30 de septiembre 2020
La cantidad espeluznante de feminicidios durante los últimos meses no es casualidad. Es resultado de una combinación letal entre un Estado cómplice, represor y violento, y una sociedad profundamente misógina, clasista y racista. Por tanto, tampoco es casualidad que sean las mujeres pobres, racializadas o de zonas rurales las que están siendo mayormente asesinadas y violentadas. En Nicaragua, discurso y política de Estado se mezclan todos los días con una narrativa y praxis social de tolerancia y encubrimiento hacia las violencias contra las mujeres. Es por esto que estoy convencida que parte de la apuesta política para que las mujeres podamos tener vidas libres de violencias, parte por reconocer(nos) dentro de los procesos políticos, nombrar nuestras historias, roles y aportes, así como las huellas que nos dejan.
Históricamente en Nicaragua (y el mundo), en la medida que los procesos políticos avanzan, los roles que mujeres jugamos en los mismos suelen ser instrumentalizados para que los liderazgos masculinos crezcan, desconociendo los intereses y aportes diversos de las mujeres en las luchas por sociedades mejores. Por tanto, nuestras resistencias pasan también por desestabilizar lo que entendemos como política, por crear nuevos imaginarios y nuevos lentes que nos permitan incluirnos y reconocernos en nuestras diversidades.
El patriarcado, uno de los mayores sistemas de opresión hacia las mujeres (sumado a la raza, espacialidad, clase, entre otros), ha venido construyendo socialmente ideas binarias del mundo, así como instituciones que sustentan esas ideas. En ese sentido, las distintas miradas feministas buscan develar esas opresiones, desestabilizando esos mundos construidos binariamente. La política, tal como la hemos entendido tradicionalmente se sustenta en una de esas dicotomías, al separar lo público de lo privado. Política se entiende socialmente como el proceso de tomar decisiones que se aplican al ámbito público, toda actividad que busca el ejercicio, modificación, o preservación del poder público. Relacionado a lo que se entiende como “problemas comunes”, todo aquello que transcurre fuera del hogar. En contraste, se ha entendido como lo privado, y por ende no político, al ámbito doméstico, espacio de la vivienda y la relación parental, ámbitos cuya carga histórica fundamental recae sobre las mujeres.
Si ampliamos la mirada y desestabilizamos esa idea binaria de la política ¿qué vemos?
Identifico que mujeres en medio de nuestras diversidades, hemos protagonizado por lo menos dos contribuciones políticas fundamentales al proceso histórico que vivimos, una contribución epistémica, vinculada con la noción y forma de hacer política, y la otra al contenido y agenda del movimiento social amplio, es decir, con la idea de un nuevo contrato social.
En lo que concierne a nuestro aporte a la epistemología de la política en Nicaragua, organizaciones de mujeres y feministas que llevan décadas consolidando redes, junto con otras que surgieron orgánicamente en abril de 20118, logramos constituir un conjunto de espacios que han dado solución a problemas colectivos que se profundizaron producto de la represión. Estos esfuerzos han logrado garantizar lugares seguros, salud y medicamentos para personas perseguidas; atender necesidades de personas presas políticas; articular sistemas innovadores de atención psicológica en crisis; organizar sistemas de monitoreo y documentación de violaciones a derechos humanos.
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Todas estas redes lideradas y sostenidas principalmente por mujeres. Sin embargo, no necesariamente se han reconocido como espacios políticos. En la cultura binaria que mencione antes, no se entiende como político a una política que cuida, que atiende lo privado, sino solo a aquella que busca la toma del poder y el Estado. Y como además se supone el cuido es nuestra responsabilidad, nuestras participaciones en la lucha por la vida y libertad están socialmente mediadas por la “categoría habilitante” de ser pareja, hija o mamá de, algún hombre, “sujeto político” principal de la política androcéntrica, para cuidarles y protegerles.
Por tanto, para lograr que se nombre esta contribución epistémica, que reconstruye el conocimiento sobre lo político, en tanto lo articula con diferentes dimensiones de la realidad, tenemos que dar un salto en politizar el cuido, si no lo hacemos, solo habremos pasado de cuidar en lo privado a cuidar en lo público, y tampoco habremos logrado trasladar su responsabilidad a lo colectivo, y por ende a sujetos políticos tales como Estado y comunidad.
Respecto a nuestro aporte al contenido político y agenda del movimiento social amplio. El contenido central del consenso que se construyó desde abril, es la lucha por tres elementos: democracia, libertad y justicia. Las mujeres en Nicaragua hemos levantado la voz y puesto el cuerpo luchando por las tres, sin embargo, es en la lucha por la justicia donde tenemos un rol protagónico fundamental. En un país en donde en 199 años se ha perpetuado la impunidad, haber logrado posicionar el tema de la justicia, la reparación y la no repetición, establece las bases de un nuevo contrato social, y eso, a mi juicio, es el logro más transformador producto de abril, liderado, protagonizado y resistido en gran medida por mujeres.
Digo que las mujeres hemos tenido roles protagónicos en la lucha política por la justicia, porque hemos sido fundamentalmente en el movimiento amplio por la defensa de derechos humanos, de personas asesinadas y presas políticas, las que hemos levantado la voz, opuesto y denunciado cualquier intento de impunidad, las que hemos luchado y puesto en el centro nuestras autonomías, y sobre todo, quienes hemos expuesto en lo concreto, esta agenda ineludible del país: verdad, justicia penal, memoria, reparación y garantías de no repetición.
Además del desafío que ya planteaba arriba, la experiencia de estos dos años también no trae otros retos sobre los que deberemos reflexionar y actuar.
Uno de ellos son los liderazgos de las mujeres. A partir del estallido de abril, mujeres hemos estado al frente de procesos organizativos, construyendo diálogos y alternativas políticas, pero mayoritariamente en las sombras, hombres siguen ocupando el espacio en público, de esta manera el poder institucional sigue estando ejercido por hombres. Superar este desafío pasa, entre otras cosas, por desestabilizar la colonialidad del género en nuestras cabezas, vinculada a un legado con orígenes religiosos que relaciona nuestros aportes como parte de un apostolado que no se reivindica. Aceptar que está bien tomar crédito por lo que hacemos, y asumir que muchas veces los logros se beneficiaron o fueron posibles por nuestros aportes, también politiza nuestros activismos y resistencias.
Otro desafío es el del acompañamiento a las mujeres que han asumido liderazgos visibles en espacios azul y blanco y están más mediatizadas. Nuestras compañeras, organizadas en esos espacios, están solas. Son minoría a la hora de impulsar agendas feministas y desde las mujeres, e incluso, en muchos casos aisladas. Crear más plataformas o fortalecer las existentes, es importante en tanto nos permite seguir compartiendo experiencias, discutiendo agendas y miradas feministas, y crear o fortalecer los espacios de acciones comunes en medio de nuestras diferencias.
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Un desafío adicional, es que, en varios de estos espacios azul y blanco, nos toca resistir, no solo a la violencia de Estado, sino también a las violencias machistas de quienes los integran. Violencias que en algunos casos han sido toleradas, normalizadas y secundadas. Estos desafíos también implican pensar en cómo politizar estos procesos. Si bien febrero de este año y la explosión de denuncias de agresiones, fue importante, ya que muchas mujeres lograron romper con la cultura del silencio. También es verdad que politizar las violencias no necesariamente en todos los casos significa hacerlas públicas, las resistencias a las violencias pueden tener distintos significados y formas. Por tanto, politizarlas, sobre todo pasa por seguir creando redes y plataformas seguras, seguir apostando por la no tolerancia, y sobre todo que todas sepamos que nuestras compañeras nos creen y nos acuerpan.
*Este artículo se centra en lo ocurrido a partir de abril de 2018. No analizo otros momentos históricos, y me centro en zonas urbanas del Pacífico.