4 de enero 2021
ATENAS – Una casa de naipes. Un conjunto de mentiras que hemos aceptado inconscientemente. Así es como se ven nuestras certezas durante las crisis profundas. Esos episodios nos sacuden y nos hacen reconocer lo inseguras que son nuestras presunciones. Es por eso que este año se ha parecido a una marea que se retira rápidamente, obligándonos a enfrentar las verdades sumergidas.
Solíamos pensar, y con buenos motivos, que la globalización había debilitado a los gobiernos nacionales. Los presidentes se acobardaban ante los mercados de bonos. Los primeros ministros ignoraban a los pobres de su país, pero nunca a Standard & Poor's. Los ministros de Finanzas se comportaban como bribones de Goldman Sachs y sátrapas del Fondo Monetario Internacional. Los magnates de los medios, los petroleros y los financistas, no menos que los críticos de izquierda del capitalismo globalizado, coincidían en que los gobiernos ya no estaban al mando.
Luego azotó la pandemia. De la noche a la mañana, a los gobiernos les crecieron garras y mostraron dientes afilados. Cerraron fronteras y dejaron aviones estacionados en tierra, impusieron toques de queda draconianos a nuestras ciudades, cerraron nuestros teatros y museos y nos prohibieron darles consuelo a nuestros padres moribundos. Hasta hicieron lo que nadie creía posible antes del Apocalipsis: cancelaron los eventos deportivos.
El primer secreto quedó así expuesto: los gobiernos retienen un poder inexorable. Lo que descubrimos en 2020 es que los gobiernos venían optando por no ejercer sus enormes poderes para que aquellos a quienes la globalización había enriquecido pudieran ejercer los propios.
Muchos sospechaban la segunda verdad, pero eran demasiado tímidos para exponerla: el árbol del dinero es real. Los gobiernos que proclamaban su insolvencia cuando se les exigía pagar por un hospital aquí o una escuela allá de repente descubrieron montones de efectivo para pagar cesantías, nacionalizar trenes, tomar el control de aerolíneas, apoyar a automotrices y hasta apuntalar a gimnasios y peluquerías.
Aquellos que normalmente protestan porque el dinero no crece en los árboles, y exigen que los gobiernos dejen que las cosas sucedan más allá de las consecuencias, tuvieron que morderse la lengua. Los mercados financieros celebraron, en lugar de ponerse histéricos por la juerga de gastos del estado.
Grecia es un ejemplo perfecto de la tercera verdad revelada este año: la solvencia es una decisión política, al menos en el Occidente rico. En 2015, la deuda pública de Grecia de 320.000 millones de euros (392.000 millones de dólares) se alzaba sobre un ingreso nacional de apenas 176.000 millones de euros. Los problemas del país ocupaban los titulares en todo el mundo y los líderes de Europa lamentaban nuestra insolvencia.
Hoy, en medio de una pandemia que ha empeorado una economía ya mala, Grecia dejó de ser un problema, a pesar de que nuestra deuda pública es 33.000 millones de euros más alta y nuestro ingreso es 13.000 millones de euros más bajo que en 2015. Las potencias de Europa decidieron que una década de lidiar con la quiebra de Grecia era suficiente y optaron por declarar a Grecia solvente. Mientras los griegos elijan gobiernos que transfieran constantemente a la oligarquía sin fronteras la riqueza (pública o privada) que quede, el Banco Central Europeo hará lo que sea necesario –comprar tantos bonos del gobierno griego como haga falta- para que la insolvencia del país caiga en el olvido.
El cuarto secreto que 2020 dejó al descubierto fue que las montañas de riqueza privada concentrada que observamos tienen muy poco que ver con la iniciativa empresarial. No tengo dudas de que Jeff Bezos, Elon Musk o Warren Buffett tienen una gran habilidad para ganar dinero y arrinconar a los mercados. Pero solo un pequeño porcentaje de su botín acumulado es el resultado de la creación de valor.
Consideremos el extraordinario aumento desde mediados de marzo de la riqueza de 614 multimillonarios de Estados Unidos. Los 931.000 millones de dólares que amasaron no fueron producto de una innovación o genialidad que generara ganancias adicionales. Se volvieron más ricos mientras dormían, por así decirlo, en tanto los bancos centrales inundaban el sistema financiero con dinero fabricado que hacía que los precios de los activos y, por ende, la riqueza de los multimillonarios, se disparasen.
Con el desarrollo, ensayos, aprobación y distribución insólitamente acelerados de las vacunas contra el COVID-19 se reveló un quinto secreto: la ciencia depende de la ayuda del estado y su efectividad es indiferente a su imagen pública. Muchos analistas se deshicieron en elogios ante la capacidad de los mercados para responder rápidamente a las necesidades de la humanidad. Pero a nadie debería escapársele la ironía: la administración del presidente más anti-ciencia de Estados Unidos en la historia –un presidente que ignoró, intimidó y se burló de los expertos inclusive durante la peor pandemia en un siglo- asignó 10.000 millones de dólares para garantizar que los científicos tuvieran los recursos que necesitaban.
Pero hay un secreto mayor: mientras que 2020 fue un año destacado para los capitalistas, el capitalismo ha pasado a la historia. ¿Cómo es posible? ¿Cómo los capitalistas pueden florecer incluso cuando el capitalismo se convierte en otra cosa?
Muy fácil. Los mayores apóstoles del capitalismo, como Adam Smith, destacaron sus consecuencias no intencionadas: precisamente porque a los individuos que buscan generar ganancias no les interesan en lo más mínimo los demás, terminan beneficiando a la sociedad. La clave para convertir el vicio privado en virtud pública es la competencia, que incita a los capitalistas a perseguir actividades que maximicen sus ganancias. En un mercado competitivo, eso sirve al bien común ya que impulsa el rango y la calidad de los bienes y servicios disponibles reduciendo constantemente los precios.
No es difícil entender que a los capitalistas les pueda ir mucho mejor con menos competencia. Ése es el sexto secreto que expuso 2020. Liberadas de la competencia, a las colosales empresas de plataformas como Amazon les fue sorprendentemente bien con la muerte del capitalismo y su reemplazo por algo que se parece a un tecno-feudalismo.
Pero el séptimo secreto que reveló este año tiene un lado esperanzador. Si bien generar un cambio radical nunca es fácil, hoy resulta sobradamente evidente que todo podría ser diferente. Ya no hay motivos para que debamos aceptar las cosas tal cual son. Por el contrario, la verdad más importante de 2020 está plasmada en al aforismo acertado y elegante de Bertolt Brecht: “Porque las cosas son como son, las cosas no seguirán siendo como son”.
No se me ocurre una mayor fuente de esperanza que esta revelación, pronunciada en un año que la mayoría preferiría olvidar.
Yanis Varoufakis, ex ministro de Finanzas de Grecia, es líder del partido MeRA25 y profesor de Economía en la Universidad de Atenas.
Copyright: Project Syndicate, 2020.
www.project-syndicate.org