10 de abril 2020
La noche del pasado siete de abril Carlos Mántica Abaunza (1935-2020) decidió irse a la Ciudad de Dios, y se llevó con él a dos de los tres Bisturices Armónicos que lo habían precedido con sus cantos y guitarreadas. Cuando llegaron, aquello sí era la Gloria. Nos dejaba como legado sus palabras, su propio canto, y su inolvidable presencia como miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua, y de otras instituciones culturales, pues “paralelamente a su trabajo como exitoso empresario, Chale –como le decíamos cariñosamente- publicó ensayos sobre arqueología, folklore, historia, lingüística y otros temas culturales y religiosos.” Cuando uno no lo encontraba telefónicamente, siempre respondía en cuanto podía, y con sencillez se excusaba diciendo “es que andaba predicando”.
A propósito de esto, en su Prólogo para “El habla nicaragüense” de Chale Mántica, Pablo Antonio Cuadra escribió: “Pero el aspecto para mí, más original de la labor de Carlos Mántica es el acierto con que ha sabido leer, en esas imágenes borrosas de nuestras viejas palabras indígenas, la propia historia del pueblo que la creó. Con la humildad del verdadero investigador y casi restándole importancia, Carlos Mántica ha abierto en su exposición nada menos que una puerta completamente nueva para el estudio de la historia nicaragüense a través de la lingüística. Las teorías que sostiene sobre el orden y proceso de las migraciones indígenas, basándose en el testimonio de las toponimias, nos colocan sobre un camino virgen, fascinante y de espléndidas perspectivas para nuestra investigación histórica.” Como si se hubiesen puesto de acuerdo en el sentido de la vida de Chale, PAC y Sergio Ramírez, el Premio Cervantes, escribió estas Palabras para Chale en su Facebook, con motivo del fallecimiento de Chale: “Chale Mántica no fue un sabio aburrido, ni pagado de sí mismo, y mantuvo siempre abiertas las puertas de su gabinete donde entre redomas y balanzas examinaba a contraluz las palabras, las pesaba, las medía, les sacaba su encanto.”
Cuando apareció, publicada por Hispamer, la cuarta edición de “El habla nicaragüense”, su contraportada muestra parte de un texto de Franco Cerutti: “No creo que en los últimos quince o veinte años haya salido un libro científico nicaragüense, por autor y temática, tan importante y merecedor de alabanza, como El habla nicaragüense de Carlos Mántica. Es más, para encontrar algo de la misma envergadura, seriedad y utilidad, me temo que haría falta remontar al año, dichoso y remoto ya, en el que Miguel Ramírez Goyena publicara los dos tomos de su Flora nicaragüense.”
Pablo Antonio inicia el prólogo ya referido, con la revelación del Chale Mántica poeta: “Adquiere mayor relieve esta obra, o por lo menos el impresionante contorno de lo inusual, si consideramos que su autor es aparentemente un hombre de negocios. Desde los números y de las no siempre inspiradoras operaciones de una gran casa comercial, Carlos Mántica ha preservado otro-yo, un alter ego que muy joven dio señales de vida y personalidad escribiendo y publicando un libro –por cierto con un título revelador- “Poemas de Impaciencia”. Ese alter ego impaciente era un poeta, su poeta interior, al cual no dejó sucumbir en su desigual lucha con el negocio; y aunque no siguió escribiendo poemas (a lo mejor estoy equivocado y éste es un secreto no negociable), sí siguió siendo poeta y dejándose, como poeta, fascinar por la palabra, de tal modo que el poeta subsistió en la lengua enamorado del misterio de la lengua, hasta llevarlo a estas investigaciones, a esta permanente curiosidad y permanente amor por la palabra nicaragüense, y a los descubrimientos enriquecedores que ha hecho y que sólo es capaz de hacer el que excava en la palabra –según la imagen de Darío- con la piqueta del poema.”
El poeta Chale Mántica me trae al oído al músico, que es lo mismo que al poeta. Se me viene a la memoria El arriero, con letra de Pablo Antonio Cuadra (“Canciones de Pájaro y Señora”) y música de Salvador Cardenal, en un casual encuentro de los dos poetas o de los tres con Salvador Cardenal, quien de sí mismo decía que era “poeta consumidor”. Y debo decir que en este encuentro, Dios sabrá si “casual” entre PAC y Chale, nunca oí a alguien cantar mejor El arriero que a Chale Mántica, a quien yo le decía “Señor Gobernador Tastuanes”, y él me contestaba con igual saludo, y ambos agregábamos ¡Matateco Dio Mispiales! (Dios te proteja, entre otros significados), recordando a lo mejor el sentido de protesta social de El arriero y que la pobreza del Señor Gobernador Tastuanes y de todo su Cabildo Real contrastaba con el mal habido bienestar de los muy orondos gobernadores. Por todo eso este artículo en memoria del Señor Gobernador Tastuanes lo termino deseándole que Dios lo tenga en su seno: ¡Matateco Dio Mispiales! Chale Mántica.