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Nicaragua en 2025: la continuidad de la represión, sin liderazgo opositor

Entre la teoría de la “implosión” y la expectativa de la “presión externa”, no hay una estrategia de unidad en la acción para derrotar el estado polici

Caricatura Gallina de los huevos de oro.

Manuel Orozco

11 de diciembre 2024

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Este 2025 Nicaragua se reflejará con más acciones de lo mismo, con un Gobierno formalmente a cargo de Rosario Murillo, pero con las mismas rutinas y políticas excluyentes y represivas preparando la mesa para hacer la farsa electoral en 2026 como la sucesora gobernante.

No se avizora ningún tipo de reconstrucción social y política que fragmentó la dictadura; la oposición sigue sin liderazgo, y poca presencia política. Internacionalmente, Nicaragua es considerada casi como un caso perdido, aunque, la comunidad internacional ha fijado límites y frente a una nueva Administración Trump el régimen evitará provocar al nuevo Gobierno porque los funcionarios bajo Marco Rubio no dudarán en actuar. En lo económico, el país reflejará una tasa menor de crecimiento debido a la desaceleración de la entrada de remesas y una posible disminución de estas. La inversión pública seguirá yendo a favor del modelo cleptocrático liderado por la cúpula familiar, militares y exmilitares, y el país no contará con una estrategia sólida de desarrollo económico o social. En lo político, el círculo de poder apuntará a la misma lógica: sostener su presencia autoritaria mediante los mecanismos de control que estableció, acompañado de persecuciones periódicas, con purgas e intimidaciones. Con la piel curtida entre los nicaragüenses la sociedad se ha cubanizado. El éxito de Ortega-Murillo ha sido fragmentar el tejido sociopolítico, y el desafío de las fuerzas que fueron divididas es organizar una estrategia de lucha unida en la acción.

La fragmentación sociopolítica y el miedo

Las reformas constitucionales del régimen son consistentes con los cuatro pilares que fueron conformados después de julio de 2019 que Ortega y Murillo rechazaron cumplir con los acuerdos de marzo de 2019. Esos pilares, criminalización de la democracia, captura de Estado, administración de la violencia y aislamiento internacional, funcionan como la fuente legal y funcional para mantener el régimen en el poder reconociendo que nada es estático.

Por ende, hacen uso del ejercicio de purgas y detenciones regulares con intervalos de tres meses, y reformas legales que poco a poco van restringiendo y eliminando todo tipo de derecho constitucional. La reforma a la Ley de Migración es un método de control de quien entra y quien sale con autoridad penal y soberana de restringir la entrada de ciudadanos nicaragüenses, o de quitarles su nacionalidad.


La mayoría reformas legales ejecutadas durante el mes de noviembre son un método de anticipar un mayor conflicto con la comunidad internacional y el gobierno entrante de Donald Trump. El legalismo represivo de la dictadura pretende negar la entrada de ciudadanos nicaragüenses, sea por el vencimiento del alivio humanitario o por deportación u otra situación. Mientras que la Ley sobre Sanciones es un subterfugio para proteger los capitales dentro del país, y en conexión con la red de pagos de los BRICS.

Al interior del país, el combo de reformas legales que continúan criminalizando y demoliendo los artículos de la Constitución de la República ha creado mayor ansiedad en la población, unos están pensando en las consecuencias de vivir con mayor represión (aceptando la situación), otros molestos, y entre los que están molestos, muchos consideran en opinar con sus pies.

La intención a emigrar de los nicaragüenses ha oscilado entre 20% (2019), 40% (2022), 18% (2024) y en 2025 crecerá un poco más y se materializará en función de si una persona tiene los recursos a mano para irse, los medios para hacerlo, y si hay un factor de riesgo inminente de quedarse —y estas regulaciones han aumentado desaliento y desmotivación a pesar de las dificultades frente a la emigración. De hecho, aunque el tamaño de la fuerza laboral se ha achicado, aumentando el peso económico sobre ellos, ceteris paribus, de 300 000 hogares queriendo irse, típicamente un tercio lo hace. Si el auge represivo se convierte en detonante, el número de hogares con intención puede subir a 400 000.

Aparte del formalismo legal, no hay nada diferente a lo que la dictadura decidió hacer hace cinco años, lo que hay es un anticipar situaciones antes que dificulten sus planes de gobernabilidad al clan familiar. Estos dictadores hacen lo que la oposición no pudo hacer, prepararse para el futuro, anticipando su estrategia para atornillarse en el poder. En ese sentido, el espacio para continuar radicalizando y reprimiendo va a continuar.

Líderes sin movimiento opositor

En medio de tanta represión, el éxito de la dictadura ha sido mantener fragmentada a la sociedad dentro y fuera del país, dejando sin contrapeso a un liderazgo democrático y sin posibilidades de unificarse en el corto plazo. No hay un consenso social de cómo movilizarse políticamente, o de cómo organizarse, bajo represión y estado policial. Existen desacuerdos y posiciones encontradas sobre la ruta de salida contra la dictadura.

Entre los nicaragüenses, dentro y fuera del país, hay diferentes interpretaciones de cómo derrotar la represión. Unos creen en la llamada “implosión”, sin usar ningún tipo de medición o evidencia empírica, excepto las emociones de algunas personas que son disidentes del círculo de poder. Creen que el cambio ocurrirá producto de una rebelión interna liderada por círculos militares cuando éstos crean que hay que deponer al clan familiar, sin embargo, en los últimos tres años han pasado varios momentos de prueba de fuego y tal rebelión no ha ocurrido: la vigilancia, intimidación y el miedo entre ellos es gigante. Tampoco representan un grupo organizado, son una comunidad imaginaria, sin incentivos efectivos para voltearse porque tampoco perciben a un interlocutor legítimo democrático, o una alternativa de poder, al otro lado.

Otros, especialmente la población joven azul y blanco, mayoritariamente en Nicaragua, piensa que esta radicalización es parte de una situación de caos espontáneo que se originó en 2018 por parte de ellos y que va a concluir con su propia movilización y liderazgo —aunque no existe ninguna señal de cómo está ocurriendo esto, algunos de forma individual, o acompañados, pero en sus casas, ejercen la resistencia, pero en silencio.

Otros, incluyendo muchos exiliados, creen que el cambio político se dará como resultado de la presión internacional que pondrá en jaque al régimen en una combinación de sanciones, penalidades y denuncia, con apoyo a un “líder” de la oposición en el exilio. Este incluye a los grupos cívicos como Monteverde, Iniciativa por el Cambio, Espacio de Diálogo, pero con poca organización, colmillo y liderazgo, y poca conexión con la base territorial.

Una cuarta perspectiva, que incluye a los llamados “tranqueros de Miami”, estima que sólo la fuerza al estilo de la contra de los ochenta (y sin sandinistas) es lo único que resolverá la situación de Nicaragua. Estos miran lo que ocurrió en Siria y extrapolan la supuesta solución armada, pero carecen de recursos, capital político o credibilidad.

Hay una quinta óptica que predomina en un núcleo fuerte de la población y las empresas, son la mayoría silenciosa, que reconoce que la dictadura va a hacer lo que quiere y que ese es el único estatus quo que predominará y que no hay mucho por hacer porque “los Ortega siempre se salen con la suya” —no es una posición determinista sino más bien realista, confrontada con el miedo y las necesidades económicas familiares que rima en el estoicismo.

Finalmente, está la óptica del Ortega-Murillismo que tiene su engranaje bien montado con una estrategia de sostenibilidad política y económica de más de cinco años en el que la sucesión del poder es parte del proceso. Esta óptica es de la minoría, pero tienen el poder. Ellos mantienen ocupada a la Policía amedrentando y buscando enemigos y “delincuentes” para que no se alboroten al ver las injusticias que han cometido, y al Ejército como administrador de los negocios familiares. Ellos tienen al sartén por el mango.

En medio de una economía mediocre y excluyente, con la ausencia de un consenso sobre la ruta de salida que reconcilie y negocie una combinación de opciones (integrar a la disidencia, fomentar la resistencia interna, coordinar la presión externa, motivar a la disidencia que se ha acomodado), el inmovilismo perspectiva predominará con certeza el próximo año. La única certeza es que los nicaragüenses no están atados al sueño mesiánico, a pesar de la reelección de Donald Trump, de la intervención extranjera. La debilidad de los dictadores es directamente proporcional a la fortaleza del espíritu y la voluntad democrática de sus ciudadanos.

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Manuel Orozco

Manuel Orozco

Politólogo nicaragüense. Director del programa de Migración, Remesas y Desarrollo de Diálogo Interamericano. Tiene una maestría en Administración Pública y Estudios Latinoamericanos, y es licenciado en Relaciones Internacionales. También, es miembro principal del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, presidente de Centroamérica y el Caribe en el Instituto del Servicio Exterior de EE. UU. e investigador principal del Instituto para el Estudio de la Migración Internacional en la Universidad de Georgetown.

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