Guillermo Rothschuh Villanueva
25 de septiembre 2022
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Hoy prevalece la falta de distancia. La intimidad es expuesta públicamente y lo privado se hace público
“Facebook o Google son los nuevos señores feudales.
Incansables, labramos sus tierras y producimos datos valiosos,
de los que ellos luego sacan provecho”.
No-cosas Quiebras del mundo de hoy- Byung-Chul Han
Dieciséis ensayos conforman En el enjambre, (Editorial Herder, 10 impresión, 2020), texto en el que Byung-Chul Han puntualiza y desarrolla temas vinculados con la comunicación digital. Sus reflexiones son un tanto similares —no por eso idénticas— a las expuestas por Manuel Castells, Michael Foucault, George Orwell y Edward Snowden. El pensamiento de Han se caracteriza por su singularidad. Su marca de fábrica está constituida por un enfoque diferente a expresiones vertidas con antelación. Las citas en sus libros, en su mayoría provienen de autores vinculados con la filosofía, la sociología, la literatura, la sicología y la lingüística. Casi nunca de especialistas en redes sociales. A Han interesa desentrañar sus consecuencias, desde su perspectiva, casi siempre negativas.
Sus incursiones en otras propuestas, ratifican su pertinencia, aunque casi siempre llegue a conclusiones un tanto diferentes. No le interesa ahondar en lo que ya todos sabemos. Cuando alude el carácter viral de la comunicación digital, lo hace para resaltar sus efectos en nuestros estados de ánimo. La celeridad que alcanzan ciertas informaciones poseen la misma velocidad con que se difunden epidemias o pandemias. Son infecciosas porque afectan y agitan nuestros sentimientos. Las reacciones que provocan son tóxicas. El anonimato en que se escudan no necesariamente es para ocultar su identidad. Obedece por igual al funcionamiento de las máquinas. Los “dark pool” son transacciones financieras entre fantasmas. Las máquinas se comunican entre sí y se hacen la guerra.
Ignacio Ramonet había destacado con antelación, que las nuevas operaciones financieras estaban conformadas por lo que él llamó las PPII. Eran Planetarias, Permanentes, Inmateriales e Inmediatas. El “homo digitalis” es cualquier cosa menos nadie. Mantiene su identidad privada, aun cuando se presente como parte del enjambre. Gustavo Le Bon había sentenciado en 1895, que la humanidad entraba a una era donde predominarían las masas y la voz el pueblo prevalecería. Byung-Chul Han rectifica. La nueva masa es el enjambre digital. Una formación de muchos asedia hoy las relaciones de poder y dominio; nunca se constituyen en masa. Los individuos particulares se funden en una nueva unidad, “en la que ya no tienen ningún perfil propio”. No desarrollan un nosotros.
La revolución digital suprime distancias, todo es aquí y ahora, el distanciamiento es constitutivo del espacio público. Hoy prevalece la falta de distancia. La intimidad es expuesta públicamente y lo privado se hace público. “Sin distancia tampoco es posible ningún decoro”. La falta de distancia conduce a que lo público y lo privado se mezclen. “La comunicación digital fomenta esta exposición pornográfica de la intimidad y de la esfera privada”. La comunicación anónima destruye el respeto. Todo conduce a replantear el concepto de soberanía expuesto por Carl Schmitt. El soberano para él era quien tenía capacidad de eliminar todo ruido, de hacer callar a todos de golpe. Se cuenta que Schmitt tenía miedo a las ondas electromagnéticas, por eso se vio compelido a reelaborar su tesis.
Después de la primera guerra mundial, Schmitt planteó que el “soberano decide sobre el estado de excepción”. Concluida la segunda guerra mundial, soberano era quien disponía “sobre las ondas electromagnéticas”. Con la revolución digital todavía en curso, Han afirma: soberano es “el que dispone sobre las 'shitstorms' de la red”. Los shitstorms (ruidos) escapan a todo control. Las homologaciones provocadas por las redes —los tontos pueden decir lo que se les antoje— hacen desaparecer todo respeto. Algo que no ocurre con la radio, la televisión y los periódicos. En estos prevalecen principios éticos. La persona objeto de respeto sirve como modelo. Desaparecido el respeto, surgen los ruidos. El respeto se conforma por la atribución de valores personales y morales a determinados individuos.
Así como Byung-Chul Han propone reescribir el concepto de soberanía de Schmitt, considero pertinente reelaborar sus consideraciones sobre la Sociedad de la indignación. Cree que las olas de indignación son eficientes para movilizar y llamar la atención; pero que, debido a su carácter fluido y volátil, no son capaces de configurar el discurso y el espacio público. Las olas de indignación, añade, muestran una escasa identificación con la comunidad. Experiencias exitosas ocurridas en otros países, incluyendo Nicaragua, muestran lo contrario. La indignación digital germina cuando se sustenta sobre bases reales. Es capaz de movilizar y lograr que la comunidad se identifique con demandas surgidas de sus carencias y reclamos. Estas pueden subsistir durante mucho tiempo.
Han muestra audacia al aceptar la propuesta de Chris Anderson, redactor jefe de “Wired”, sobre la posibilidad abierta por los bigdata, en relación con las teorías sociopolíticas. Se hace eco de su artículo, El final de la teoría. Anderson considera que conjuntos de datos, cuya magnitud se vuelve imposible de representar, están volviendo superfluos los modelos teóricos. Un campanazo para sociólogos, politólogos y economistas. Empresas como Google, con masas gigantescas de datos, no tienen por qué decidirse por modelos falsos. El análisis de grandes datos permite acceder a modelos de conducta que hacen posible la formulación de pronósticos. En vez de recurrir a teorías hipotéticas, pueden asistirse de estas masas de datos. “Cuando disponemos de suficientes datos, la teoría es superflua”.
Otra preocupación fundamental de Han, está centrada en el cerco que tienden las herramientas digitales sobre nuestras vidas. Específicamente las vinculadas con nuestra libertad. Reelabora el panóptico de Bentham y las subsiguientes aportaciones de Michael Foucault. A diferencia del biopoder, que controla únicamente factores externos, introduce lo que él denomina “spicopoder”. La psicopolítica, con ayuda de la vigilancia digital, está en condiciones de leer los pensamientos y controlarlos. La vigilancia digital se desprende de la óptica del Big Brother por ineficiente y falto de perspectiva. Estamos a las puertas, si no es que ya se ha consumado, que el “spicopoder” haya empezado a intervenir en nuestros procesos sicológicos. La humanidad atraviesa momentos complejos.
En los dos últimos capítulos, su énfasis gira alrededor del malestar que le produce la instalación de un cuerpo de espías refinados. Me recuerda la denuncia hecha por Edward Snowden, sobre del ejercicio cotidiano del espionaje a escala local, nacional y planetaria, ejercido especialmente por Estados Unidos. Para ser fieles a la realidad, debemos reconocer que la entrega de información, ocurre de manera consciente. Con la aparición de la nube, todo cuanto se diga a través de las redes digitales, queda registrado. En estas circunstancias la pregunta toral sigue siendo, ¿los gobernantes de estos países están exentos de espionaje? Sabiendo cómo actúan los espías, no hay persona, organización o institución, que quede fuera de su foco de interés. Meten sus narices en todo.
Las redes digitales propician una protocolización de nuestras vidas, suplantan la confianza por el control. Todos vivimos en una ilusión de libertad. El frenesí con que utilizamos las redes genera una iluminación más eficiente que la iluminación ajena. El trabajo se lleva a todas partes, antes no era así, las máquinas estaban fijas en un mismo sitio, las diferencias entre trabajo y vacaciones eran tajantes. Ahora se trabaja a toda hora y en todos lados. La sociedad de control termina configurándose allí donde las personas se comunican no por coacción externa. Donde “el miedo a tener que renunciar a su esfera privada e íntima cede el paso a la necesidad de exhibirse sin vergüenza, es decir, donde no pueden distinguirse la libertad y el control”. Cada uno de nosotros observa y vigila a los demás.
Byung-Chul Han ejemplifica el tipo de vigilancia al que estamos expuestos, a través del funcionamiento de Acxiom, empresa estadounidense dedicada a satisfacer encargos de información formuladas por sus clientes. En consonancia con la naturaleza de su trabajo, su sede permanece vigilada como si se tratase de un edificio del servicio secreto. En la sociedad de la información, en la que el Estado y el mercado cada día se fusionan, “la actividad de Acxiom, Google o Facebook se acerca a la de un servicio secreto”. Se sirven del mismo personal. Coludidas con la bolsa y el servicio secreto, llevan adelante operaciones análogas. Con el internet de las cosas, ahora estamos expuesto también a la vigilancia de las cosas que utilizamos en nuestra vida cotidiana. Solo se salvan quienes no las tienen.
En concordancia con diversos estudios sobre fenómenos digitales, se muestra convencido que la sociedad de control y vigilancia, ha venido siendo configurada gracias a nuestra propia voluntad. Sin obviar, que vigilancia y control, son inherentes a la comunicación digital. La privacidad es cuestión del pasado. Donald Trump apuntaba con sorna: “No quieres que se sepa, escríbelo a máquina”. Aunque Trump nunca ha dejado de usar las redes. Sigue siendo uno de sus usuarios más entusiastas. Las utiliza a destajo. En definitiva, no hay forma de escapar a la voracidad de los espías. Nada más que ahora, gracias a la comunicación digital, trabajan con mayor sutiliza. ¿Espiarán en los aposentos de sus propias familias? Nadie escapa. No confían ni en su sombra, husmean por todos lados.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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