11 de noviembre 2015
No era un hombre común: tenía un sentido crítico desarrollado, siempre alerta, se daba cuenta de todo, percibía las señales de su entorno, y les daba una correcta lectura gracias a su lucidez, a su inteligencia, a unas capacidades especiales para desentrañar las cosas, y plasmarla en sus titulares de antología en La Prensa y El Nuevo Diario. Tenía una memoria prodigiosa, se sabía de cabo a rabo muchísimas canciones (entre ellas tangos, por supuesto) con las que deleitaba en sus amenas tertulias, también poemas, y miles de relatos, entre ellos muchos de los que fue protagonista, como si fuera una biblioteca ambulante, y todo lo contaba con tanto dominio escénico que eso lo convirtió era un gran conversador, de esos que pasaban horas y horas hablando con sus amigos, incansablemente, sin aburrir, haciendo gozar a sus contertulios. Y todo esto lo convertía en un líder natural, pues tomaba la batuta de inmediato en cualquier grupo o entorno en el que se encontrara. Esas singularidades lo convirtieron en un valiente opositor a la dictadura somocista y en un periodista sin pelos en la lengua, y posteriormente, en un férreo adversario del gobierno actual, del que fue uno de los primeros en denunciar su carácter autoritario y corporativista como rasgos del fascismo. Era fraterno y respetuoso con sus amistades, fuerte y decidido, como su cuerpo enorme de oso polar, lo que le permitió evadir a la muerte en múltiples ocasiones, pero no anoche, anoche ganó La Parca, anoche se lo llevó a Danilo Aguirre Solís, un personaje cimero de la contemporánea historia política nacional, y de la historia del periodismo. Así que, te digo adiós querido Danilo, y agradezco tus enseñanzas, sobre todo tu ejemplar valentía.