27 de agosto 2024
Hay un silencio de golpe. Es de día, así que las señales del apagón no llegan a través de la falta de iluminación sino de la ausencia de sonido. Un vacío profundo que todos sabemos qué significa: se fue la luz. Suena el teléfono móvil de Reinaldo. Alguien se ha quedado trabado en el ascensor con el corte eléctrico de este jueves, en el que el déficit energético en Cuba alcanza el 39% del consumo. Lo veo irse caminando por el pasillo, con sus 77 años a cuestas, y su entusiasmo de 20.
En la cuenta de Facebook de la Unión Eléctrica de Cuba los mensajes se publican en cascada. La gente denuncia que no puede dormir por el calor y los mosquitos, narran sobre pueblos sumidos en la penumbra y con rostros de amplias ojeras que apenas pueden rendir en el trabajo. Junto a esas denuncias se repite otra: La Habana es privilegiada y no padece de los mismos cortes eléctricos que sufre el resto del país. El odio regional se atiza y las divisiones afloran, aunque el responsable de nuestro descalabro sea el mismo.
Tal pareciera que los residentes en la capital cubana estamos disfrutando de la oscuridad de otros, mientras gozamos de la iluminación nuestra. Nada más alejado de la realidad. Semanas con escaso suministro de agua y las cordilleras de basura con su flujo constante de moscas y ratas han hecho de la vida en esta urbe un calvario. Los altos edificios, convertidos en cárceles para los ancianos, porque no pueden bajar ni subir suministros, se suman al deterioro de toda la infraestructura citadina. Esto que vivimos no es un privilegio, es una trampa.
Ir contra los habaneros por los supuestos "privilegios" regionales que disfrutamos solo beneficia a quienes nos han sumido en esta situación. Esos que, incapaces de gestionar un país, reparten a su conveniencia recortes para así también azuzar el conflicto interno, hacernos perder la brújula de las responsabilidades y enfrentarnos en una lucha fratricida sin final. No, no se trata de aquí o de allá, de El Vedado o Piedrecitas, se trata de "ellos". Echarnos a pelear es una estrategia que les ha resultado efectiva en el pasado. Nos lanzaron a fajar por regiones, por colores políticos y por niveles económicos para evitar que los encararamos desde el civismo.
Nos enfrentan para que no los enfrentemos.
El almuerzo está servido pero se enfría. Mejor así. Con el calor es difícil llevarse la comida caliente a la boca. Rei regresa y se lava las manos cubiertas de esa grasa gruesa que tienen los equipos con rodamientos. Todo el apartamento se llena de ese olor rudo, industrial. Veo que tiene una herida que le sangra en una pierna, pequeña pero profunda. Son las mataduras de quienes tratan de rescatar a los que se quedan trabados en una caja metálica cuando el fluido eléctrico se corta. Son una cofradía en retirada.
Ancianos unos, enfermos otros y fallecidos la gran mayoría de los que una vez ayudaron en el auxilio de los "trabados" en el elevador, Rei es de los pocos vestigios que queda de esa mezcla de altruismo y conocimientos técnicos. El "gusano" del piso 14, el periodista independiente sobre el que tantos han hecho informes a la policía política o han tomado distancia, es la única salvación cuando se quedan entre esas cuatro paredes de metal, sin suministro de aire fresco. Ahí no hay ideología: "Avísenle a Macho", lloriquean hasta los más rojos. Y ahí va él a salvarlos. Un corazón grande es así, y espero que la Cuba futura esté llena de esas aurículas anchas y dadivosas.
Después regresa con sus manos llenas de grasa y sus heridas. "No es nada", dice, porque los héroes no se pavonean. Pero veo que la cortada en su pierna tiene un color oscuro, profundo y levanta el pie sobre una silla para que no drene más. ¿Qué va a pasar cuando el "contrarrevolucionario" del 14 ya no pueda sacar del ascensor a tirios y troyanos?, le pregunto para provocarlo. ¿Acaso se van a despedazar unos a otros o trabajarán en conjunto para volver a hacer mover al eje, subir la cabina, bajar el contrapeso, abrir las puertas y sacar a los recluidos?
Dado el envejecimiento y el éxodo que afecta a nuestra comunidad y a todo el país, sospecho que la gente dejará de usar los ascensores hasta que las escaleras cedan por el deterioro y los muros colapsen. Entonces, puede que haya que embarrarse, herirse y asomarse a otros abismos. Eso será así en La Habana y en cualquier pueblo cubano, incluso allí donde no hay elevadores.
*Este artículo se publicó originalmente en 14ymedio.