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México ya tiene su propio Trump

Entre AMLO y Trump hay semejanzas. Ambos sienten profundo desagrado por el país del otro y son complacientes con sus partidarios nacionalistas

Entre AMLO y Trump hay semejanzas. Ambos sienten profundo desagrado por el país del otro y son complacientes con sus partidarios nacionalistas

Jorge Castañeda

4 de julio 2018

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El presidente estadounidense Donald Trump ha sido el peor dolor de cabeza del mundo por dieciocho meses, y es probable que ningún país lo haya sufrido tanto como México. De los tres principales contendientes en la elección presidencial mexicana que acaba de finalizar, ninguno era menos apto que el vencedor, Andrés Manuel López Obrador (conocido como AMLO), para manejar al matón que ocupa la Casa Blanca. Pero el pueblo mexicano lo eligió, y será él quien deba lidiar con Trump durante buena parte (o la totalidad) de los seis años de su mandato.

Las relaciones de México con Estados Unidos no fueron un tema central de la campaña, ni figurarán en las prioridades de AMLO. Pero es seguro que afectarán a los mexicanos más que la mayoría de las otras cuestiones.

Entre AMLO y Trump hay semejanzas. Los dos parecen nacionalistas sinceros en lo económico: Trump espera hacer a EE. UU. autosuficiente en aluminio y acero, mientras que AMLO busca lo mismo para México en cuestión de maíz, trigo, carne vacuna y porcina, y madera. Los dos son contrarios a tratados comerciales, aunque moderan su aversión con pragmática selectividad: Trump abandonó el Acuerdo Transpacífico, pero no el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (por ahora), mientras que AMLO dice que seguirá renegociando el TLCAN con EE. UU. y Canadá según las líneas trazadas por el presidente en ejercicio, Enrique Peña Nieto.

Ambos sienten profundo desagrado por el país del otro y son complacientes con sus partidarios nacionalistas, que en ocasiones llevan sus arraigadas pasiones hasta los extremos. Pero los dos saben que deben negociar, adaptarse y compatibilizar realidades prácticas.


Pese a estos parecidos (o precisamente por ellos), es casi seguro que Trump y AMLO llevarán las relaciones entre EE. UU. y México a nuevos abismos de sospecha y tirantez, conforme factores objetivos y fervores subjetivos agraven viejas tensiones y alimenten otras nuevas. La agenda bilateral seguirá dominada por el comercio, la inmigración, las drogas, la seguridad y temas regionales, y en todos estos frentes, AMLO tendrá ante sí al presidente estadounidense más hostil en casi un siglo.

En cuestión de comercio y aranceles, no se conocen posturas concretas de AMLO, pero muchas de sus propuestas económicas contradicen la letra o el espíritu del TLCAN. La idea de fijar precios mínimos a numerosos productos agrícolas y garantizar que México produzca lo que consume se contradice con muchas cláusulas del TLCAN y con el objetivo de Trump de reducir el déficit comercial bilateral de Estados Unidos.

AMLO, que no asumirá hasta el 1 de diciembre, se comprometió a defender el tratado y continuar conversaciones para modificarlo. Pero incluso en el mejor de los casos, el cambio de guardia demorará cualquier acuerdo final y la ratificación de los tres países. En tanto, las constantes amenazas de Trump de retirarse del TLCAN o imponer nuevos aranceles (por ejemplo, a las exportaciones de autos mexicanos a EE. UU.) no harán más que irritar a la nueva dirigencia de México.

Probablemente más espinoso todavía será el tema de la inmigración. No ayudarán en esto la insistencia de Trump en levantar un muro a lo largo de la frontera, el aumento de las cifras de mexicanos deportados desde el corazón territorial conservador de los EE. UU., el cruce de migrantes centroamericanos por México, la detención por separado de niños inmigrantes y la presión diplomática y retórica de Trump en todos estos frentes. Es previsible que la actitud sumisa de Peña Nieto ante los EE. UU. en la mayoría de estos temas (desde el momento mismo en que invitó al entonces candidato Trump a Ciudad de México en plena campaña presidencial) llevará a AMLO a tratar de diferenciarse enfrentando a Trump lo más que pueda (aunque sea simbólicamente).

Peña Nieto advirtió que usaría la inmigración y la seguridad como monedas de negociación dentro de una estrategia holística para todas las cuestiones incluidas en la agenda bilateral, pero nunca lo hizo. En cuanto AMLO trascienda sus ideas simplistas y comprenda la complejidad de las cuestiones involucradas, tal vez se sienta atraído hacia aquello que Peña Nieto no se atrevió a hacer. México tiene a su disposición diversas herramientas migratorias, por ejemplo relajar los controles en la frontera sur con Guatemala o negarse a recibir deportados desde EE. UU. si las autoridades estadounidenses no pueden demostrar que son nacionales mexicanos. Con la cercanía de las elecciones intermedias de noviembre y la campaña presidencial de 2020 a la vuelta de la esquina, es difícil que Trump se abstenga de azuzar la animosidad nativista de sus seguidores.

La guerra a las drogas se encuentra en una encrucijada similar. La crisis de opioides en EE. UU. no muestra signos de amainar, y una proporción significativa de la heroína y el fentanilo que se consumen allí procede de México, directamente o como país de tránsito. A la inversa, son cada vez más los estados estadounidenses que legalizan la marihuana para uso médico o recreativo (lo mismo que Canadá). AMLO es sumamente conservador en estos temas y se opone a cualquier clase de legalización, pero le será difícil mantener los niveles previos de cooperación con EE. UU. en control de drogas, debido en particular a la animosidad de la opinión pública contra Trump y a su resentimiento por la naturaleza encubierta, intrusiva y probablemente ilegal de la colaboración instituida por sus dos predecesores.

AMLO insinuó que apoya alguna clase de amnistía para los pequeños cultivadores de marihuana y amapola, pero no para los grandes narcos. Sin embargo, la línea entre ambos no siempre es clara. Los campesinos de Guerrero cultivan amapola para los carteles, no para su propia subsistencia. Y la Administración para el Control de Drogas de los EE. UU. no verá con buenos ojos que se reviertan los compromisos de presidentes mexicanos anteriores de seguir librando esta costosa, sangrienta y vana guerra electiva contra las drogas en México.

Pero en la agenda bilateral hay otras cuestiones, desde la puesta en común de datos de inteligencia y el contraterrorismo hasta crisis regionales como las de Venezuela, Nicaragua y tal vez Cuba. Es casi seguro que AMLO mantendrá la cooperación mexicana en el primer conjunto de temas y se refugiará en la tradicional y arcaica postura antiintervencionista de México en asuntos de diplomacia regional. Pero para Trump la cuestión de los presidentes de Venezuela Nicolás Maduro o de Nicaragua Daniel Ortega no es tan importante como la seguridad, así que en esto tal vez se pueda evitar una ruptura real.

Es probable que la victoria de AMLO fuera inevitable, por el hambre de cambios en México y la incompetencia y pérdida de credibilidad de la administración saliente. Ahora los mexicanos tendrán que enfrentar las consecuencias de su decisión, así como su país (más que la mayoría de los otros) debe enfrentar las consecuencias de la decisión que tomó EE. UU. en 2016.

*Jorge G. Castañeda, exministro de asuntos exteriores de México entre 2000 y 2003, es profesor de Ciencias Políticas y Estudios Latinoamericanos y del Caribe en la Universidad de Nueva York. Copyright: Project Syndicate, 2018.


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Jorge Castañeda

Jorge Castañeda

Político y comentarista mexicano. Catedrático en la Universidad de Nueva York. Fue Secretario de Relaciones Exteriores de 2000 a 2003. Hijo del también diplomático mexicano Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa.

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