5 de enero 2024
Siempre fue altamente probable que la oposición ganase la elección presidencial de octubre y noviembre de 2023 en Argentina. Después de todo, esa ha sido la regla en casi todas las elecciones en América Latina desde 2018: tal es el grado de justificado descontento en una región donde muchas economías están estancadas y muchos sistemas políticos no dan a los ciudadanos los buenos servicios públicos que merecen. Esto resulta especialmente claro en el caso de Argentina: el gobierno peronista de Alberto Fernández se mostró incapaz de ofrecer estabilidad económica y crecimiento; el presidente ni siquiera logró la libertad de imponer políticas racionales frente al poder de veto de su vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner.
La pregunta era más bien qué tipo de opositor ganaría. Mientras que los sistemas políticos en muchos países latinoamericanos se han fragmentado, Argentina conservaba dos coaliciones aparentemente estables: el peronismo y Juntos por el Cambio (JxC), este último amalgama de la vieja Unión Cívica Radical y el Pro, conservador y de origen más reciente del expresidente Mauricio Macri. Pero JxC se autodebilitó con una lucha interna sobre quién sería su candidato. Su relativa moderación no sintonizaba con la exasperación de los argentinos por la inflación, la corrupción y la pobreza. Quien sí logró encarnar esa exasperación fue Javier Milei, con teatralidad (la motosierra como accesorio de campaña), con sus palabras soeces y su denuncia populista contra “la casta” (término acuñado por el Movimiento 5 Estrellas de Italia, y popularizado en el mundo hispanohablante por Podemos).
La victoria de Javier Milei
La victoria aplastante de Javier Milei, con un 56% del voto en la segunda vuelta frente a Sergio Massa, marca la llegada del outsider a la política argentina contemporánea, del individuo que desafía al sistema en un momento de cólera popular, siguiendo el molde de Alberto Fujimori en el Perú de 1990 o Abdalá Bucaram en Ecuador en 1996. Durante largo tiempo, la imagen y autoimagen de los argentinos ha sido, por usar la frase de Octavio Paz, que “descendían de los barcos”: un fragmento de Europa trasplantado a América. Si alguna vez fue cierto, hace tiempo que dejó de serlo. Argentina se ha hecho plenamente latinoamericana: en los últimos quince años casi toda la creación de empleo ha sido en la economía informal. Eso ha tenido consecuencias políticas.
Hace ochenta años Juan Perón surgió como un outsider en un país todavía rico, con una batalla distribucional entre una vieja oligarquía y una nueva clase trabajadora urbana de origen inmigrante (fuera desde el campo o del extranjero). Como ha apuntado Carlos Pagni, periodista de La Nación, en su libro El nudo sobre el “conurbano” bonaerense –el corazón de la economía informal–, “Perón ofrecía, antes que cualquier otro servicio, la inclusión de los trabajadores”. En contraste, los Kirchner –Cristina y su difunto esposo Néstor, que han domina- do la política argentina desde el colapso financiero de 2001– han ofrecido solo “la administración de la pobreza”.
Lo han hecho a través de un clientelismo que ha adquirido proporciones industriales, con subsidios indiscriminados y controles de precios, incluyendo, sobre todo, el precio del dólar con la infinidad de tasas de cambio diferenciales que invitan a la corrupción y desincentivan las exportaciones. El kirchnerismo ha financiado este monstruo subiendo la carga tributaria del 20% del PIB en 2002 al 32% y, como eso no bastaba, también con la máquina de imprimir dinero del Banco Central. Los resultados eran predecibles: una inflación que va hacia el 200% este año, y una escasez crónica de dólares.
Javier Milei ofrece una crítica radical de este modelo y por eso ganó. Pero ganó como un disruptor. Como presidente que, lejos de una mayoría legislativa, tendrá que ser un constructor de equipos para gobernar y de políticas racionales que vayan más allá de denuncias emocionales.
Carlos Menem en Argentina
Algunas de sus propuestas son utópicas. La dolarización sin dólares es una quimera. Cerrar el Banco Central sería una pataleta estúpida. Pero parte de su discurso recuerda a una figura muy denostada en Argentina: Carlos Menem, quien llevó a cabo el desmonte de subsidios, el recorte del gasto público, las privatizaciones masivas y ofreció una especie de dolarización suave con la convertibilidad que fijó por ley el valor del peso frente al dólar uno a uno. Menem representó una veta de derecha capitalista que siempre ha existido en el peronismo. Y con Javier Milei, quien trabajó en una consultoría económica menemista, está resucitando, por necesidad.
Menem adoptó estas políticas promercado solo después de resultar elegido presidente con promesas económicas populistas. Que Milei ganara sin esas promesas es señal de que los argentinos son conscientes de que no queda otra posibilidad que la terapia de choque. Aun así, Milei haría bien en recordar por qué Menem al final fracasó. La convertibilidad condenó a Argentina a una tasa de cambio no competitiva que hizo quebrar innecesariamente a muchos negocios con una subida inaceptable del desempleo (la dolarización conduciría a lo mismo). Y los deseos de Menem de eternizarse en el poder lo llevaron con el tiempo a adoptar una política fiscal laxa, incompatible con la convertibilidad. A diferencia de Menem, Milei no tiene una máquina política organizada. La que todavía perdura pertenece a Axel Kicillof, el recién reelegido gobernador de la provincia de Buenos Aires y heredero político de Cristina Kirchner.
¿Qué futuro espera a la Argentina de Milei? Conviene recordar que Fujimori se convirtió en un autócrata. Hay argentinos que temen que Milei siga el mismo camino, a partir de la premisa de que es la única forma de imponer un ajuste fiscal drástico. Pero no está claro que dispusiera de la autoridad para ser un autoritario. La fragilidad de la personalidad de Milei invita más a comparaciones con Bucaram, que como Milei gozaba del apodo de “el Loco”. Duró solo seis meses en el poder antes de que el Congreso lo echara por supuesta corrupción.
Hay un camino potencial de éxito. Pasa por formar una coalición amplia y un equipo experimentado, y hacer un ajuste rápido e inteligente de la economía. Con el campo gasífero de Vaca Muerta, el litio, el agronegocio pujante y con una población todavía relativamente educada, Argentina podría retomar el camino del crecimiento estable. No será fácil pero es posible.
*Este artículo se publicó originalmente en Letras Libres.