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Monimbó es Nicaragua y Bosawás también

Necesitamos la Unidad para la justicia y la democracia para salvar la vida

Para acabar con el ruido de la motosierra criminal los ciudadanos debemos exigir cuentas a las autoridades lideradas Daniel Ortega

Nadine Lacayo

2 de febrero 2020

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Los toscos hachazos o el monótono ronroneo de las motosierras seguido por el ronco desgarro de los árboles derribados en la montaña adentro, no nos llegan con la rapidez de otros atropellos. Pero sabemos que en el silencio impuesto por el escaso conocimiento o, por la lejanía, continúa impasible la marcha fatal de la maquinaria perforando y desplumando lo que queda de aquel paraíso que fue Bosawás. Igual sucede en Indio Maíz o en las más de 70 Áreas Protegidas que, apenas en el año 2000, quedaban en Nicaragua. Solo, cuando el ruido proviene del estruendo de las balas y el ruido de sangrantes machetes, los alaridos de aquel lejano infierno, traspasan los débiles biombos que nos separan del Caribe. Es entonces que oímos y sentimos el ardor, y luego, algunos denunciamos o nos detenemos a mirar un poquito, aunque en el peor de los casos, pasamos la página.

Escuché la noticia y sentí la soledad y el desamparo de los mayagnas, y también la hecatombe de algo sagrado. ¿Qué habrán sentido los que vieron quemarse en sus narices la biblioteca de Alejandría? Hace unas horas me dice Camilo de Castro —quien lleva las pulsaciones de las moribundas reservas—, que ya son cuatro los asesinados, más uno herido de gravedad y dos heridos fuera de peligro. Además, me cuenta que aparecieron seis de los desaparecidos de la comunidad Alal. En conclusión, aún no sabemos cuántos serán realmente los muertos, aunque si podemos asegurar que esto aún no acaba. Bosawás aún respira y la podemos salvar y restaurar.

Yo me sigo preguntando lo que muchos desde hace añales: ¿Qué carajo podemos hacer? ¿Cuántos indígenas realmente han sido asesinados por la mafia maderera y ganadera desde que se creó en Bosawás en 1979? ¿Cuántos habrán muerto en la guerra de los ochenta en que, como tal, no se le dio seguimiento? O, ¿Cuántos han sido asesinados desde 1997 cuando fue declarada Reserva de la Biósfera por la UNESCO? ¿Cuántas especies quedaran vivas aún? ¿Habrán desaparecido por completo las colonias de los quetzales y las grandes águilas harpías? ¿Y las más de 150 000 especies de insectos? Me refiero a los extraños organismos descubiertos y estudiados por científicos que venían de todo el mundo a la propia zona núcleo del cerro Saslaya y se quedaban impactados por aquellas curiosas riquezas de la biodiversidad. Entraban a la zona con la pulcritud, respeto y cuidado de quien entra a un laboratorio de la NASA, trasportados en helicópteros por el biólogo Roger Román que era el jefe nacional cuando funcionaba aquello llamado MARENA. Me pregunto de vez en cuando por la guacamaya escarlata, las enormes lapas que, en mi investigación, una noche con previa cita, un líder mayagna en la oscuridad de un bar de mala muerte en Siuna —en absoluto secreto por miedo a que lo mataran— me describió la forma atroz en que eran cazadas para ser luego drogadas y transportadas en avión hasta Miami. ¿A qué valor eran vendidas? Nunca sabremos hasta dónde llegó la fortuna de aquellas operaciones que continuarían a la sombra del poder.

La impotencia es brutal, la represión es salvaje, los espacios se reducen cada día, solo nos queda la denuncia internacional, y estos vehículos de las redes para expresarnos y escucharnos con seriedad y respeto sobre estos asuntos vitales. Porque, aunque estemos aplastados, a lo que yo más apuesto y seguiré apostando es a que no nos cansemos y a que avancemos en el consenso razonable sobre lo urgente, lo prioritario y lo importante, si es que queremos tener país. Y, si queremos tener país también conozcamos la magnitud del crimen que representa la destrucción de Bosawás y denunciemos la barbarie de este ecocidio.


Por eso digo justamente que necesitamos la Unidad para lograr justicia y democracia, y la democracia para salvar la vida, y en consecuencia a Bosawás quien, si vive nos hará vivir y si muere, nos moriremos todos: es la reserva forestal más grande de Centroamérica y la tercera a nivel mundial y en su entorno se asienta la mayor población indígena de Nicaragua.

Es la razón por la que pienso que, aun cuando no podamos salir a las calles, no debemos acostumbrarnos a esto, no perdamos la capacidad de repudio y denuncia frente a esta siniestra y antigua depredación de Nicaragua y de la población indígena del Caribe. Y eso que digo no es ni sentimentalismo ni romanticismo, es defensa de la vida y tomar la gran oportunidad de irnos a los foros internacionales a exponer esta masacre a pellizco de la segunda mayor selva tropical del continente, que, según datos ya viejos, su selva ecuatorial y de montaña ha sufrido una erosión arriba del 70% según anunciara el extinto Nuevo Diario en el 2016 por causa de tala, quema y minería.

¿Qué carajo hacemos? Amén que ahora le doy toda la razón el escritor Erick Blandón en cuanto hay que hablar de todo, que “…ningún tema es postergable … y no hay nada que no sea prioritario…”. Sí, todo es urgente e importante en esta sociedad que ha acumulado tantos desafíos, y que quiere ser viable porque aún tiene alma, capacidad de resistir y, en la profundidad de su corazón sueña con vivir en un paisito mejor. Y, sin Bosawás no lo habrá porque es lo que aún nos hace respirar. ! Juntémonos, unámonos para la vida ¡

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Nadine Lacayo

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