11 de febrero 2016
Los pactos políticos en Nicaragua han beneficiado a caudillos, partidos políticos, grupos económicos nacionales y foráneos, y potencias extranjeras. La “piñata” ha sido repartida con mucho dinero, poder político y militar, concesiones territoriales y cargos en el Estado. En el Pacto del Espino Negro (Tipitapa, 1927), los norteamericanos obligaron al general liberal José María Moncada a cesar el fuego y entregar las armas a cambio de dinero. Sólo uno no aceptó: el general Augusto C. Sandino. Los marines mantuvieron en la presidencia al conservador Adolfo Díaz. El Pacto de los Generales (1950), entre Somoza García y Emiliano Chamorro fue prebendario: Somoza optaría a una nueva elección y Chamorro obtendría espacios políticos. En 1971, se gestó el Kupia Kumi, entre Somoza Debayle y Fernando Agüero. El primero buscaba su reelección en 1974, el otro, obtener cuotas de poder personales y partidarias, incluida su participación en una Junta de Gobierno manejada por Somoza.
En 1990, Daniel Ortega perdió las elecciones con doña Violeta de Chamorro, pero el sandinismo obtuvo concesiones, entre ellas legitimar “la piñata” y que Humberto Ortega permaneciera un tiempo más al frente del Ejército. En 1995, las reformas a la Constitución dieron más poderes al Legislativo. En 1997, el presidente Arnoldo Alemán y Daniel Ortega se distribuyeron cargos públicos. En 2000 hubo una nueva reforma a la Constitución y a la Ley Electoral, por la que ambos caudillos se repartieron el Consejo Supremo Electoral, y cargos clave en la Contraloría General de la República, directiva del Banco Central, Superintendencia de Bancos, Corte Suprema de Justicia, etc. Lo más polémico de lo pactado fue la reducción al 35%, para ganar las elecciones (antes era 45%), evitando la segunda vuelta electoral si se superaba en 5 puntos a la segunda fuerza política. Esto permitió que Ortega ganara las elecciones de 2006. A cambio, en enero de 2009, Arnoldo Alemán fue exonerado de los cargos por corrupción.
En el devenir de los pactos sus protagonistas se han alejado de la honestidad e integridad, para obtener propiedades y otros réditos económicos, tratos preferenciales, concesiones territoriales y explotación de riquezas naturales. Las prebendas han silenciado voces disidentes, comprado voluntades y eliminado obstáculos legales. Para consolidar su poder, los gobiernos de los últimos 100 años han atraído personas carentes de escrúpulos e irrespetuosos de las leyes. En sus 16 años gobernando “desde abajo” y sus 8 años de gobierno, la administración actual se ha echado a la bolsa a partidos de oposición, gran capital, a un sector de la iglesia, y algunas agrupaciones de la sociedad civil y sindicatos. Dos ejemplos recientes son la cogestión de facto del país entre el caudillo gobernante y sus adláteres con las cámaras y asociaciones de empresarios, quienes unen esfuerzos para legislar, crear opinión y obtener beneficios; la deplorable concesión para construir el Canal Interoceánico y la inconstitucional y patética Ley 840.
Pese a esto, en Nicaragua ha habido políticos, empresarios y religiosos con alto sentido ético y moral. Una esperanza es el retorno a las enseñanzas básicas de los profetas antes de la venida de Jesucristo. Los mensajes de los profetas Amós, Ezequiel, Jeremías e Isaías, entre otros, se caracterizaron por proclamar con valentía la importancia de la justicia, la igualdad y la libertad, acusando la corrupción y codicia de las clases privilegiadas y de los gobernantes, y la maledicencia de los pueblos que incumplen las enseñanzas de Yahveh. Por su valor y entereza muchos profetas murieron como mártires. Para nosotros, cristianos, la venida de Jesús, su muerte y resurrección, redimió al género humano. Él vino a salvarnos y a perdonar nuestros pecados; y reafirmó la enseñanza de los profetas con su vida pública plena de humildad, sabiduría y amor. Su ejemplo fue servir a los pobres, a los necesitados.
Un ejemplo más cercano a emular, es el Pacto de las Catacumbas. El 16 de noviembre de 1965, antes de la clausura del Concilio Vaticano II, cerca de 40 padres conciliares celebraron una eucaristía en las catacumbas de santa Domitila. Pidieron ser fieles al espíritu de Jesús, y firmaron el citado Pacto, invitando a los “hermanos en el episcopado a llevar una vida de pobreza y ser una Iglesia servidora y pobre”, como quería el papa Juan XXIII. Varios latinoamericanos fueron firmantes. Luego se unieron otros. El primero de los 13 acuerdos pactados fue: Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción, y a todo lo que de ahí se desprende. (Mt 5, 3; 6, 33s; 8-20).
Al cumplirse 50 años de firmado el Pacto de las Catacumbas, el teólogo español Xabier Pikaza escribió: Eran pocos los que “celebraron” y firmaron aquel día el Manifiesto, de un modo casi secreto, a modo de conspiración cristiana, pero ellos aparecen como representantes de otros muchos obispos del Concilio, inspirados especialmente por el Cardenal G. Lercaro de Bolonia y Helder Cámara de Brasil. Si bien es cierto aún no se han cumplido todos sus objetivos, como quiere el papa Francisco “hijo espiritual” del Pacto (no firmó, pues entonces no era obispo), el espíritu de ese Pacto ha guiado desde entonces algunas de las mejores iniciativas de la Iglesia, el Oriente y Occidente, de manera que su texto ha venido a convertirse en una de las páginas más influyentes y significativas de la historia cristiana de la actualidad.