Guillermo Rothschuh Villanueva
10 de mayo 2020
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¿Cuánto habrá cambiado Ciudad de México una vez que el coronavirus sea abatido? ¿Su gente seguirá siendo la misma?
Foto: Gustavo M | Flickr
Mi compinche mexicano es el autobiógrafo oficial de la Ciudad de México, así que le propongo un juego: que me mande a los sitios que debo conocer de su ciudad para empezar a conocerla, pero que no me diga por qué ni para qué, que deba descubrirlo. Yo, a mi vez, ocultaré su identidad bajo un apodo inverosímil: Juanvilloro.
Martín Caparrós.
Sus afinidades y complicidades fueron las que motivaron a Martín Caparrós a escribir una crónica sobre Ciudad de México, una de esas que hacen historia. Guardan una hermandad de muchísimos años forjada en la fragua de la escritura. También los une el especial cariño y pasión por el futbol. Escribieron al alimón un libro que devela las interioridades del Mundial Sudáfrica. Ida y vuelta (Seix Barral, 2012), reafirma el dominio que tienen sobre un juego que para muchos es todo un arte. Convoca a millones de personas. Caparrós desembarcó en México por enésima vez. En esta nueva ocasión decidió rendirle homenaje a la Ciudad de México, la niña de los amores de Juan Villoro. Una reafirmación de que las mejores aproximaciones al conocimiento de las ciudades se deben a los escritores. Develan sus intimidades.
México, ciudad desbocada (El País, 30 de marzo, 2019), estruendo y júbilo, matiz y acuarela, revelación y puesta en escena de una ciudad que reta la imaginación. Sabedor que Villoro es el cronista oficial de la ciudad de los aztecas, Caparrós pidió al amigo le indicara qué lugares merecían visitarse de esa megalópolis. El resultado lo llevó a meterse por plazas y mercados, caminar por las barriadas, pasar revista en la antigua sede del Poder Ejecutivo, hasta radiografiar los contrastes obscenos que vive la pobretería en relación con los habitantes de las grandes zonas residenciales, sitios donde confirma sus enormes diferencias de clase con los menesterosos. Se subió al metro, visitó el Estadio Azteca y desanduvo con los ojos bien abiertos Tepito, el barrio bravo, objeto de acusaciones, mercado donde la fayuca alcanza niveles misteriosos.
El hilo de Ariadna de Villoro lo llevó por lugares que el cronista de Ciudad de México, menciona de paso en El vértigo horizontal (Almadía-El Colegio de México, 2018). La excepción es Tepito. ¿El amigo le pidió que le indicara sitios o lugares que no aparecen retratados en el más grande y mejor canto escrito sobre la Ciudad de México? ¿Villoro decidió escogerlos a sabiendas que no los había delineado con la pulcritud acostumbrada? No creo que la selección haya sido al azar. Un repaso por las páginas de El vértigo horizontal resulta concluyente. El tributo de Caparrós hacia Ciudad de México es de una complementariedad inusitada. Pienso que Villoro estaba consciente que de esta manera llenaba huecos y vacíos de su obra monumental. Nada mejor que dejar a su cuate para que se encargase de suplirlos. Un pase prodigioso.
En la Antología de crónica latinoamericana actual (Alfaguara, 2012), Darío Jaramillo Agudelo, el antologista, incluye dos trabajos que nos orientan y permiten enterarnos de los intercambios de visión entre Caparrós y Villoro por sus países de origen. En una clara demostración de lo lejos que está de la homofobia, Caparrós, sin emitir juicio alguno —no lo requería, con solo hacerse cargo del tema bastaba— se introduce por los meandros caudalosos del mercado de Juchitán (con más de dos mil puestos, centro de su vida económica). Su crónica ratifica la valoración positiva que hacen de los Muxes (en zapoteca quiere decir homosexual), en una sociedad altamente machista. La gente de Juchitán no les discrimina. Los muxes disfrutan de una aceptación social proveniente de la cultura indígena. Algo insólito para los infieles.
En Buenos Aires, Villoro sintió un sismo bajo sus pies cuando Battaglia anotó un gol. La Bombonera se cimbró. Dice que le dijeron: “El estadio de Boca no tiembla, late”. Vaya usted a saber si es verdad. Ese día visitó el templo de Maradona. Comprendió que el futbol para los argentinos es una religión. Van a los estadios a confirmar una “constancia emocional”. Boca y River se profesan odio y rencores por igual. En Argentina se rinde culto a los futbolistas como si se tratara de héroes. En un diálogo sostenido con Caparrós en la Feria del Libro de Buenos Aires, este resaltó las diferencias entre los hinchas mexicanos y argentinos. El mexicano dice: Voy al Guadalajara, mientras que el argentino expresa: Soy de Boca. Una diferencia entre el cielo y el infierno. La cortesía entre las barras es ajena entre los argentinos.
Caparrós entró a la antigua sede del poder mexicano, Andrés Manuel López Obrador, convirtió Los Pinos en museo. AMLO sabe que en política los gestos pesan. Políticos y gobernantes son ritualistas, como también histriónicos. En actitud similar, el general Lázaro Cárdenas, se bajó de las alturas que suponía vivir en el Castillo de Chapultepec, antigua residencia presidencial. En 1934 se mudó a Los Pinos. En 2018 López Obrador no quiso habitar una residencia que para muchos es símbolo de la depredación y abusos de poder. Con curiosidad letal los mexicanos recorren sus patios y salones para constatar la que fuera siempre objeto de conjeturas. “Si el nuevo presidente quiso poner en ridículo la casta de sus antecesores lo consiguió con creces. No se ve ninguna razón para que un hombre deba vivir en esto”, sentencia Caparrós.
El vértigo horizontal ofrece las razones por las cuales Villoro quiso que Caparrós tuviese la dicha de conocer Tepito. No hay extranjero que no sienta deseos de conocer este lugar y constatar a qué obedece su mala fama. Pese haber recorrido sus calles, haber participado en una obra de teatro presentada en ese sitio y de visitar la casa del artista Felipe Ehrenberg en varias ocasiones, Villoro no tiene reparos en expresar que no conoce Tepito (al menos en los términos lo que se llama conocer). Tampoco cree poder lograrlo. “Pero no sería Chilango sin saber que existe ni sentir la tentación de ir allí de vez en cuando”. Mandó a Caparrós a que sintiese el vértigo de meterse entre sus calles. Tepito es conceptualizada como “la central de distribución de drogas de la ciudad”. Se está convirtiendo en mantra, si no vas por Tepito, no has estado en Ciudad de México.
Hay dos registros en la crónica de Caparrós que era imposible eludir. Una sobre Ecatepec y otra sobre las abismales diferencias de clases entre los mexicanos. Ecatepec es un poblado suburbano con más de dos millones de habitantes (así de desconcertantes son las cifras de Ciudad de México). Un barrio pobrísimo con el mayor número de feminicidios de México. El mayor dolor de cabeza que enfrenta López Obrador —después del coronavirus. Caparrós alega que tal vez a eso se deba que Villoro lo enviara a ese lugar. Trae de regreso el nombre de Juan Carlos, “el monstruo de Ecatepec”. Sus asesinatos trascendieron las fronteras mexicanas. Junto con patricia, su mujer, violaban y se comían a sus víctimas. Cuando lo detuvieron llevaban en un carrito los trozos de una mujer a tirar a un basurero. Mató a veinte personas.
Las alusiones a las desigualdades de clase cobran sentido a la luz de las reformas emprendidas por AMLO, en su intento de sacar de la extrema pobreza a millones de mexicanos. El relato de Caparrós es incisivo. Especialmente si comparamos las lecciones aprendidas cuando viajó en el metro y conoció la estación de Chabacano. En los barrios de los ricos todo es distinto. Enfatiza: “Los ricos de la ciudad no necesitan la ciudad: la usan, si acaso, para llegar a su oficina o visitarse o ir a comer en sus coches blindados, custodiados. Cualquiera de sus restoranes ofrece, en la puerta, el espectáculo de docenas de ‘guaruras’ –escoltas– con sus auriculares y sus bultos. En México el negocio de la seguridad emplea a cientos de miles de personas; nadie sabe la cifra exacta porque cuatro de cada cinco empresas no están registradas. –Algunos lo hacen para mostrar su status”. Vale.
¿Cuánto habrá cambiado Ciudad de México una vez que el coronavirus sea abatido? ¿Su gente seguirá siendo la misma? Pese a los esfuerzos del gobernante por enfrentar el horror, sus adversarios no descansan. La pandemia no ha sido suficientemente persuasiva sobre la urgencia de enfrentar juntos el demonio que abate sus vidas. Las grillas persisten. La desolación de la ciudad —un hecho de por sí comprobable durante la semana santa— el martirio de los más necesitados, los alto contrastes entre ricos y pobres, no bastan para poner fin al encono. Caparrós y Villoro tendrán que recorrer de nuevo sus calles para revelarnos las mudanzas que trajo la tragedia. El distanciamiento social para conjurar el contagio resulta casi imposible en una ciudad donde el metro constituye la principal forma de movilización. A su espera quedamos.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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