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Motociclistas, especie en extinción

Tantos muertos y lesionados por año sólo me recuerdan los tiempos de la guerra

Mario Urtecho

19 de marzo 2016

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Los biólogos advierten que una especie está en peligro de extinción cuando tienen pruebas contundentes. Entonces toman previsiones para prevenir, o desarraigar las causas que pueden generar las eventuales amenazas que pueden desaparecerla. Los motociclistas, esa especie que a diario circulan por caminos, calles y carreteras de Nicaragua no están en peligro. Están en extinción. Las pruebas son cuantiosas y dolorosas. Basta ver los telenoticieros para enterarse dela multitud de muertos y lesionados que ocurren cada día.

Según el Anuario Estadístico de la Policía Nacional de 2014 (los datos de 2015 aún no están en la Internet), 4.859 personas fueron víctimas de accidentes de tránsito en todo el país, los que dejaron un saldo de 669 muertos (14%) y 4.190 lesionados (86%). Las autoridades de tránsito, cuya intensa labor preventiva y educativa pareciera predicada en el desierto, informaron que en 2016 están ocurriendo 80 accidentes por día, con un promedio de 2 muertos diarios, la mayoría motociclistas menores de 30 años de edad.

La aritmética dicta que de mantenerse tales indicadores, causas, y escenarios que generan estos percances, al final de 2016 habrá un acumulado 29,200 accidentes con 5.304 involucrados, de los que 730 morirán y 4.574 quedarán lesionados. En comparación con 2014, estas cifras serán superiores en: 613 accidentes, 445 accidentados, 61 muertos y 384 lesionados, cifras lapidarias y espeluznantes. La mayoría de muertos y lesionados serán motociclistas menores de 30 años.

Como a veces resulta difícil imaginar las cifras, 730 muertos es igual a que en un año fallezcan accidentados las novenas de 81 equipos de beisbol, o los oncenos de 66 equipos de futbol.


Acerquémonos al escenario de los fallecidos. La desgracia no concluye con el incomparable dolor de madres, padres, novias, viudas, huérfanos, hermanos y demás parientes por el deceso delos seres queridos. Allí empiezan a lamentarse las consecuencias inmediatas, pues a esos muertos hay que comprarles el ataúd, velarlos y enterrarlos, hacerles sus novenarios y pagarles sus misas. Esos gastos agudizarán las estrecheces económicas,más si el occiso era el sostén familiar.

Asomémonos ahora al hogar de uno de los 4.574 lesionados que habrá al final de 2016. Si es motociclista, al menos tendrá golpes y escoriaciones, lo que lo inhabilita para trabajar –si es que lo hacía antes del accidente- al menos por quince días. Si sufrió una fractura en brazos o piernas está disminuido de uno a tres meses: si las fracturas son múltiples y hay alguna expuesta, pasará de seis meses a un año convaleciente. No pensemos que le amputaron una extremidad, porque entonces quedó desgraciado y convertido en carga familiar.

Por lo general los lesionados no van a hospitales privados, sino a centros de salud y hospitales públicos. ¿Cuánto le cuesta al Estado de Nicaragua en medicinas y servicios médicos reparar a tantos miles de lesionados? ¿Qué representa para la economía nacional que miles de personas que integran su población económicamente activa dejen de trabajar una larga temporada? ¿Cuánto se paga en subsidios a quienes de manera temporal o total dejan sus empleos?

Pero esta carnicería en calles y carreteras pareciera no preocuparle ni importarle a nadie. Para algunos ya no es noticia que un motociclista impacte con, o sea arrollado por otro vehículo. Es más, en algunos noticieros se hace guasa de estos accidentes y son anunciados como si de eventos de feria se tratasen: otro encabrado al suéter; por poquito se lo lleva la pelona, y otros comentarios similares y más prosaicos.

Y habrá desgracias y duelos para rato. De los setecientos mil automotores que integran el parque vehicular a nivel nacional, trescientos mil son motocicletas, y sus ventas siguen creciendo como si tantos muertos y lesionados no fuesen ya un problema nacional de salud y una emergencia para los años inmediatos. Y las casas distribuidoras, que se enriquecen con esta mortandad, amplían sus ofertas y facilidades de pago, para que usted deje de andar en bus y luzca su motocicleta. ¿Hay quién revisa la calidad de las motos?

Alguien podría argumentar que a nadie se obliga que compre motocicletas; que no se pueden restringir sus ventas, porque eso atentaría contra la libertad de comercio; que los muertos y lesionados andaban en estado de ebriedad, hicieron malas maniobras, se distrajeron, conducían a exceso de velocidad, participaban en competencias ilegales, conducían de manera temeraria. Puede ser cierto, como cierto es que mañana veremos en las noticias los muertos y destrozados del día, sobre todo los de viernes y lunes, cuando hay más. Los domingos son menos.

Usted que ha decidido comprar su motocicleta, piense un momento en el espantoso estado en que quedan los cuerpos de los accidentados. Así puede quedar el suyo. Piense en su esposa, que como usted tiene menos de 30 años. No la verá más. Recuerde a su niñito y niñita. No estará con ellos cuando más lo necesiten. Imagine el terrible dolor que le provocará a su santa madre. Después de enterrado usted será un triste recuerdo. Por ello, su esposa quitará su foto de la sala, y con el tiempo otro ocupará su lugar. Así es la vida. Ah, y si usted ya tiene su moto, piense en todo esto antes de echarse el primer vergazo. Quien te avisa no te engaña.

Tantos muertos y lesionados por año solo me recuerdan los tiempos de la guerra. A las puertas de esta Semana Santa, y mientras alguien se interesa por esta desgracia nacional, sugiero a las empresas distribuidoras de motocicletas, que en sus planes de marketing, además de los cascos para las cabezas de los futuros heridos, quebrados, inválidos y amputados, también oferten un ataúd acada uno de sus clientes. Así, de alguna manera compensarán a la futura familia doliente, y expresaránde manera pública su responsabilidad social empresarial.


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Mario Urtecho

Mario Urtecho

Escritor nicaragüense, originario de Diriamba. Autor de "Voces en la Distancia", "¡Los de Diriamba!", "Clarividencias", "Los nicaraguas en la conquista del Perú", "Mala Casta", "La mujer del padre Prado y otros cuentos", y "200 años en veremos". Editó la revista literaria "El Hilo Azul" y ha revisado obras de prestigiados novelistas, cuentistas, poetas, historiadores y ensayistas, incluida la antología "Pájaros encendidos", de Claribel Alegría, y la poesía completa de Leonel Rugama y Ernesto Cardenal.

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