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Maduro y nuevo mapa geopolítico mundial

La caída de al-Assad es una mala noticia para el régimen de Maduro. Muestra debilidades en dos de sus aliados Rusia e Irán

Nicolás Maduro.

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en su programa semanal de televisión “Con Maduro +”, el 4 de noviembre de 2024 en Caracas. Foto: EFE

Miguel Henrique Otero

15 de diciembre 2024

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La madrugada del 8 de diciembre, el mapa geopolítico mundial sufrió un cambio radical y determinante en muchos de sus elementos. De hecho, escribir este artículo, cuando todavía no ha transcurrido ni siquiera una semana, guarda algún riesgo, puesto que el escenario podría continuar con su acelerada secuencia de cambios en los próximos días.

La última avanzada de los rebeldes, encabezados por el grupo fundamentalista islámico Organización para la Liberación del Levante (HTS), se inició el 27 de noviembre, con un ataque masivo y fulminante sobre la ciudad de Aleppo, ubicada en la zona norte de Siria. Tomaron la ciudad con mínima resistencia. Al día siguiente, estudiosos de la crisis geopolítica y militar del Medio Oriente, comenzaron a preguntarse qué había pasado, cómo se había producido una debacle de esa magnitud, por parte del cruento ejército que ha sido el sostén de Basher Al-Assad, desde que asumió el poder en julio de 2000. Lo que siguió a continuación demostró que no era una pregunta cualquiera, sino que constituía el preámbulo de un desastre militar profundo.

Testimonios de habitantes de Aleppo contaron a reporteros europeos, que las fuerzas del gobierno habían huido. A continuación, en dirección sur, bajo el empuje del triunfo recién obtenido, las fuerzas del HTS capturaron la ciudad de Hama; siguieron y se hicieron con el control de Homs. No tardaron en entrar en Damasco, la capital de Siria y hacerse con el poder, tanto real (control de las calles) como simbólico (ocupación del palacio presidencial de Bashar al-Assad).

Tras la huida de Bashar al-Assad junto a su familia, dos realidades han vuelto a mostrarse ante los ojos del mundo. Una, es que los regímenes sostenidos por el miedo presentan siempre un aspecto de solidez e invulnerabilidad, pero basta con que una de sus piezas se debilite o fracture, para que el siguiente capítulo sea el desmoronamiento de toda la estructura del poder.


La segunda realidad, que tampoco es una novedad: los dictadores, es la regla del caso, huyen con su familia y abandonan a sus colaboradores y más acérrimos fieles en el terreno, sometidos a la violencia vengadora del nuevo poder.  Apenas se han hecho con el poder, la Organización para la Liberación del Levante ha comenzado a ejecutar a miembros del alto mando militar y del alto gobierno de al-Assad, justo los que eran el principal soporte del régimen. Hasta ahora no se sabe cuántos de esos colaboradores, en distintas ciudades del territorio sirio, han sido capturados y cuántos han sido ejecutados.

¿Qué ocurrió para que la debacle militar haya sido tan rápida? Que las tres principales fuerzas que sostenían a la dictadura suspendieron sus apoyos. Y esto es lo que resulta en extremo revelador. La explicación que dice, que “lo dejaron caer” para complacer a Turquía, de modo de garantizar que más de cuatro millones de refugiados sirios puedan regresar a su país -lo que aliviaría la economía turca-, tiene lógica, pero difícilmente puede explicar todo lo ocurrido.

La dictadura de Putin suspende su apoyo a al-Assad, como resultado de una serie de fracturas internas en curso, que no solo son económicas, como se ha repetido en los meses recientes. Se trata de rompimientos profundos en el orden militar (que son como una radiografía de unas capacidades estratégicas tomadas por la incompetencia, y que no mejoran a pesar de las decenas de cambios que Putin ha hecho en el primer nivel de la jerarquía militar). La guerra en Ucrania ha devastado a la institución militar rusa en todas sus dimensiones, particularmente en sus compromisos políticos y morales con Putin. La desconfianza, el miedo y las intrigas lo carcomen todo, dentro y fuera del Kremlin. De haber podido, Rusia hubiese mantenido a al-Assad en el poder, pero el mando militar ruso lo desaconsejó: no hay recursos con qué hacerlo.

De alguna manera, este panorama guarda algunas similitudes con las razones de por qué Irán tampoco mantuvo su protección a la dictadura de al-Assad. Irán ha entrado en una etapa de hacer uso moderado de sus recursos, replegar su institucionalidad militar, porque teme que, en cualquier momento, se desate una confrontación con Israel, cuya superioridad militar ha sido demostrada de modo rotundo ante Hamás y ante Hezbolá. De aquí en adelante, el apoyo histórico que Irán ha provisto a Hezbolá, podría disminuir, al menos por un tiempo. La economía iraní, sostenida por el petróleo, presenta una brecha creciente entre el enriquecimiento de los ricos y una clase media y unos sectores populares, cada vez más debilitados y sometidos a difíciles condiciones de vida.

Visto desde el régimen de Maduro, el panorama es adverso: muestra a una Rusia afectada por la invasión a Ucrania, cuyos costos resultan cada día más onerosos para el conjunto de la sociedad rusa, y muestra a un Irán de movimientos cautelosos, obligado a evaluar a fondo sus programas de exportación de la revolución islámica, una vez que Israel ha demostrado con hechos que está listo para enfrentarlos, de ser necesario.

De lo anterior, cabe concluir: la caída de al-Assad es una mala noticia para el régimen de Maduro. Muestra debilidades en dos de sus aliados fundamentales -Rusia e Irán-, que ambos preferían no ventilar. Una somera revisión del estado de cosas en la escena internacional para la dictadura venezolana, es cada día más adverso: relaciones tensas u hostiles con Brasil, Colombia, Chile y otros países en América Latina. Posiciones firmes por parte de Estados Unidos, Canadá y la mayoría de los gobiernos de  Europa, cuyas expectativas coinciden con las de la inmensa mayoría de los venezolanos: que el próximo e inminente 10 de enero debe producirse el cambio de gobierno.

*Este artículo fue publicado en El Nacional.

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Miguel Henrique Otero

Miguel Henrique Otero

Periodista venezolano, presidente y director del periódico El Nacional. Fue vicepresidente del Bloque de Prensa, la asociación de prensa principal de Venezuela.

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