6 de abril 2020
Vestida con el traje protector azul
en la cara la visera transparente
la mascarilla en la boca y la nariz
mi hija Melissa
doctora, especialista en medicina familiar
en medicina natural e integrativa
muchacha que desde niña lloraba por los mendigos
y en el primer año de medicina
por los perros que operaba
y los conejillos de indias,
me manda la foto donde parece una astronauta
lista para abrir la puerta y salir al espacio.
“Aquí voy” escribe en el pie de foto
y allá va, mi niña, al frío planeta de la pandemia
en misión de rescate.
De un día al otro, sigiloso y mortal
el virus se hizo carne y habitó entre nosotros
De cuerpo a cuerpo extendió sus puentes:
puntas de los dedos, saliva, el beso, la mano, la cercanía
fueron el inició de su desaforado, inconsciente viaje
transmutándose, transportándose
trastornando la existencia
amenazándola.
Mi hija Melissa tiene dulce voz de soprano.
La quieren los pacientes
Ella los quiere. Hará sus rondas enfundada en ese traje
Oculto su rostro, sus manos
El paciente desconsolado respirando con dificultad
Y ella tranquilizándolo, afirmando la vida.
De un día al otro el mundo se ha inundado de enfermos
Fiebres, tos y la ingrata asfixia
cuando no llega el oxígeno.
Se detienen las ciudades sitiadas
por el enemigo microscópico.
Los aviones en sus hangares.
El cielo despejado, los aeropuertos vacíos.
El silencio en las calles.
El retorno de los jabalíes y venados.
En la noche salen de los balcones
cantos y aplausos.
Salen de los hospitales médicos y enfermeras
agotados.
Los presidentes callan y hablan los científicos.
El mundo cibernético
es un universo de espejos parlanchines.
Allá mi hijo en Londres.
Allá mis otras hijas en Los Ángeles.
Los nietos encerrados en las casas
recibiendo clases a distancia.
Separados todos.
Prohibido salir del encierro.
Sálvese quien pueda en este cataclismo inesperado.
Cataclismo del cuerpo y del capitalismo.
Cerrá la puerta, que nadie pase
al sancto sanctorum de tu hogar.
Tus manos limpias
frotadas con jabón una y otra vez.
El día largo,
las horas haciendo remolinos en la moqueta del piso.
Envidias al gato que no se aburre
de mirar por la ventana.
Pero los escritores leen libros en sus móviles.
Los museos abren sus galerías virtuales.
La ópera se transmite gratis.
Los músicos hacen conciertos sin auditorio.
Jóvenes llevan comida a los viejos.
Vivimos pendientes de Italia, de España,
de los que viven y mueren.
Mi hija Melissa
Doctora, especialista en medicina familiar
en medicina natural e integrativa
se viste como astronauta.
Deja sus niños en casa.
Deja su miedo guardado.
Y va a plantar la batalla
porque mientras quede uno
dispuesto a salvar a otro
no se rendirá la vida
la ciudad
la humanidad
y bajo un cielo lavado
habrá que recomenzar.