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Managua persiste en mi memoria

El bus seguía hacia el lago, pasaba frente a la Mansión de Luis Somoza, Papum, El Sapo triste y la legendaria cantina de El gato Abraham.

El escritor Guillermo Rothschuh narra sus recuerdos de Managua

Guillermo Rothschuh Villanueva

13 de febrero 2022

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A Managua, en el 170 aniversario
de ser nombrada capital de Nicaragua.

 

I

Durante primer año de universidad (1969), para asegurar mi rendimiento académico, hice ajustes en mis rutinas. A partir de segundo de secundaria, comencé a delinearlos y a cumplirlos de manera estricta. En Juigalpa acostumbré a levantarme a las cinco de la mañana. En Managua tomaba el desayuno a las seis. Mi horario en la Universidad Centroamericana (UCA), comenzaba a las siete. Por vez primera asistiría a clases por las mañanas. Vivía en el reparto Largaespada, caminaba tres cuadras al oeste, hacia la Laguna de Tiscapa, a unos metros de la Embajada de Estados Unidos. Cogía un microbús que iba hacia Masaya, me apeaba en la gasolinera Esso, calle de entrada a la UCA. Caminaba quinientos metros. No había transporte público. La primera clase era de Filosofía, la impartía Rosendo Chavarría, culto y jovial, terminado un cigarrillo, con el mismo encendía el otro. Con su vocación pedagógica se ganó nuestro respeto.


La familiaridad con que Chavarría hablaba de los filósofos, resultaba impresionante. Era como si fuesen sus vecinos, en los corrillos se decía que era miembro prominente del Opus Dei. Si lo era, jamás habló de otra cosa que no fuese de filosofía. Su hermano Miguel, delgado, con una complexión diferente a la de Rosendo, era profesor de Reflexión Teológica, su tono y sabiduría religiosa, poseído por su entusiasmo y humildad, volvía placentera sus disertaciones. Su contracara, el sacerdote jesuita, Isidro Uriarte, sentía aversión por todo aquello que oliera a izquierda. Para dictar su clase usaba un micrófono inalámbrico y un pequeño parlante, fue la única asignatura que opté por sentarme en la fila de atrás. Un cruzado anticomunista. Jamás le puse atención, creo que me descubrió o le dijeron que yo sostenía que sus afirmaciones no se compadecían con el espíritu cristiano. Pese a los buenos exámenes que brindé, me clavó setenta de nota final.

A lo sumo recibíamos dos o tres asignaturas de cincuenta minutos cada una, muchas veces me quedaba estudiando en la Biblioteca Carlos Cuadra Pasos. Utilizaba un único cuaderno para tomar notas. Mi sistema de estudio consistía en transcribir de manera minuciosa las anotaciones a sus respectivos cuadernos. Una práctica que más adelante haría en tarjetas especiales para tomar notas. Desde secundaría comprendí que cualquier estudiante podía librar exitosamente su carga académica, con solo poner atención a las explicaciones de los profesores. De esta forma resolvía entre el 65 y 70% de las materias. Me iba de la biblioteca hasta después de haber rematado dos asignaturas. A las 12 del mediodía llegaba a casa de Teresita Pinel y don Max Bonilla, me acogieron durante cuatro años en su hogar, junto con mi hermano Jorge Eliécer. Una estancia placentera, quedaba a una cuadra de donde vivía mi padre. Eso permitía vernos a diario.

Eran años de turbulencia política, la oposición al somocismo había recrudecido a raíz de la matanza del 22 de enero de 1967. Fernando Agüero Rocha, líder del conservatismo, creyó que una asonada bastaba para tumbar a los Somoza. Para sus adversarios, las decenas de muertes ocurridas sobre la Avenida Roosevelt, indicaban el final de todo intento legal para acceder al poder. Las protestas universitarias arreciaban, los somocistas tenían una cabeza de playa en la UCA. El Frente Estudiantil Liberal (FEL), tenía varios seguidores, sesionaban en el Casino Militar. La crisis irreversible del FEL ocurrió en 1969. Su fundador y sostén, el profesor José María Zelaya, secretario privado del presidente Anastasio Somoza Debayle, fue acusado de violación por un subalterno, Anastasio Real Espinales. El escándalo prendió en los medios, Extra, el más estridente, fue gráfico al ofrecer la noticia. Su principal titular rezaba: Sobre el escritorio consumó el acto.

 

II

La Prensa llegaba entre cuatro y cinco de la tarde, ojeaba el periódico y después tenía tres opciones: ir donde Ramón, el chino, esposo de la chontaleña Angelita Reyes, a tomarme una Chocolita o a comerme un Eskimo; integrarme en las perreras de futbol organizadas en el predio a cincuenta metros de donde vivía, frente a mi tía Sabás Tablada, casa donde vivió mi padre durante veinticinco años o caminar un poco menos, para tomar la Ruta 12, justo en la acera de don Luis Rosales, gerente de TACA en Nicaragua. Mi goce consistía en desplazarme en una ruta recién inaugurada, venía vacía de la UCA. Me sentaba en el asiento delantero. A esa hora iniciaba mi recorrido por Managua. El precio era de veinticinco centavos de córdobas (C$0.25), eso pagábamos con solo mostrar el carnet universitario. La suma fue establecida de común acuerdo entre las autoridades del transporte y el ganador de la licitación, una ruta que los universitarios estrenamos.

Diario La Prensa, Calle de El Triunfo. Foto/Cortesía

El bus seguía hacia el lago, pasaba frente a la Mansión de Luis Somoza, Papum, El Sapo triste y la legendaria cantina de El gato Abraham. En el Gancho de Caminos, doblada a la derecha, pasaba frente a los cines María, México y la Sala Chaplin, atravesaba la calle central de Ciudad Jardín, a la derecha dejaba los predios del antiguo Aeropuerto Xolotlán, desembocaba en la Loma de Chico Pelón, donde decían fueron enterrados los restos de Sandino, luego giraba hacia arriba, en la esquina de la Policlínica Oriental, torcía hacia la Carretera Norte. En la esquina de Pepsi Cola, enfilaba hacia abajo, pasando frente al Salón de las Rosas, Auto-Lote Kennedy, la Cotran, la Compañía Cervecera Nacional (CCN), los Paniquines, como los bautizó Pedro Joaquín, instalados por Somoza Debayle, para hacer de Nicaragua —según su propaganda— “El granero de Centroamérica”. Años de bonanza económica. El dólar se cambiaba al siete por uno y la Coca Cola valía cincuenta centavos.

Managua

Cine Salazar, uno de los cines emblemáticos de la vieja Managua. Foto/Cortesía

En la facultad de derecho el liderazgo lo disputaba Juan Bautista Arríen, después sería rector de la UCA, un artista consagrado impartiendo clases. Apasionado y deslumbrante. Su interés por la Antropología Filosófica, lo llevó a escribir el libro que nos servía de texto. Otros profesores que imponían su carisma, Ernesto Tito Castillo Martínez y Manolo Morales Peralta, eran militantes antisomocistas confesos, lo hacían evidente en sus clases. Tito fue fundador del Bufete Jurídico Popular de la UCA. Debido a su compromiso cristiano, renunció a ser miembro de uno de los bufetes jurídicos de mayor renombre: Carrión-Cruz-Castillo-Hüeck y Manzanares. Tito, notable en su cátedra de Introducción al Derecho y Manolo, formidable en Historia de la Cultura, ejercían gustosos el papel de defensores de los sandinistas presos. Manolo era el principal valedor del gremio hospitalario, incansable defensor cuando eran despedidos de su trabajo.

La tarde del 15 de julio de 1969, los nicaragüenses veían estupefactos en sus televisores, la transmisión en directo realizada por Canal 6 (propiedad de Anastasio Somoza Debayle), del enfrentamiento de la Guardia Nacional (G.N.), contra miembros del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), en el barrio Santa Ana. El estruendo rompió el silencio de la tarde. Los disparos provenían de la esquina de las Delicias del Volga, una cuadra al norte y una al este. Numerosas personas, adoloridas e incrédulas, acudieron de inmediato al lugar. El país seguía en vilo los sucesos, mientras tanquetas de guerra, avionetas y centenares de miembros de la G.N., vomitaban plomo sobre la casa de seguridad que albergaba a los sandinistas. Una carnicería emprendida por todo un ejército, contra un solo hombre, armado de una ametralladora M3. La inmolación de Julio Buitrago Urroz, galvanizó la conciencia de quienes rechazaban al somocismo.

III

El bus seguía derecho por la calle Candelaria, pasaba frente a las emisoras Católica y Corporación y El Granizado, apetecido por las estudiantes del Colegio Asunción, una cuadra al sur estaba el Colegio Andrés Bello, sus dueños alquilaron el local donde antes impartieron clases los profesores de la Escuela de Ciencias de la Educación de la UNAN-Managua. Media al este estaba El Zanzíbar, su propietario, el bachiller Montealegre, debido a su sapiencia, gozaba de prestigio nacional y justo a la orilla de su local, el Cine Margot, mi predilecto y referente ineludible de los capitalinos. Las tardes de paseo me familiarizaban con lugares renombrados por los capitalinos. Las lluvias de mayo de 1969 desgraciaron a los barrios pobres aledaños al Lago Xolotlán. Sentía apremio por conocer una ciudad, a la que no llegué a disfrutar tanto como quería. Me hubiese gustado aventurarme y tomar cuantas veces pudiera, el Ferrocarril del Pacífico para viajar a León, Masaya y Granada.

Como un registro caleidoscópico, desfilaban sin solución de continuidad, El Ganbrinus, el Cine Salazar, luego Alcázar, El Eskimo; en la esquina nororiental del Palacio Nacional, doblaba hacia el lago, al bordear catedral mis ojos contemplaban el Club Social Managua, el Monumento a Rubén Darío, el Parque Central. Al desembocar se erguía el Palacio del Ayuntamiento, hacia el sur la Escuela Nacional de Bellas Artes, al doblar al oeste la Mamenic Line, La Nica, el Ingenio Montelimar, Editorial Nicaragüense, el Palacio de Telecomunicaciones. En el inicio de la calle El Triunfo, por donde entraron triunfantes las tropas del general José Santos Zelaya en 1893, el Zacarías Guerra, La Prensa, Artes Gráficas, radio Güegüense, Alianza Francesa, radio 590, Parque San Sebastián, hacia abajo, la iglesia del Perpetuo del Socorro. Al desembocar a la derecha el Palacio de Justicia, hacia el sur el Estadio Nacional, Anastasio Somoza García, el Club de Obreros y al doblar a la izquierda, el Hospital El Retiro.

Managua

Palacio del Ayuntamiento, antigua sede de los funcionarios del Distrito Nacional. Foto/Cortesía

Los profesores agrupados en la Federación Sindical de Maestros de Nicaragua (FSMN), convirtieron su organización en un poderoso organismo, no transigían con los desafueros somocistas. Con el ánimo de darles una lección, Tacho envió en 1969 a los frentes de choque somocistas y a empleados del Distrito Nacional, para apalearlos en su propia sede. En la cartera de Educación, Tacho había instalado al Ing. Antonio Mora Rostrán, lo hizo para quitarse de encima a Ramiro Sacasa Guerrero, conocía sus aspiraciones de lanzarse a la presidencia de la república. Un cargo a su entender, reservado estrictamente para la familia Somoza. En esas jornadas renovó y se catapultó a las alturas, el dirigente magisterial chontaleño, Mariano Miranda Noguera, víctima de la insidia de Mora Rostrán. La UCA era un hervidero de conspiración. El dirigente Alfonso García, de origen boaqueño, incendiaba los ánimos con su impulsividad y oratoria de barricada.

Managua

Antiguo Hospital General El Retiro. Foto/Cortesía

Después del grave error cometido por Edgar Chamorro Coronel S. J., de expulsar de la UCA de forma intempestiva a Casimiro Sotelo (1966), los estudiantes en vez de retroceder, reforzaron posiciones. La palabra huelga se tornó familiar. Ya no habría retroceso. El Centro Estudiantil Universitario de la Universidad Centroamericana (Ceuuca), salió fortalecido de la crisis ocurrida por la expulsión de Casimiro. En septiembre de 1970, los estudiantes de la UCA montaron una vigilia en Catedral, protestando por las torturas sufridas por sus compañeros. Al frente de las protestas estaban los sacerdotes Fernando Cardenal S. J. y Edgar Parrales, mi compañero de estudios. El vicerrector Juan Bautista Arríen, se presentó ante el Consejo de Guerra Extraordinario, como testigo de buena conducta, a favor de los estudiantes sandinistas de la UCA, Zoila Marcos, Carlos Agüero Echeverría y Orlando Castillo Estrada. Arríen crecentaba su liderazgo.

IV

El bus seguía hacia el lago en la calle diagonal que conectaba con el costado suroeste del Hospital Militar y luego giraba hacia arriba con la intención de tomar la Avenida Universitaria. Managua terminaba en el extremo sur-centro, a la altura de la Loma de Tiscapa. En la parte baja quedaban extensos potreros pertenecientes a la sucesión Somoza. El bus desembocaba unos metros antes de la UCA. Ahí los pasajeros llegábamos a nuestro destino o transbordábamos, como era mi caso, tomábamos otro bus con el mismo tiquete. A los cinco o diez minutos, zarpaba hacia arriba, al llegar al Monumento de Luis Somoza Debayle, giraba hacia el lago. A ambos lados de la ruta no había casas. Las construcciones terminaban una cuadra al sur de la vivienda del Ing. Agustín Chiang. Las avenidas Bolívar y Roosevelt y la calle 15 de Septiembre, eran su eje rotor. El Mercado Oriental todavía no era el monstruo de ahora y los mercados Bóer y San Miguel eran diminutos.  

Después de las seis de la tarde estaba apeándome en el mismísimo lugar, donde había tomado el bus que, durante más de una hora, me llevó a recrearme por las calles de la capital. Eran los primeros pasos de un pueblerino interesado en conocer la Villa de Santiago de Managua, declarada como capital del país, ante la inquina de liberales y conservadores. Cuando uno de los dos bandos ganaba las incesantes revueltas o montoneras en que vivían, se encargaba de mover la sede hacia León o Granada, cuna de las paralelas históricas. El gobernador Fulgencio Vega, puso fin a las disputas el 5 de febrero de 1852. Cuando desembarqué, Managua seguía siendo una ciudad semirrural. El empuje de las urbanizadoras era incesante. Construcciones en serie, eran diseñadas para miembros de la clase alta, media alta y media baja, (Las Colinas, Villa Fontana, Colonial Los Robles, Centroamérica, Altamira, Ciudad Jardín, Jardines Santa Clara, Linda Vista, etc.).

Nuestros profesores de Instrucción Criminal y Derecho Penal, Edgar Sotomayor Valdivia y Guillermo Vargas Sandino, eran llamados cariñosamente como Penalón y Penalito. El primero había sido juez de distrito y el otro tenía a su cargo una judicatura en Managua. La campesina Amada Pineda, denunció en La Prensa (1974), haber sido víctima de violación múltiple por efectivos de la GN. Para acallarlos, la Oficina de Leyes y Relaciones Públicas de la GN, contrató una batería de abogados. Pedro Joaquín fue acusado por injurias y calumnias. La causa fue radicada en el juzgado bajo responsabilidad de Vargas Sandino. Los acusadores, debido a sus credenciales, daban por un hecho que el director de La Prensa no escaparía de la condena. Fiel a la verdad, el juez sobreseyó al acusado. Una lección inolvidable para sus alumnos. Al año siguiente el rector de la UCA, Arturo Dibar, S. J., lo nombró como profesor de tiempo completo.

Antes de finalizar mi primer año en la UCA, el 6 de diciembre de 1969, Roberto Sánchez Ramírez, puso en escena una obra de teatro en el Gimnasio Jorge Buitrago Solórzano, como respuesta a la inauguración esa noche del Teatro Nacional Rubén Darío, la obra magna de doña Hope Portocarrero de Somoza. Qué honorable familia, como nombró Sánchez Ramírez a su creación, convocó a centenares de estudiantes, con su fuerte dosis de vitriolo, provocó oleadas de risas y aplausos. El poeta Pablo Antonio Cuadra, quien fungía a la vez como director de cultura de la UCA, escribió una reseña elogiosa en La Prensa. El evento fue auspiciado por el Teatro Universitario de la Universidad Centroamericana (Teuuca). Su director, el sacerdote Noel García S.J., había creado un sólido grupo artístico. La acogida brindada a Qué honorable familia, reiteró el repudio estudiantil y la necesidad de salir al más breve plazo, del último representante de la dinastía.

 

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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