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Ni estudiantes ni delincuentes, nadie merecía ser asesinado

Empecemos un cambio integral modificando la consigna “eran estudiantes, no eran delincuentes”

Esta es la única manera en que podremos librarnos de una dictadura sangrienta. Las sanciones internacionales son complementarias

Joel Herrera

17 de junio 2019

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Desde abril de 2018 que la población nicaragüense volvió a tomarse las calles para manifestarse y expresar su descontento por el actuar la pareja presidencial, se desató una ola represiva dantesca, orquestada y ejecutada por el aparato de gobierno, las fuerzas policiales y grupos paramilitares armados, que inició con el asesinato del joven Darwin Urbina (Q.E.P.D) en las cercanías de la Universidad Politécnica (UPOLI) hasta  el reciente  asesinato del señor Eddy Montes (Q.E.P.D), preso político que se encontraba en el sistema penitenciario  Jorge Navarro “La Modelo”; tristemente, no  hay forma de afirmar que esta pesadilla acabó y definitivamente, olvidar no es una opción.

Como parte de la dinámica de esta insurrección civil no armada, las manifestaciones y concentraciones públicas desempeñaron un rol fundamental en la lucha cívica y pacífica que llevó y continúa llevando a cabo la población nicaragüense y como parte del sentimiento colectivo, es común la creación de consignas que expresen el sentir de los manifestantes, mismas que están sometidas a procesos de deconstrucción para mejorarlas y así representen de mejor forma aquello que los nicaragüenses queremos exteriorizar.

Consignas como “eran estudiantes, no eran delincuentes” debemos analizar y aplicar autocrítica, debido a que el estado represivo llevó a cabo un genocidio con nuestros compatriotas asesinados y las balas, esas mismas que susurraban muerte en su trayecto rectilíneo, no impactaban con discriminación alguna de la persona, solo ingresaban y apagaban la luz de  vida de las personas que únicamente ejercían su libertad de expresión;  asesinaron a  niños, jóvenes y adultos,  a mujeres y hombres, a estudiantes y trabajadores, no hubo distinción de clase o estatus social, todas y todos los nicaragüenses hemos sido víctimas de la perfidia del gobierno de Ortega.

Nadie merecía ni merece morir, si el argumento del aparato estatal para matar es que “eran delincuentes”, entonces  el proceso legal y correspondiente era detenerles y que enfrentaran un juicio, donde respondieran ante la ley por los delitos que hayan o no cometido; hablamos de justicia verdadera, llevar a cabo los procedimientos correctos  y no ejecutar practicas anacrónicas, como si se tratase de la justicia en los tiempos medievales, donde un verdugo se encargaba de ejecutar a las personas que –según un proceso-  eran encontradas culpables de un crimen.


La brutalidad con la que el dictador, su aparato de gobierno y las fuerzas públicas actuaron, demuestran sin duda alguna que la represión y el despotismo son su única forma efectiva de gobernar, además, Daniel Ortega creyó que la idea romantizada de la revolución popular sandinista continuaría sirviéndole para esconder su incompetencia como dirigente del estado, dentro y fuera del territorio nacional.

Ortega tiene una enfermedad conspicua llamada Soledad y el signo patognómico de ésta, es que lo único que le queda son sus esbirros armados y a lo único que puede recurrir es a las acometidas barbáricas contra sus compatriotas; es clave para la comunidad nicaragüense, continuar luchando por un objetivo común, pero hacer análisis introspectivos sobre los errores que vamos cometiendo sobre la marcha para tratar de corregirlos a tiempo y evitar caer en el ciclo de dictaduras e insurrecciones.

Podemos fomentar el cambio iniciando por cambiar nosotros mismos, desde aprendizajes tan aparentemente insignificantes como la modificación de una consigna; ni estudiantes ni delincuentes, ninguno de nuestros compatriotas merecía ser asesinado.

*Miembro de Acción Universitaria y la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia.

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Joel Herrera

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