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Ni Dios los detuvo

Este ataque es responsabilidad directa, lo mismo que los muertos, de Ortega y Murillo

Momento del ataque a los obispos y sacerdotes en la Basílica Menor de San Sebastián, en Diriamba. Carlos Herrera | Confidencial

Gioconda Belli

10 de julio 2018

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Para culminar este fin de semana horribilis, donde el Dios de la Ira al que le rezan nuestros descolocados gobernantes, los hizo proclamar la paz causando nueve muertes en Carazo, fuimos testigos el lunes nueve, del atropello del que fueron víctimas el nuncio apóstolico, el cardenal Leopoldo Brenes, los obispos, monseñor Silvio Báez, monseñor Miguel Mántica y el sacerdote Edwin Román, en la misión de detener la represión y la muerte de más ciudadanos nicaragüenses en Diriamba.

Sabemos que en este país, no se mueve ningún miembro del partido de gobierno sin que se lo ordenen “desde arriba”. De manera que este ataque es responsabilidad directa, lo mismo que los muertos, de Ortega y Murillo.  La Iglesia y sus sacerdotes han sido vilipendiados y acusados por ponerse al lado del pueblo, por ir a las barricadas, por defender a los pobres que son quienes han muerto en esta lucha desigual. Desde sus oficinas y foros el presidente y su esposa se han encargado de azuzar contra ellos a las turbas, para que amenazaran y golpearan a los representantes de Dios en la tierra, algo que no hizo ni siquiera Somoza. Como nicaragüenses, no podemos sentir más que vergüenza, dolor, pero también nuestra admiración profunda por los riesgos que estos religiosos, en el ejercicio de su misión pacificadora, han corrido en pro de que cese la represión y el abuso de poder que estamos sufriendo. Se lo agradecemos de todo corazón.

Daniel Ortega y Rosario Murillo están instigando una lucha fratricida al manipular sin ningún escrúpulo la realidad que hemos vivido en estos meses. En un comunicado publicado este mismo nueve de julio en que se atacó a los sacerdotes, pretenden asumir tono de estadistas arguyendo que en defensa de la seguridad del pueblo y para salvaguardar la Constitución (que han cambiado a su antojo) actúan. Se atreven a decir cosas como que desde el 18 de abril, las familias nicaragüenses “han padecido la violencia de terroristas que han asesinado, torturado y secuestrado a centenares de ciudadanos”. Es inútil preguntarse qué los mueve a negar tan burdamente sus responsabilidades y atribuir al pueblo el hacer criminal con que han actuado desde ese día. Si hubiesen tenido la mínima decencia de reconocer sus errores: la agresión salvaje de su Juventud Sandinista, armados y motorizados contra manifestantes en Camino de Oriente, y luego contra estudiantes -los 21 que murieron en los primeros tres días de protestas- nada de esto que hemos vivido, habría sucedido.

En cambio se han encargado de inventar una narrativa tan criminal como sus acciones, presentando a sus partidarios un escenario de Golpe de Estado, de población vandálica, responsabilizando a una supuesta derecha, al MRS, y a los Estados Unidos (con quienes han estado negociando) del estallido social que ellos mismos provocaron. Han lanzado mentira, tras mentira para encender los ánimos de quienes aún creen en sus palabras y en su autoridad. No dudo que ahora dirán que el pueblo “resiente” que los sacerdotes apoyen a los “golpistas” y que actuaron por su cuenta.


De igual manera, con el argumento de que debían recuperar el “derecho” a la movilización, la han emprendido contra los tranques convirtiendo el derecho a la circulación de autos en un valor más alto que la vida humana. ¿Y qué les preocupaba de los tranques?  El comercio. Estos, nuestros supuestos revolucionarios, no querían detener los camiones con mercancías, y no vacilaron y no vacilan en hacer uso de pandilleros y matones para armar sus fuerzas paramilitares y darles licencia para matar con el objetivo de que dejen libre el comercio. Comunidades de antigua resistencia, bastiones de la lucha sandinista del pasado como Monimbó y Sutiaba, han sido agredidas con armas de fuego para quitar los tranques. La foto de Marcelo muerto con su tiradora, quedará en la memoria como imagen que representa esta lucha desigual y la crueldad de dos personas que, en su afán de poder, han perdido todo rasgo de compasión y humanidad.

Es verdad que en estos días han sembrado el terror. No es para menos, dado el poder de fuego con que sus fuerzas la emprenden contra quienes protestan en los tranques. No es para menos cuando en este pequeño país, más de 300 personas han perdido la vida en tres meses y lo mejor de nuestra juventud ha sido encarcelada y acusada falsamente.

Pero deben de saber por su propia experiencia que el poder de fuego no lo es todo; deben de saber que su narrativa engañosa solo ha tenido efecto en un parte pequeña de la población; deben de saber que la gran mayoría nunca más les creerá, ni aceptará dócilmente sus mandatos. Deben de saber que su embestida puede que cause un repliegue, pero también deben recordar que si se celebra el repliegue de 79, es porque augura la victoria.

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Gioconda Belli

Gioconda Belli

Poeta y novelista nicaragüense. Ha publicado quince libros de poemas, ocho novelas, dos libros de ensayos, una memoria, y cuatro cuentos para niños. Su primera novela “La mujer habitada” (1988) ha sido traducida a más de catorce idiomas. Ganadora del Premio La Otra Orilla, 2010; Biblioteca Breve, de Seix Barral (España, 2008); Premio Casa de las Américas, en Cuba; Premio Internacional de Poesía Generación del ‘27, en España y Premio Anna Seghers de la Academia de Artes, de Alemania; Premio de Bellas Artes de Francia, 2014. En 2023 obtuvo el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más prestigioso para la poesía en español. Por sus posiciones críticas al Gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo, fue despatriada y confiscada. Está exiliada en Madrid.

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