10 de julio 2018
Me causa pesar la visión de algunos políticos del movimiento de izquierda internacional cuando, a nombre del antimperialismo, expresan su solidaridad con el Gobierno corrupto y represivo de Daniel Ortega. Pienso que sufren anquilosamiento ideológico, o que, por esquematismo político, comparan la situación de la Nicaragua de hoy, con otras realidades y otras épocas, con lo que demuestran que solo la conocen a través de los discursos… del pasado.
El argumento de que el imperialismo patrocina a lucha de nuestro pueblo, será reforzado por la aplicación de la Ley Global Magnitsky contra tres funcionarios de Ortega –cuatro con el delincuente en fuga, Roberto Rivas— por delitos cometidos contra los derechos humanos. Tendrán razón de juzgar mal esa ley de un Estado que le concede a sus leyes, por sus pistolas, efectividad extraterritorial. No obstante, en el caso actual de Nicaragua, donde se violan los derechos humanos, quitándole la vida, secuestrando y torturando a centenares de sus jóvenes desarmados, vale preguntarse: ¿es más importante la soberanía de un Gobierno que la vida de los nicaragüenses?
Digo que no, y trataré de explicarme con este ejemplo: un grupo armado, penetra violento en una casa y asesina a los hijos de la familia, porque protestan contra la las corrupción del Gobierno y demandan la renuncia del dictador. Luego, un tipo de otro país, aprovecha oportunistamente el momento para saldar cuentas pendientes con los asesinos, y los castiga. Obvio, que ese tipo actuaría por intereses propios, más que por hacerle justicia a la familia, pero se trataría de un indirecto acto justiciero que favorece a la familia doliente. Este hecho, según la ley internacional, no justificaría la injerencia del extraño, pero la familia se sentiría vengada y no vería motivo para condenarlo, aunque siguiera pensando que el tipo extraño cometió un acto de injerencia. Al mismo tiempo, otros tipos de lugares lejanos, se solidarizan con el grupo de asesinos, los justifican y a la vez calumnian a la familia doliente, acusándola de ser instrumento del tipo extraño que castigó a los delincuentes.
Volvamos a la realidad. Los tipos que se solidarizan con Daniel Ortega en el exterior, olvidan que hace 28 años terminó la experiencia de la revolución sandinista, tiempo durante el cual no hubo avances revolucionarios, sino sus reversiones. Y esos tipos, burócratas de los partidos de izquierda, alimentan esa solidaridad con su nostalgia de cuando venían a gozar de las mieles del poder, o porque nuestra revolución alimentaba moralmente su propia lucha.
También tuvimos las visitas de internacionalistas que trabajaron, sufrieron y murieron junto a los nuestros jóvenes en las montañas, comarcas y pueblos en defensa de la revolución. Pero ninguno de esos amigos de verdad, era de los que participaban en las recepciones efectuadas en las mansiones “recuperadas” por la cúpula, en el César Augusto Silva, o en el Sacuanjoche. Y la mayoría de aquellos internacionalistas, son quienes ahora están efectuando sinceros actos solidarios en todo el mundo con nuestro pueblo, y condenando al Gobierno.
Pesar es lo menos que se siente, cuando burócratas de Gobiernos, movimientos y partidos tenidos como de izquierda, firman mensajes de apoyo a Daniel Ortega, ahora que el pueblo nicaragüense es desangrado por su terrorismo de Estado, que practica incluso incendiando casas de las familias de muchachos alzados sin armas en contra de su dictadura. Esa solidaridad la expresan contrario a las causas del pueblo que lucha contra la dictadura del último y mayor beneficiario de la revolución traicionada.
Junto a eso, fingen ignorar la realidad nicaragüense actual y de los sucesos precedentes, durante los últimos once años de Ortega en el poder y de cómo pudo alcanzarlo. Si en verdad la conocen y no la critican, es porque actúan bajo el criterio de que “cada revolución tiene sus particularidades”... ¡vaya particularidad asesina, la de Ortega!
Nuestra realidad, que ya no es tan actual después de once años que tiene Ortega de haberse quedado con el poder de forma mañosa, nunca reconocerán el fenómeno político que en Nicaragua significa la unidad en la acción de las fuerzas opositoras al orteguismo sin diferencias de clases, de ideologías, de edades, de profesiones ni de creencias religiosas. Reconozco que esta unidad sea inconcebible en otros países, en otras sociedades y otras culturas, pero en nuestros país –ya lo dije— se trata de un fenómeno político excepcional.
Aunque no caigo en el facilismo de pensar que tal unidad va a eliminar las contradicciones sociales, políticas, ideológicas y religiosas entre los nicaragüenses agrupados –aún no de manera orgánica—, sino por un sentimiento patriótico común en torno a la lucha contra la dictadura letal del orteguismo dentro de la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia. Un complemento de este fenómeno, es que en esta unidad nadie representa a ningún partido político, ni tradicional ni de nueva factura y, de cualquier forma, participan todos.
Todos sus integrantes están luchando por la justicia para las madres y familias de más de más de trescientos jóvenes asesinados –la mayoría de uno a treinta años—, miles de heridos leves y de gravedad, decenas de secuestrados y torturados por la Policía y los paramilitares orteguistas. También por el cese del festín mortal orteguista y por el respeto a los derechos democráticos. Es lo menos que se puede reclamar en un país, donde Ortega lleva cuarenta años en el poder (arriba y abajo) a puras triquiñuelas, politiquería y corruptelas; violando la Constitución Política para imponer su reelección indefinida; controlando todos los poderes del Estado; sobornando políticos para hacerlos cómplices, más, teniendo en su haber, tres escandalosos fraudes electorales.
Si esas fueran las únicas motivaciones, serían suficientes para la unidad en la acción patriótica, pero como hay muchos otros daños, esta unidad se hizo posible sin mayores esfuerzos. Pero como surgió espontánea, sin acuerdos ni mediante pactos políticos, es natural que su objetivo político tenga como meta el fin de la dictadura, y la apertura democrática.
La falta de un programa es su debilidad, pero nada fatal. ¿Por qué? Porque, pese a su corta existencia, y su diversidad clasista, la ACJD ha logrado incorporar a la actividad política a una población mayoritaria que parecía ajena a los problemas políticos, e indiferente ante los problemas institucionales. Esto fue tan sorpresivo, que pocos han reparado en este fenómeno político. Esta lucha en las calles, desarrolla una conciencia colectiva que propicia la posibilidad de que, posterior al orteguismo, los conflictos políticos y sociales puedan resolverse dentro de los cauces democráticos, que aquí y desde hace muchos años, dejaron de funcionar.
Pienso, además, que se caerán las máscaras con que cubren la falsa segunda fase de la revolución. Se verá que de aquella revolución solo quedó el discurso demagógico, detrás del cual está el poder de un grupo de inescrupulosos que se ha enriquecido de forma ilícita; que ha mediatizado el sindicalismo; con un ministerio del trabajo saboteador de los sindicatos y permite la represión –incluso con la cárcel—de los obreros y obreras de las zonas francas, las niñas bonitas del orteguismo.
Si los sectarios de afuera –y de adentro— ven aquí la promoción de un “golpe de Estado suave” por encargo de la CIA, es porque no quieren ver cómo caen los jóvenes asesinados por los sicarios de Ortega. Y como a Ortega lo creen de izquierda, deberían preguntarles a las madres de los asesinados, si ellas sentirían mayor dolor… ¡si los asesinos de sus hijos fueran de derechas!