9 de febrero 2017
Varsovia.– El antagonismo hoy está en aumento entre los populistas de derecha y un oponente algo inesperado pero formidable: las mujeres. En Estados Unidos, al igual que en Polonia, los derechos de las mujeres han estado entre los primeros blancos de ataque de los líderes populistas. Pero las mujeres no lo reciben echadas de brazos cruzados.
El conservadurismo tradicional en Occidente en gran medida ha aceptado la necesidad de otorgarles a las mujeres una amplia libertad reproductiva. Las administraciones populistas de derecha de hoy, por el contrario, son categóricamente pre-modernas en este sentido, e intentan revertir las reformas defendidas no sólo por la izquierda -y aceptadas hace mucho tiempo por la derecha convencional.
No es ningún secreto que el consenso tradicional es una causa de desprecio -y de éxito- para el populista moderno, y no sólo respecto de los derechos de las mujeres. Las primeras acciones de Donald Trump como presidente de Estados Unidos demuestran una ansiedad por rechazar normas de larga data en muchas otras áreas también, entre ellas los asuntos exteriores y la política económica.
Pero es el ataque a los derechos de las mujeres lo que está recibiendo la mayor resistencia. El líder de facto de Polonia, Jarosław Kaczyński, ha reculado políticamente sólo una vez desde el retorno de su partido al poder en 2015. En el pasado mes de octubre, cuando miles de mujeres de todas las edades tomaron las calles en la "protesta negra", su gobierno se vio obligado a dar marcha atrás con su plan de introducir una prohibición total al aborto. (Según la ley actual, el aborto está permitido en caso de violación, defectos fetales graves o una amenaza para la salud de la madre).
De la misma manera, de todos los frentes de oposición a Trump, solamente las mujeres han sido capaces de organizarse de manera rápida y eficiente. La Marcha de las Mujeres el mes pasado en Washington hizo alarde de una participación casi tres veces mayor que la propia asunción de Trump el día anterior. En otras palabras, Trump comenzó su mandato con una derrota simbólica a manos de las mujeres norteamericanas.
El subsiguiente restablecimiento por parte de Trump de la "ley mordaza global", que mina la salud de las mujeres en los países en desarrollo al desfinanciar a las organizaciones que ofrecen consejo sobre el aborto, no pudo ocultar esa derrota, como tampoco sus promesas de desfinanciar a Paternidad Planificada, que ofrece servicios de salud reproductiva en Estados Unidos. Las mujeres, más bien, siguieron ofreciendo resistencia -creando, por ejemplo, el hashtag #DressLikeAWoman en Twitter, para poner el foco en la demanda sexista de Trump para el personal femenino.
Mientras las mujeres se plantaban en el camino de los populistas, los líderes políticos y los partidos tradicionales prácticamente se encogieron de miedo; no sorprende, entonces, que sigan perdiendo terreno. Pero las mujeres no estuvieron del todo solas. ONG y otros tipos de movimientos sociales también han dado un paso adelante. Inclusive los medios han ayudado a la causa: aunque no están acostumbrados a un papel tan abiertamente político, las circunstancias -como la guerra que les declaró Trump- los obligaron a actuar.
La composición de la resistencia en verdad tiene una lógica considerable. El populismo de derecha es, en su núcleo central, un ataque al liberalismo, no necesariamente a la democracia. La separación de los poderes, una prensa libre, un sistema judicial independiente y un libre comercio son ideales liberales; no son democráticos. Las mujeres se irguieron por sobre el resto en la oposición porque son, en muchos sentidos, la antítesis del populismo de derecha, cuyo apoyo proviene principalmente de hombres blancos con un bajo nivel de educación -el séquito demográfico que menos comprende al feminismo.
El interrogante ahora es si las mujeres pueden o no ganar la batalla contra los populistas. Si bien la respuesta todavía no resulta clara, efectivamente tienen unas pocas armas poderosas en su arsenal.
Para empezar, las mujeres son más numerosas que cualquier otro grupo social único, incluidos los negros, los latinos, la izquierda, la derecha, los liberales, los conservadores, los católicos y los protestantes. Hay más mujeres que hombres blancos en Estados Unidos -o en Polonia, si vamos al caso-. Y, más importante, las mujeres superan en número a los populistas. (Las mujeres deben pelear por sus derechos como si fueran una minoría, aunque sean una mayoría, y como si carecieran de capital humano, aunque, en Occidente, suelen tener un mejor nivel de educación que los hombres).
Las mujeres están en todas partes y la discriminación, en mayor o menor grado, es parte de las experiencias de todas las mujeres. Esto convierte a las mujeres en una suerte de clase revolucionaria, en el sentido marxista. También hace que a las mujeres les resulte relativamente fácil construir solidaridad.
Durante la protesta negra de Polonia, miles de personas protestaron en señal de solidaridad, desde Berlín (donde varios miles salieron a las calles) hasta Kenia (donde unas 100 personas se manifestaron). Durante la Marcha de las Mujeres en Washington, hasta dos millones de personas marcharon en señal de solidaridad en todo el mundo. Claramente, las mujeres son una fuerza global. ¿Quién mejor, entonces, para resistir a personajes como Trump, Kaczyński y otros populistas de derecha, cuando lanzan un ataque al globalismo?
Quizás el arma más importante en el arsenal de las mujeres sea que no tienen vergüenza. Mientras que el siglo XX se caracterizó por la disciplina a través del miedo, el siglo XXI se ha caracterizado por la represión a través de la vergüenza. A diferencia del miedo, la vergüenza se puede esconder -y ése es el punto.
Mientras uno puede sentir miedo sin perder la dignidad, la vergüenza nace de sentimientos de inferioridad. Eso es lo que las mujeres están rechazando en sus protestas antipopulistas. Defender los derechos de las mujeres a elegir hacerse un aborto o no -particularmente en lugares donde el aborto sigue siendo relativamente accesible- representa defender la dignidad y la autonomía de las mujeres.
Los partidos políticos convencionales, en cambio, todavía experimentan vergüenza, al igual que otras organizaciones tradicionales como los sindicatos. Tienen escrúpulos y les preocupa la percepción que los otros tienen de ellos. Eso hace que estén mal equipados para hacer frente al grupo más desvergonzado de todos: los populistas.
Personajes como Kaczyński y Trump se han beneficiado enormemente de su falta de vergüenza, diciendo y haciendo lo que sea para ganar el respaldo de su base política. Pero las mujeres no se quedan calladas. Se están sacando de encima los grilletes de la vergüenza que se ha utilizado durante tanto tiempo para reprimirlas, y pagan con la misma moneda. ¿Los populistas podrán aguantar la presión?
-----------------------------------------------------------------
Sławomir Sierakowski, fundador del movimiento Krytyka Polityczna, es director del Instituto para el Estudio Avanzado en Varsovia.
Copyright: Project Syndicate, 2017.
www.project-syndicate.org