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Margarita, está linda la mar

Sergio Ramírez hace alarde de varios ingredientes en la novela: humor, política, historia, deje poético, conspiraciones, gloria, resurrección y muerte.

Sergio Ramírez hace alarde de varios ingredientes: humor

Guillermo Rothschuh Villanueva

7 de febrero 2021

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No todo el que va a morir, necesita cantar antes —dijo Erwin.

                                          —A lo mejor bailar, sí, —dijo Rigoberto y metió el cuarderno

en su cartapacio de imitación cuero de lagarto.

Margarita, está linda la mar.


 

Cuando uno se asoma por cuarta vez a Margarita, esta linda la mar, cómo lo hice yo cuatro años después, al desplazarme alborozado por el torrente poético que inunda sus páginas, aprecié de nuevo la capacidad fabulatoria y la destreza de Sergio Ramírez en el manejo del tiempo. Las diferentes estrategias discursivas llevan su marca de fábrica. Cómplice de sus arrebatos, ratifiqué que si alguna novela del nicaragüense merecía un galardón, es esta obra. El jurado hizo justicia al escogerla como ganadora del primer certamen convocado por Alfaguara en 1998. El cubano Eliseo Alberto, recibió igual distinción. Caracol beach se convirtió en hermana gemela de una distinción que jamás volverá ocurrir, según afirmaron los creadores del Premio Alfaguara de Novela. Ramírez seduce con el despliegue y vuelo de su prosa. Una novela consagratoria.

Ramírez hace alarde de varios ingredientes: humor, política, historia, deje poético, conspiraciones, gloria, resurrección y muerte. Combinados en dosis adecuadas, hacen que cada uno de los capítulos deriven en una conjugación armoniosa. Los encadena sin fisuras pese a los enormes saltos en el tiempo. Alegre canto para festejar el regreso triunfal de Rubén Darío a su Nicaragua natal, el 27 de octubre de 1907 y largo periplo para develar su dolorosa muerte el 6 de febrero de 1916. Un testimonio de primera mano de lo ocurrido en León, la noche del 21 de febrero de 1956. Anastasio Somoza García, cae abatido por las balas disparadas por Rigoberto López Pérez, después de ser ungido para un nuevo período presidencial (1957-1963). La celeridad que imprime a la narración en el momento que se escuchan los balazos es cautivante.

Margarita, está linda la mar, novela histórico-política, muestra la madurez de un autor que solo esperaba la ocasión para encumbrarse a la fama. El tejido de la historia testimonia la maestría con que Ramírez une las dos historias del relato, al final resultan ser solo una. Son puntadas invisibles. Si logramos apreciarlas se debe a que el malabarista no tiene más opción que mostrar de cara al escenario, la sucesión de hechos y acontecimientos ocurridos cuarenta años antes, cuyos vínculos con el ajusticiamiento del tirano, son puestos sobre la superficie. Sentimos gusto valorar el entrelazamiento entre el discurrir de Darío, sus nexos con el sabio Debayle y los lazos que unen la vida de este con la de Tacho viejo. La vida de su familia estuvo vinculada con Darío. Margarita fue inmortalizada para siempre por nuestro bardo mayor.

La confianza y familiaridad de Ramírez en el trato a los personajes involucrados en la conspiración contra Somoza García, la realiza de manera oblicua. Vuelve sobre sus pasos. Los llama de manera que resulte fácil identificar quiénes son ellos y sus niveles de participación en un acontecimiento de incalculables consecuencias para la vida de Nicaragua. El nombre de los magnicidas es resucitado con ligeras variantes. Todos resultan identificables. Erwin, Norberto y Cordelio, no son otros que Edwin, Ausberto y Cornelio. A Rigoberto López Pérez —el autor principal— lo llama por su nombre. No lo esconde bajo ningún eufemismo. Sería un error. Ese 21 de septiembre de 1956, pasó a la posteridad. Identifica al capitán Prío con nombre y apellido. Al final de la novela (Las palabras postreras), registra el destino que esa noche deparó a todos.

Otro atractivo de Margarita, está linda la mar, se debe a la forma que el narrador omnisciente asume el relato. Se desplaza a sus anchas. Un brujo o sabelotodo interpela a los lectores. Tiene la audacia de hacerlo de una y mil formas, convalida una de sus tesis. Ramírez concibe al novelista como una especie de director cinematográfico, encajado sobre un enorme artefacto, desde el cual puede ver, escuchar y contarnos con lujo de detalles, todo lo que acontece a lo largo de la trama. Con magia seductora, el narrador se adelanta a los hechos cuando quiere, corrige aparentes deslices, otras veces hace aclaraciones sin asomos de culpa o nos hace creer que describe situaciones no previstas. Se lamenta del futuro trágico de uno de sus personajes. En otros momentos sale en busca de auxilio. ¡Guiños formidables!

La manera que utiliza al narrador omnisciente, es un despliegue pirotécnico de alto quilataje. Da la impresión que el propio Ramírez entra en su ayuda para también participar como testigo. Intercambian papeles. Hay momentos que narra en primera persona. Malabarismos fascinantes. Provocan goce. Las constantes mudanzas y la intromisión del narrador omnisciente, haciendo frecuentes correcciones durante la presentación de los hechos, sus idas y venidas a través del relato, le ofrecen la oportunidad de narrar detalles y circunstancias, situaciones y acontecimientos, con la intención de no dejar dudas de la verosimilitud de lo afirmado. Como testigo auténtico nunca debemos poner en tela de juicio todo cuanto diga. Ni siquiera cuando hace ficción. El narrador omnisciente jura que es incapaz de falsear la historia.

Tiene la capacidad de asistirse de cada uno de los personajes, cumplen una función complementaria. Sin ellos no lograría una historia redonda. En su reparto Ramírez, incluye a todos como prueba irrebatible que brinda testimonio de primera mano. El Capitán Prío ratifica, aprueba o enmienda muchas de las aseveraciones que hacen los conspiradores de la muerte de Somoza García. Nunca estuvo al tanto de sus andanzas. Convierte a Rigoberto en biógrafo complementario de las peripecias de Rubén. El sabio Louis Debayle sirve como punto de confluencia, íntimo de nuestro poeta ilustre, es el padre de Margarita, a quien debe el nombre la novela. También lo es de Salvadora Debayle, la esposa de Tacho. Igual estatura alcanza Baltazar Cisne. Las sombras de Rosario Murillo y su hermano Andrés, devienen de su condición de verdugos de Rubén, hasta después de muerto. Son implacables.

Con esa propensión de Ramírez de convertir el humor en aliado permanente, nadie escapa a sus dardos. Un escritor que hace chanza te pone de inmediato de su lado. Desacraliza y vuelve terrenales a personajes idolatrados. Después él vendrá a decirnos que no tuvo nada que ver con lo afirmado. En todo caso —dirá— a quienes hay que juzgar es a sus personajes por todo cuanto dicen. Rubén aparece dibujado de pies a cabeza. Al poeta excelso, revestido de gloria, al renovador de la poesía castellana, deja que Jorge Negrete aluda su condición de borracho consuetudinario. Con sorna exclama: “— … la copa donde Rubén se echó esos farolazos, mi suego Basilisco la puso guardada en una vitrina”. El sabio Debayle es objeto de burlas. A todos reparte palos por igual. Da por donde más duele. El humor es uno de sus mejores recursos.

La creación del santo Mardoqueo y de La Luz Terrenal, religiosos, libidinosos y hermanos de sangre, administran sendos hospicios, uno para niños y otro para niñas pobres y desamparadas, dos almas poseídas por la pasión carnal. Al santo Mardoqueo, el obispo Simeón lo echó del templo por templado, y su hermana fue expulsada del internado de monjas, al descrubrirse sus amoríos con sor Brígida, su maestra de canto. Por cosas de la literatura, los dos están vinculados con la suerte de Filomena Aguirre, nombre que no diría nada, si no conociésemos de antemano la trascendencia que ella alcanzó (él, dirá Ramírez por gustarle las mujeres), una lesbiana que jamás se encerró en el clóset. En Nicaragua su apodo: La Caimana es leyenda urbana, sus honras fúnebres celebradas en la capital, quedaron registradas en los medios.

Margarita, está linda la mar, posee dos tonos narrativos, artificio necesario para engastar de la mejor forma los dos regresos de Rubén a Nicaragua (1907 y 1916) y las horas finales del fundador de la dinastía somocista. Para describir la gloria y muerte de Darío, su prosa alcanza la excelsitud del panida. Cada capítulo es precedido por sus versos. Se nutre del lenguaje y cadencia utilizada por el Príncipe de la Lengua Castellana. Un gran homenaje. En el ocaso de Somoza García utiliza una prosa rápida, rítmica, las circunstancias lo exigen. Se trata del momento que Rigoberto baila La Múcura con la señorita Ermida Toledo Granera, al ritmo de mambo. Somoza ya había bailado. Mientras Rigoberto se arrodilla, “es que no puedo con ella”, suena la música y con sus disparos sella el destino del dictador. Sabía que esa noche no saldría vivo. Se inmoló.

Tacho es víctima de su populismo, le encantaba el olor a pueblo. Desdeñó el chaleco antibalas que le ofreció su jefe de seguridad, Van Wynckle. Todos sabían de la conjura. Como en Crónica de una muerte anunciada (1981) o los sueños que atormentan a Calpurnia, pidiendo a Julio César que no vaya al Senado Romano, los dioses estaban en su contra. Cuando más requería protección, Tacho no la quiso. La noche de su encuentro con la muerte, decidió a última hora que hubiese entrada libre al baile ofrecido en su honor, en el Club de Obreros de León. Fiel a su ars narrativa, siguiendo a Suetonio, Ramírez ofrece una descripción pormenorizada de sucesos y personas involucradas, en lo que se creyó sería el principio del fin de la dictadura. Sus dos hijos herederían y relevarían al padre en el ejercicio del poder, por 23 años más.


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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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