sanar.
Reconocer, honestamente, la carencia de ideales y valores que nos identifiquen a todos como nicaragüenses, sería un excelente primer paso; dejar de creer y de crear caudillos, sería, creo yo, el siguiente; construir los paradigmas de nación y de Estado, prácticos y o retóricos, resultantes de mucha discusión, sin descalificar a nadie, sin subestimar a nadie, sería ya un firme tercer paso; deshacernos de instituciones innecesarias que crean castas y se consumen el erario, destinando cada vez más recursos a la educación y a la salud, para que las futuras generaciones estén en mejores condiciones de hacer frente a muchos otros males secundarios y subordinados como la corrupción y el clientelismo.
Si no tomamos en serio la necesidad de un diagnostico social de la sociedad, del que todos participemos y aceptemos, si no construimos un paradigma de nación y nos comprometemos con él, saldremos de esta dictadura, sirviéndonos de remedios, pero, inevitablemente, en el mismo momento en que termine, una nueva se estará gestando.