18 de octubre 2022
Venía en su ADN: aprender bien para enseñar mejor, y dejar huellas lo suficientemente pavimentadas de cara al futuro. El magisterio, es una herencia de su padre, el poeta Guillermo Rothschuh Tablada, un insistente sobreviviente al paso del tiempo que supo inducir a varias generaciones al “vicio” de la lectura.
Conocí a Guillermo Rothschuh Villanueva, menor que yo por un buen trecho, en 1970, en la redacción de La Prensa, y desde entonces hemos mantenido una amistad sin interrupciones, aunque cargada de controversias, tan saludables que benefician una relación y la fortalecen. Guillermo es abogado y no sé cuántos estudios extras más. Asistí como escucha a sus clases de sociología en la UCA, y en esa hora, le decía profesor, porque el respeto está en lo esencial de una amistad. Al terminar la clase, volvía a ser Memo con quien podía bromear sin límites, aguantándonos. Del aprendizaje, Guillermo fue un subordinado esforzado al máximo, y de la enseñanza, hizo un apostolado de mayúscula exigencia.
Fue por él y su padre, que dejé de leer los Best Seller que tanto me apasionaban. “No pierdas el tiempo, lee esto”, me dijo el poeta mayor cuando me entregó el libro de Carlos Fuentes, La muerte de Artemio Cruz. Agregando, “si pretendes llegar a escribir de verdad, son libros como éste los que necesitas”. Su hijo, continuo el trabajo manteniéndome a raya y cambié de lectura, consciente que era necesario. Todavía hace unos días, Memo llegó a mi casa con dos libros de obsequio.
Su pasión por la lectura, única manera de aprender día a día, solo es superada por la pasión por enseñar. La jubilación no lo apartó del pizarrón ni de las discusiones con los alumnos, y desembocar en columnista de CONFIDENCIAL fue el refugio soñado mientras las hojas seguían cayendo de los árboles. Estoy en comunicación con los demás a través del intercambio de conocimientos, luego existo, es lo que piensa y lo impulsa a ser un “devorador” de libros. Cuando le dije que estaba leyendo un libro semanal, se burló deportivamente: eso es bueno solo para “calentar el brazo”.
Una eficiente manera de seguir educando desde su casa frente a su computadora, a la orilla de los libros que lee, volcando su habilidad para que nosotros hablemos de cada uno de esos libros como si los hubiéramos leído, es entregarnos un enfoque atractivo y explicativo en su columna tan esperada como útil cada domingo. Es lo que sigue haciendo Memo ofreciéndonos una cátedra que tenemos que agradecer profundamente. Y hay algo más, el contagiarnos de esa pasión impulsándonos a ser lectores, y sobre todo, a saber leer, interpretando correctamente y saboreando lo que se lee.
Se dice de los maestros —aunque sin poder ocultar la subestimación a su titánica tarea— que se encuentran en la cima de la montaña de las urgentes necesidades de una sociedad en busca de reconstrucción, y es cierto. Guillermo Rothschuh Villanueva, un amigo desde hace más de 50 años —chocho—, no se detiene en el ejercicio de su magisterio. Lee y lee por nosotros, nos simplifica y nos alimenta. Qué bueno, es una de las mejores formas de hacer patria.