Guillermo Rothschuh Villanueva
11 de agosto 2021
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Messi juega al futbol con preciosidad de artista, otros se encargan de cantar sus hazañas; entusiasmados hasta el delirio por una chilena
El anuncio que Messi ya no seguiría vistiendo la casaca azulgrana, paralizó corazones. En Barcelona hubo estupor, desosiego. En España provocó revuelos. En Argentina nadie daba crédito a la noticia, en el mundo del futbol todo parecía irreal. Messi nació en el Barça y todos creyeron que sus últimos disparos a la portería los haría desde el equipo que encumbró a la fama. Seríamos unos ilusos si hubiésemos pensado lo contrario. Los políticos hicieron pausa por un momento. Dirigieron su mirada hacia un malabarista cuyo rostro aparecía una y otra vez en los televisores, mientras los periodistas daban cuenta del agravio. Tal vez el único que hubiese dado la espalda a su compatriota hubiera sido Jorge Luis Borges. Odiaba el futbol tanto o más que al nacionalismo.
¿Cómo es posible, se preguntarán algunos, que un jugador de futbol cause tanta alharaca? ¿Acaso no existen otras causas o problemas que exigen mayor atención? ¿Tendremos que dar la razón a Eduardo Galeano, el mundo anda patas arriba? Por esa misma pendiente se deslizaba azorado Giovanni Sartori. Nunca acabó de asimilar que los nuevos dioses del Olimpo fuesen jugadores de futbol, béisbol o básquetbol. Tampoco logró comprender que la política fuese cayendo poco a poco, en manos de artistas y cantantes. La era de los científicos, filósofos y expertos en diversas disciplinas humanas, había terminado. Se abría paso a una galería de personas que no sabían nada acerca del arte de gobernar. Los medios se habían encargado de invertir la pirámide. Nada es igual desde entonces.
El primero en advertirnos sobre la inversión de valores que sacudía al planeta, fue Umberto Eco. Con su lucidez de siempre, supo ser fiel a la lectura de los tiempos. ¿Se adelantó o tuvo la honradez de decir lo que otros, a sabiendas de la verdad, se sintieron intimidados y se negaron a develar los estragos causados por las redes sociales —más allá de su necesidad e importancia— en el imaginario mundial? Eco lo dijo sin miramientos. Dejó sentado para siempre, que internet daba voz a los idiotas, tanto que sus afirmaciones, un conjunto de pavadas, alcanzaban el mismo valor que las expresadas por los sabios. Artistas y cantantes tienen derecho a opinar de lo que quieran, hasta desbarrar; sin empacho hablan de lo humano y lo divino sin límite alguno.
Messi juega al futbol con preciosidad de artista, otros se encargan de cantar sus hazañas; entusiasmados hasta el delirio por una chilena, no paran de elogiarle comparándolo con el mismísimo Dios. Nietzsche se sentiría apenado ante los nuevos Dioses. No sabría que decir ante los elogios dispensados al futbolista, jamás vertidos con la misma resonancia sobre científicos e investigadores de esta época. Sus gambetas levantan de los asientos a los fanáticos y vuelcan en alaridos a los espectadores sentados frente al televisor, en cualquier bar de la esquina. John Lennon se atrevió a decir que los Beatles eran más famosos que Jesucristo. A ellos los conocían en África donde Cristo era un completo desconocido. ¿Sería esta la primera visualización de lo que vendría después? Es probable.
Las dudas sobre los motivos de su defenestración, van más allá de los adictos del Barça. Creen que Laporta no tenía pensado ajustar su conducta al fair play. El mundo del futbol está dominado por facinerosos, con una conducta retorcida, algo idéntico ocurre en el boxeo. Espacios llenos de oscuridad donde la luz del sol no ilumina los pasillos de sus sedes, menos que alcance a penetrar en sus alcobas. Las controversias generadas por la manera que actúo Laporta no cesan. No le dan crédito, como buen fullero, se abstuvo de mostrar su juego. Messi amenazó abandonar el Barça ante los constantes traspiés de Bartomeu, su decisión cimbró los cimientos del Camp Nou. Sin Messi el Barça era impensable. Un sombrío malestar rozó las vértebras de sus incondicionales.
Después de cinco días de haberse conocido que Messi ya no estaría en el Barça, la rabia y el desconsuelo anida entre sus fieles. El impacto de su salida sigue vivo. Por un momento los juegos Olímpicos 2020 celebrados en Tokio, pasaron a un segundo plano. Los ojos del planeta continúan concentrados en La Pulga, forjado a partir de sus trece en los laboratorios del Barça, razón de más para resentir su partida. Sus estadísticas son apabullantes. Nadie con esa franela le hace la mínima sombra. Los primeros en cantarle loas son los entendidos. Se muestran renuentes, no aceptan una decisión a contrapelo de su legado. Se entregó a su equipo por completo desde sus primeros años y deseaba seguir jugando con la camiseta del Barça. deseo compartido por los seguidores del 10.
Nunca un fichaje generó tanto interés, como el destino final de Messi. Todo era expectación. Los medios especulaban a su gusto. Clubes ingleses y alemanes deseaban traerlo a su redil. Mientras el luto embargaba a los barceloneses, los dueños del París Saint-Germain (PSG), buscaban como hacerse de la figura más disputada y apetecida del planeta futbol. Deseaban dar el paso adelante. Sabían que, de contratarlo, París se convertiría en la capital mundial del futbol, aspiración convertida en realidad. Los medios no paran de hablar de su desembarco en la cara Lutecia. Los franceses, eufóricos, durmieron en el aeropuerto para darle la bienvenida. Un recibimiento cálido. Siempre añoraron tenerlo en casa. Neymar alentaba esas aspiraciones. Un sueño cumplido.
Mientras el espectáculo y la espectacularidad dominen las pantallas, páginas de diarios, revistas y transmisiones radiales, resultará infructuoso pretender que los medios centren la mirada con nuevos criterios, en acontecimientos que definen el curso de la humanidad. Ver a Messi correr con la pelota, burlar a los contrarios, sus pausas repentinas, pases magistrales (siempre jugó para el equipo), la celeridad y audacia con que se filtra frente a la portería, para luego dejar ir el trancazo, resulta un espectáculo embriagante. Las cámaras seguirán buscándole donde quiera que vaya. Sus devotos continuarán guardándole una fidelidad ganada sin estridencias y lloriqueos. Es todo lo contrario de lo que representa ese otro crack formidable, Cristiano Ronaldo. Esto es mucho decir.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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