23 de julio 2018
En julio florecen los héroes y los mártires. Pedro Joaquín Chamorro Cardenal fue asesinado el 10 de enero de 1978, y su sangre salpicó toda Nicaragua y dio fuerza a una revolución que culminó el 19 de julio de 1979. Aquella fue una revolución de todo el pueblo de Nicaragua y no de un sector partidario, pero con el tiempo y la ambición de poder de los actuales gobernantes, fueron distorsionados y falsificados los ideales de Sandino y el concepto ético y moral del incorruptible Carlos Fonseca Amador, único fundador del FSLN.
Mucho de la pureza de la revolución primigenia se trasladó en el tiempo a los autoconvocados del 19 de abril de 2018, y desde entonces a sus caídos en desigual lucha contra la ambición y la corrupción. Esos muchachos, y hasta niños de meses, florecen en julio, aunque a la revolución, de la que se conmemorarían 39 años este pasado 19, haya necesariamente que restarle los años que la pareja presidencial lleva enquistada en el poder.
El 23 de julio se cumplirán 59 años de la masacre estudiantil en León. Entonces debió comenzar el futuro, teniendo como antecedentes a los caídos en El Chaparral. Por eso, a todos cuantos en Nicaragua exigíamos libertad –lo cual equivalía a poner fin a la estirpe sangrienta de los Somoza- la masacre estudiantil perpetuada por la Guardia Nacional la tarde del 23 de julio de 1959, puso otra vez en nuestra historia la terrible disyuntiva entre lucha cívica y lucha armada. Hoy repetimos aquella historia, en la que quienes seguimos apostando por la insurrección cívica, nos estrellamos con la soberbia y desmedida ambición de una pareja presidencial infinitamente cruel, hasta con la sagrada memoria del patriarca Job, tan profundamente ligado a nuestros obispos, y a un comportamiento alejado de toda codicia, precisamente por ser ejemplo de desprendimiento de bienes y poder.
Los nicaragüenses estamos involucrados por el cambio hacia un orden más justo. Existe, inspirada en las encíclicas papales, la determinación de promover y obtener un cambio integral en todas nuestras estructuras, y para la pareja presidencial es inaceptable que la Iglesia de Nicaragua esté consciente que ellos, incluso a riesgo que sus sacerdotes pierdan la vida, no puede abandonar a su pueblo en ningún momento, pues lo saben ansiosos de edificar sus aspiraciones con las de una iglesia auténtica.
En la Populorum Progressio, Pablo VI resume lo anterior diciendo que “se trata de construir un mundo, donde la libertad no sea una palabra vana. Se trata de que todo hombre pueda ejercer su derecho de vivir una vida plenamente humana.” En definitiva, en Nicaragua es de urgencia que los cristianos nos empleemos para lograr la reforma política, que termine con un gobierno dictatorial, despótico y corrompido, que por ningún punto toleraría la acción renovadora de una Iglesia que condene sus crímenes, defraudaciones, robos e injusticias. Como cristianos, todos, sin distingos de colores políticos, debiéramos de tomar una actitud valiente para lograr el cambio… pongámonos con Cristo al lado de los oprimidos, de los perseguidos, de los que sufren.
El ambiente de aquellos días de 1959 en León era de efervescencia patriótica. En su testimonio La tarde del 23, Fernando Gordillo escribió: ¡Libertad, libertad, libertad!, había sido una experiencia embriagadora. Recuerdo que caminábamos volviéndonos a ver, como si en cierto modo quisiéramos convencernos de la realidad que estábamos viviendo. La gran figura de Manolo Morales se destacaba en mitad de la calle entre Solís Piura y Francisco Buitrago; desde las aceras la gente nos miraba complacida y muchos gritaban con nosotros: ¡Libertad, libertad, libertad!. Somoza, furioso debió de haber oído aquella mala palabra para los tiranos, proclamada por los estudiantes a los cuatro vientos, pues respondió a tiros.
Dice un testigo de aquel tiempo y de este: “Después de las masacres de El Chaparral y la estudiantil de León, nada volvió a ser igual en Nicaragua. La masacre estudiantil se convirtió, por sus características de guardias armados hasta los dientes y disparando a mansalva a estudiantes, civiles indefensos, en La Masacre por excelencia, destronada en horror, por La Masacre que los Ortega-Murillo iniciaron en Nicaragua el 19 de abril de este año. En León hubieron más de sesenta heridos. Y murieron, sin decir que morían por la patria: Sergio Saldaña, José Rubí, Mauricio Martínez y Erick Ramírez. Para que esa sangre, como la de tantos patriotas derramada a lo largo de nuestra historia, fuera fuente de futuro, de una nueva vida, hubiese sido necesario que no fuese traicionada, como lo es en la actualidad”.
Ante una minúscula concentración de obligados por la necesidad de no perder sus empleos, Daniel Ortega conmemoró su 19 de julio desnudando su trampa contra el Diálogo y jochando a sus adeptos, en nombre de su extraño catolicismo, contra la Conferencia Episcopal, ya que, según su fe cristiana, esos sacerdotes son golpistas. Hasta el momento no se sabe quiénes financian el misterioso golpe a la pareja. Lo que está claro es que el “terrorismo” proviene de ellos. La cifra de los muertos, a quienes no osó mencionar en su plaza, lo demuestra.
Y más claro está que su reiterada acusación contra sacerdotes y obispos, mediadores y testigos en el Diálogo, es la luz verde para que se continúen produciendo agresiones contra el Nuncio Apostólico y sacerdotes y obispos, así como ataques a templos, ofensas físicas y verbales a todo lo que le huela a religioso, tal y como se está dando en estos días contra la iglesia católica. Sin embargo, pese a esos ataques contra la posibilidad de encontrar una ruta de paz, el Diálogo se nos sigue presentando como la ruta idónea para alcanzarla.
En 1993, durante el gobierno de la Presidenta Chamorro, publiqué un artículo en Barricada, titulado Diálogo y paz social, cuyas partes substanciales aplicadas al día de hoy, resumo: “Los grupos políticos beligerantes, en una u otra forma, manifiestan su rechazo a obtener cambios por métodos violentos. Las Fuerzas Armadas han establecido una clara separación de sectores políticos, y jurado su apego a la Constitución… Todo lo anterior podría hacernos concluir que hemos alcanzado, o por lo menos, estamos a punto de alcanzar la deseada paz social… Es válido un esfuerzo de diálogo nacional si tiene como finalidad solucionar los problemas de quienes se están esforzando por sobrevivir en medio de la crisis económica… El Estado de Derecho y la seguridad jurídica pueden imponerse por la fuerza, pero no la paz social. Esta sólo se alcanzará cuando los que tienen el poder político y económico, de cualquier signo ideológico que sean, comprendan que el bien común no es propiedad privada y que la equidad en la distribución es la base de una sociedad justa”.
Volvemos al mes de julio convencidos que la paz es posible lograrla a través de un diálogo entre personas civilizadas. Convencidos que la sociedad civil tiene capacidad de resistencia a la barbarie, y que los obispos tienen el don de ablandar corazones endurecidos por la ambición y la soberbia. El diálogo es ruta de paz. Tenemos en nuestra patria muchos héroes que han muerto por ella. Tenemos también la vida truncada del gran poeta Leonel Rugama, apenas pasando de los 20 años, cuando escribió:
—Porque los héroes nunca dijeron que morían por la patria, sino que murieron.
Lo escribió honrando la caída de Julio Buitrago, en julio de 1969. Poco después, el 15 de enero de 1970, al ser intimidado a la rendición, el poeta Rugama respondió a los guardias que se disponían a capturarlo:
—¡Que se rinda tu madre!
Según Ernesto Cardenal, uno de los versos más bellos de la poesía nicaragüense.