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Pactos que envilecen

Los jueces y fiscales que siguen las órdenes de los dictadores —como Ortega en Nicaragua— y condenan a los presos políticos

Abogados consultados por CONFIDENCIAL señalan que reos de conciencia

Manuel Iglesia-Caruncho

24 de febrero 2022

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El pacto, film danés estrenado en enero, se basa en el libro de Thorkild Bjernvig donde narra su relación con la baronesa Blixen, la autora de Mis memorias de África, esa obra que inspiró la inolvidable película protagonizada por Robert Redford y Meryl Streep. Karen Dinesen, quien pasó a apellidarse Blixen cuando se casó y quien adoptó como seudónimo literario Isak Dinesen, regresó a Dinamarca después de vivir en Kenia y se convirtió en una famosa escritora.

Debió ser una mujer de armas tomar: se enamoró de un cazador británico asentado en Kenya —al que Redford da vida en la película—, se separó del barón, aprendió el suajili, destacó como cazadora y se integró entre los nativos keniatas como si llevara allí toda la vida.

Pero no todo era de color rosa. Su marido le contagió la sífilis, el cazador murió en un accidente de avioneta y los precios del café se hundieron, por lo que tuvo que vender la plantación que poseía en Kenia y regresar a Dinamarca. Años más tarde quiso volver, pero la II Guerra Mundial se lo impidió. Memorias de África, su segundo libro, la catapultó a la fama.

Ya encumbrada, Dinesen conoció al joven escritor Thorkild Bjernvig, al que llevaba cuarenta años. Algo le atrae de él y le propone un pacto: ella le ayudará en su carrera literaria, le presentará a editores, lo acogerá en su mansión para que no se distraiga, leerá su escritos, le dará consejos… y, a cambio, él la obedecerá ciegamente. Thorkild, sumido como todo poeta en penurias económicas, acepta el trato.


La película recuerda enseguida al Fausto de Goethe, esa historia de un avejentado erudito frustrado por las limitaciones del conocimiento humano. Mefistófeles se le aparece y le propone un pacto: mientras Fausto viva, se pondrá a su servicio; a cambio, cuando muera, pasará a ser de su propiedad. Tentado por la posibilidad de alcanzar el conocimiento infinito, Fausto firma el pacto con una gota de su sangre. Y, ya puestos, el diablo con sus artimañas le lleva a Margaret, por la que Fausto se siente atraído, a sus brazos.

La historia de Goethe ha inspirado numerosas creaciones musicales, literarias o pictóricas, como la ópera compuesta por Gounod o la novela El maestro y Margarita de Mijail Bulgakov, una de las grandes obras del período soviético, a la altura de las de Pasternak o Solzhenitsyn. En la tragicómica trama de Bulgakov, satán visita Moscú y provoca un caos total, sobre todo entre las élites literarias, burocráticas y corruptas de la ciudad. Después, en una segunda parte enloquecida —como la de Fausto—, con cambios espaciales y temporales, la amante del maestro, también Margarita, se convierte en bruja gracias a un pacto con el diablo, aunque lo que la mueve por encima de todo es su amor hacia el maestro y sus ansias de protegerlo y de sanar su frustración por los manuscritos que ha visto rechazados.

Otro caso curioso es el del violinista italiano Giuseppe Tartini, quien contó que el demonio se le apareció en un sueño y pactó con él la composición de una sonata. Lucifer la crea y Tartini, una vez despierto, se inspira en ella para componer su “Trino del diablo.

La pregunta es: ¿por qué, todavía hoy, nos interesan tanto las historias de los tratos fáusticos, esos que obligan a pagar un alto precio por alcanzar un sueño? Y la respuesta, creo, es sencilla: porque en nuestra vida de mortales a veces nos encontramos con “diablos” que nos proponen pactos similares y ponen a prueba nuestra integridad y honestidad.

Preguntémonos: ¿qué haríamos en caso de que deseásemos triunfar en el canto y se nos apareciese un famoso tenor que nos ofreciera un papel estelar en uno de esos palacios de la ópera?; ¿o si suspirásemos por un papel de actriz en una gran película y un productor encumbrado nos propusiera el estrellato a cambio de nuestros favores sexuales?; ¿o, como le sucedió a Thorkild Bjernvig, si una escritora célebre nos prometiera la fama literaria a cambio de su domino incondicional? O, descendiendo en la escala, ¿si el jefe de la empresa nos concede un buen ascenso a cambio de yacer con él?

El coste de rechazar las propuestas de los sinvergüenzas con poder es muy elevado, sobre todo cuando las víctimas se encuentran en una situación vulnerable. ¿Quién se atrevería a juzgar a una empleada que “consiente” manoseos de un jefe desalmado si la alternativa es el desempleo y tiene una familia que alimentar?

El tenor, el productor de cine, la escritora célebre o el jefe aprovechado hacen el papel de “mefistos”, ahora que sabemos que el diablo no existe. Y aunque sus víctimas tengan la posibilidad de rechazar tales pactos, si lo hacen, probablemente verán truncadas sus carreras, empleos y sueños, a veces hasta límites insospechados, pues los tentáculos de esos pulpos son muy alargados. Así que, aunque firmen, merecen toda la compasión, respeto, solidaridad y apoyo que pueda dárseles. Claro que, cuando deciden no firmar, siempre las admiraremos más. Esas personas representan el triunfo de la ética y devuelven a los demonios a sus infiernos.

Ahora bien, otros personajes solo pueden merecer nuestro desprecio: aquellos que estaban esperando la oportunidad de ser tentados y que no dudan un instante en sellar el acuerdo a cambio de las prebendas que obtendrán. Ahí están los jueces y fiscales que siguen las órdenes de los dictadores —como Ortega en Nicaragua— y condenan a los presos políticos por cargos absurdos e inverosímiles; ahí están los funcionarios policiales que, incluso en democracias asentadas, vigilan desde las cloacas a los adversarios políticos de un Gobierno, en lugar de denunciar a quienes imparten tales órdenes y utilizan indebidamente los fondos reservados; ahí quienes tapan corrupciones a cambio de su tajada; ahí quienes trafican con personas, incluso con menores de edad, en las redes de proxenetas. Estos personajes no son víctimas sino sicarios de los demonios, diablos a su servicio. La única diferencia es que poseen un rango inferior.

Y otra cosa: ¿hace falta mucha perspicacia para darse cuenta de que, salvo excepciones como la de Dinesen, los aprovechados suelen ser hombres y las víctimas, en tantas ocasiones, mujeres? Aunque están produciéndose avances notables en la igualdad de género, la sociedad machista todavía campa demasiado por sus respetos y encubre buena parte de esos comportamientos deleznables.

Lo peor  de los pactos con los “diablos” es que, cuando reclaman su parte, es difícil que desistan. Pero no es imposible. No lo es cuando la víctima cuenta con el amor y el respaldo incondicional de algún ser querido que le ayuda a escapar de sus garras peludas. Lo logró Fausto, gracias al amor de Margaret. Lo logró el maestro, gracias al de Margarita. Y lo logran a diario miles de madres y padres de hijos que equivocaron su rumbo, junto a otras muchas personas, gracias a sus amigos y amigas, de esos de amistad inquebrantable.

¿Lo consiguió también Thorkild, el poeta danés? Disculpen pero no pienso estropearles la película.


*Artículo publicado originalmente en Mundiario.

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Manuel Iglesia-Caruncho

Manuel Iglesia-Caruncho

Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó en distintos puestos en la Agencia Española de Cooperación Internacional y en la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional en Madrid y durante casi quince años en Nicaragua, Honduras, Cuba y Uruguay.

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