3 de junio 2017
Ha muerto Manuel Antonio Noriega, general que en los años 80 controló el gobierno de Panamá, y el repaso histórico de su figura reaviva el debate sobre el autoritarismo centroamericano y caribeño en la Guerra Fría. Hablamos de una región de América Latina, marcada por el choque entre el intervencionismo norteamericano y el nacionalismo revolucionario, pero también por una extraña intersección de ambos, que hizo que algunos caudillos pasaran rápidamente del entendimiento al conflicto con Washington.
Antes que Noriega, Rafael Trujillo en República Dominicana o Fulgencio Batista en Cuba fueron dictadores primero mimados y luego aborrecidos por Estados Unidos. Washington apoyó a Trujillo durante los años 30 y 40, pero a mediados de los 50, especialmente tras el asesinato en Nueva York de Jesús Galíndez, el intelectual antitrujillista de origen vasco, el Departamento de Estado y la CIA rompieron con Trujillo y contribuyeron a su ejecución en 1961.
Batista también fue un importante aliado de Estados Unidos en la región hasta 1958. En la geopolítica centroamericana y caribeña, Batista formaba parte de una alianza regional de dictadores anticomunistas (Trujillo, Pérez Jiménez, Rojas Pinilla, Somoza) que comenzó a deshacerse con la caída de Rojas Pinilla en 1957 y de Pérez Jiménez en 1958. Ya para este año, Washington miraba con mayor simpatía a gobiernos democráticos como el de Rómulo Betancourt en Venezuela.
Tras su derrocamiento, en diciembre de 1958, Batista se refugió con su amigo Trujillo en República Dominicana y luego se trasladó a Portugal y a España, donde lo protegieron los dictadores Antonio de Oliveira Salazar, Marcelo Caetano y Francisco Franco. Hasta su muerte en 1973, Batista nunca pudo establecer residencia en Estados Unidos, donde vivieron sus hijos y donde tenía propiedades en Daytona Beach.
La historia de Noriega sigue un ciclo parecido, pero más dramático aún. Desde los 70, el oficial panameño colaboraba con la CIA en actividades de contrainsurgencia en Nicaragua y El Salvador, en la persecución de comunistas centroamericanos y en la naciente lucha contra el narcotráfico. Pero cuando se hizo de todo el poder en Panamá comenzó a operar el tráfico de drogas por su cuenta, y se alió a Pablo Escobar en Colombia, a los sandinistas en Nicaragua y al gobierno de Fidel Castro, a quien visitó varias veces a mediados de los 80.
El giro de Estados Unidos contra Noriega se verificó entre 1986 y 1988, durante el tránsito del gobierno de Ronald Reagan al de George Bush. En diciembre del 89, una terrible invasión derrocó al general, quien se refugió por unos días en la Nunciatura apostólica, para luego entregarse a la DEA y ofrecer información a cambio de su vida. Noriega fue, sin dudas, un caudillo autoritario, que ejecutó y desapareció opositores. Pero la invasión, última en su tipo, también fue letal: la Iglesia Católica y asociaciones de derechos humanos calculan entre 600 y miles de víctimas civiles.
Publicado en Prodavinci