26 de octubre 2015
En estos días mi memoria se vuelve más viva, más lúcida y no puedo evitar recordar aquel 26 de octubre, hace 9 años, en pleno apogeo electoral, a sólo 10 días de las elecciones presidenciales, en las que una vez más Daniel Ortega era el candidato del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). La Iglesia Católica había moderado su discurso contra la “noche oscura” y el cardenal Miguel Obando, quien en las elecciones anteriores usaba la parábola de la serpiente para referirse a Daniel Ortega, salía ahora en los afiches de campaña del FSLN: abrazaba al candidato presidencial con una gran sonrisa. Ortega esta vez usaba camisa blanca; había desistido del verde olivo para ganar elecciones.
Y ante este panorama, con el lema de “paz y reconciliación”, el FSLN pactó con la jerarquía de la iglesia católica. El acuerdo incluía la penalización del aborto terapéutico. 59 diputados votaron por la derogación de la ley que se había aprobado en 1893. 28 de estos legisladores pertenecían al “revolucionario” FSLN. El resto, 31, pertenecían a las bancadas del PLC, Azul y Blanco y Camino Cristiano Nicaragüense. Se necesitaban 47 votos para derogar una ley, así que fue necesario el pacto entre los “revolucionarios” de la izquierda y los “liberales” de la derecha para hacernos retroceder más de un siglo en materia de derechos humanos. Y así volvimos al siglo XIX: la Asamblea Nacional negó el aborto incluso para salvar la vida de mujeres con embarazos riesgosos.
¿Lo recuerdan? Yo no puedo olvidarlo. Recuerdo la rabia de las mujeres frente a la Asamblea Nacional, recuerdo las decenas de ataúdes en la calle simbolizando la muerte de mujeres por la penalización del aborto. Todavía me invade la sensación de desilusión, tristeza, e impotencia por no poder cambiar esa decisión. Jamás pensé que después conocería a mujeres que se jugarían la vida por esa ley. Nunca me imaginé que años después conocería a una mujer joven, que tenía cáncer, estaba embarazada y le negaban el tratamiento de quimioterapia, porque en Nicaragua está penalizado el aborto terapéutico. ¿Recuerdan a Amalia?
¿Recuerdan que durante semanas estuvieron organizaciones, mujeres y hombres afuera del hospital HEODRA en León pidiendo a los médicos que la atendieran, que no la dejaran morir? Recuerdo que se tuvo que recurrir a la denuncia internacional. Hasta la Comisión interamericana de derechos humanos recomendó al Estado Nicaragüense que aplicara medidas de protección para que le brindaran a Amalia tratamiento contra el cáncer… entonces empezaron a aplicar la quimioterapia que tanto necesitaba.
El gobierno, el mismo que penalizó el aborto, le dijo a Amalia que no era necesario interrumpir el embarazo. Según la explicación oficial, el medicamento que estaban aplicando lograría menguar el cáncer y salvar a su futuro hijo. Le dijeron que no se preocupara, que no era necesario interrumpir, que meses después estaría chineando. Le mintieron.
Amalia tuvo un parto prematuro a los 8 meses. Parió sin asistencia médica en su casa en la comunidad de Poneloya, en León. Parió un feto muerto y deformado que le alcanzaba en la palma de la mano. Le mintieron. Le mintieron para no reconocer que la penalización del aborto terapéutico deja a las mujeres sin oportunidad de decidir sobre sus vidas; para no aceptar que las más afectadas son las mujeres pobres, las mujeres del área rural, las jóvenes, las niñas, las embarazadas producto de violación. Lo sabían y mintieron.
Médicos y especialistas opinaron sobre ese caso. Dijeron que cuando una mujer tiene cáncer y está embarazada, la enfermedad se agrava por el embarazo y las posibilidades de vivir para la mujer se reducen. En esos casos es necesario tener la opción de un aborto terapéutico. Si las mujeres deciden interrumpir el embarazo podrán extender su vida y evitar los sufrimientos físicos y psicológicos de un embarazo con tales complicaciones. Todo esto lo sabían las autoridades del gobierno y mintieron. Y siguen mintiendo: niegan las implicaciones fatales de la penalización del aborto en la vida de las mujeres y sus familias.
Yo recuerdo con dolor la imagen del día del funeral de Amalia. Estaba frente al ataúd en la comunidad leonesa y la sensación de rabia, de dolor y tristeza se me amontonó en el pecho. Era impotencia por no poder cambiar una ley que condena a las mujeres a la muerte. La amargura porque Amalia sufriera tanto y no tuviera opciones.
Por eso, el 26 de octubre sigue siendo un día de duelo nacional, porque ese día, hace 9 años, esos diputados condenaron a las mujeres a la muerte. A mujeres como Amalia y muchas otras que no han podido sobrevivir para exigir a nuestro lado la despenalización del aborto.
¿Recuerdan a Amalia? Porque yo no puedo olvidarla.